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31. Ayuda inesperada

Apenas termina la conferencia e intento salir de ahí, las preguntas caen como una tormenta, una lluvia ácida de palabras frenéticas que golpean mis sentidos. Los flashes de las cámaras destellan una y otra vez, tan intensos que cierro los ojos un instante, cegada, sintiendo cómo el calor de la luz se clava en mi piel. Intento respirar hondo, pero el aire apenas alcanza para calmar la marea de emociones que me ahoga, amenazando con escapar en un arrebato que no puedo permitirme.

Hasta que sucede algo inesperado.

Y es que en mi intento de huida, lo primero que veo es una turba de personas enfurecidas a un lado del estrado que sostienen carteles: “MIENTE” “SOLO BUSCA DINERO” “LARGO MADALINA”.

¿En serio? ¿En serio hay personas que piensan que miento y que planeo buscar dinero de Pawel? Madre mía, quizás hayan sido enviados por él mismo o su familia, como sea no puedo permitir que haya gente que tenga esa clase de idea sobre mí, pero ¿hay algo diferente que pueda hacer?

—¿Qué opina de esta decisión, Madalina?—me lanza una periodista esa pregunta y me obliga a volver a la realidad. Su voz atraviesa el caos aterrado desplegado en mi interior y se me clava en el pecho como un dardo. Siento que todo el salón me observa, esperando. Mi respuesta, mis palabras, tienen el poder de influir en algo más allá de mí. Lo sé, y me asusta. O aun peor, me aterra el efecto o las represalias que decida tomar Pawel en adelante tras esta situación. Su familia aún tiene poder, pese a que los que están a su alrededor parecen querer despegarse.

Tomo una bocanada de aire, intentando concentrarme en una imagen de seguridad, en proyectar algo sólido que contrarreste el temblor en mis manos. No puedo dejar que me vean vacilar. No puedo mostrarles el torbellino de miedo y rabia que me consume. Debo ser fuerte, aunque en mi interior sienta que estoy a punto de quebrarme o que ahora mismo todo en mi vida esté en jaque.

Intento llegar hasta Niko quien se ha apartado con Ivo, tal como habíamos quedado que haría una vez que la prensa tienda a atosigarnos.

Me obligo a intentar palabras coherentes para tratar de calmar el desastre librado alrededor en la sala de prensa:

—Creo… Creo que… Debemos seguir adelante más allá…de que esto despierte malestar y dolor—digo, esforzándome por sonar segura, aunque el temblor en mi pecho me asfixie—. Durante años…la familia Kaczmarek se ha escondido detrás del poder y la corrupción, usando sus influencias para evadir la justicia… He sido víctima tanto mi hijo como yo de esa situación al punto de quedar incluso al borde de la muerte—. Se me llenan los ojos de lágrimas y se me quiebra la voz de solo recordar esa situación en el pasado que lo único que trajo de positivo, si es que cabe usar la palabra, fue que pude conocer a Nikodem—. Lo que estamos viendo hoy es el resultado de demasiadas historias silenciadas, de vidas destrozadas por su abuso de poder… Siendo yo, lamentablemente, una más. Si realmente queremos un cambio, esta investigación debe ir hasta el final, sin importar quién caiga en el proceso…

Puedo sentir el peso de mi voz en la sala que se rompe cuando la seguridad de la sala intenta expulsarnos a todos protegiendo al gobernador quien parece haberse olvidado demasiado pronto de mí.

Me doy cuenta de que los flashes no han cesado ni un instante en cuanto intento llegar hasta Niko y Ewa con su marido y mi bebé. Apenas cruzo la puerta, una nueva oleada de reporteros se abalanza sobre mí, cada uno buscando arrancarme una respuesta, una palabra. La adrenalina me mantiene en pie, me da la energía que necesito, pero siento que mi cuerpo pide descanso, que mi mente clama por un respiro que no puedo darme. Estoy cansada, pero no bajo la guardia. Sé que cada gesto cuenta, que debo seguir proyectando esa fuerza que todos esperan ver en mí.

—Por favor… Necesito espacio—les pido con una sensación real de ahogo—. P-por…favor… Necesito…

—¡Madalina!

—¡Qué le responderías a la gente que dice que lo haces por dinero!

—¡Por qué hiciste tregua en política!

—¡Le estás sacando rédito político y económico a la situación!

—No—intento explicarles, pero es inútil—. Yo… En realidad…

—¡Muévanse todos! ¡Madalina!

El grito me llega como un salvavidas en medio de la multitud que parece estar siendo medio violentada por una chica que los empuja y llega hasta mí, tendiéndome una mano.

—¡Toma mi mano, Madalina!

La miro.

Y no entiendo qué hace aquí.

—¡Madalina!

Lo hago.

Tomo su mano.

Y me abraza.

—Nastia—digo, sorprendida.

—Siento mucho que no hayamos empezado con el pie derecho—me dice luego de su abrazo—. Así que déjame compensarte mis faltas, por favor.

Me sonríe.

Y le sonrío también. O eso intento. Lo bueno es que…siento que está siendo genuina conmigo y eso me sirve por el momento para aceptar su ayuda y salir de esta multitud.




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