Es como si el mundo se hubiera volteado de repente, como si el peso de las sombras que me rodearon durante tanto tiempo finalmente estuviera siendo arrancado, capa por capa, con cada palabra, cada historia compartida, cada mensaje de apoyo que leo en la pantalla de mi móvil cada mañana que empieza un nuevo día. Las redes sociales, que alguna vez fueron un lugar que alguna vez me aterraba porque era el arma de Pawel y su familia que usaron con personas que me trataron de lo peor, ahora se han convertido en un campo de batalla donde la verdad, por fin, parece tener una oportunidad.
Los primeros mensajes de apoyo empiezan a llegar y no puedo evitar leerlos con los ojos nublados de lágrimas que tienen un tinte diferente esta vez. Está repleto de personas que no conozco, personas que probablemente nunca conoceré, están escribiendo en mi defensa multiplicándose de manera más genuina que el ejército de bots o de falsos defensores de Pawel, contando sus propias historias de abuso, de manipulación, de haber sido silenciadas por el poder. “Tu historia me ha dado valor” “¡Sigue adelante!” “Yo te creo” leo una y otra vez, y siento que un lazo invisible se teje entre todos nosotros, un lazo de resistencia que Pawel nunca podrá romper.
Cada publicación, cada comentario, cada retuit me hace saber que estoy en el camino correcto.
El equipo de Nastia se mueve con una rapidez y precisión asombrosas, interviniendo en la opinión pública y conservando la balanza en nuestro favor. Publican extractos de mi historia, citas directas de mi testimonio a lo largo del tiempo, imágenes que no dejan dudas sobre la verdad de lo que he vivido, con absoluta solidez de mi testimonio.
La narrativa que Pawel intentó controlar durante tanto tiempo comienza a desmoronarse bajo el peso de la realidad. Lo veo en la reacción del público, en la manera en que las personas empiezan a alzarse contra él, en la furia justa que se extiende a través de cada publicación.
Es casi irreal ver cómo las cosas empiezan a cambiar y parece haber una suerte de consenso general, el cual me aterró que en algún momento pudiese sufrir virajes inesperados en mi contra. La gente ahora ha comenzado a exigir respuestas, a demandar justicia en muchos negocios que estuvieron vinculados directa o indirectamente con la familia de Pawel, lo cual se traduce en peligro para cualquiera que se ve salpicado con el ácido en el que se ha convertido la reputación de esa familia completa.
Personas en lugares altos empiezan a notar la presión de la opinión pública, y los medios ya no pueden ignorar lo que está sucediendo. Lo que alguna vez fue algo que parecía solo un secreto, escondido detrás de las puertas cerradas de la familia Kaczmarek, ahora es un escándalo nacional con una cadena sin fin de causas que no acaban jamás y todos los intentos de Pawel por silenciarlo son inútiles.
La televisión, los portales de noticias, incluso las columnas de opinión… todos hablan de lo mismo. “El caso de Madalina Kowalska: un emblema de la lucha contra la corrupción, la violencia doméstica y hasta el abuso de poder.” Las palabras se repiten y resuenan, multiplicándose en cada rincón de la prensa sin hacerme sentir como una heroína sino simplemente como una persona que se ha atrevido a decir su verdad, desenmascarando las de otros. Y aunque me siento abrumada, aunque el foco de atención sobre mí sigue siendo intenso y agotador, por primera vez en mucho tiempo, siento que estoy en el lado correcto de la historia. Estoy siendo escuchada. Estoy provocando que otros que son víctimas de violencia o de casos de corrupción en otros ámbitos también sean escuchados y tomados en serio, la demagogia está cediendo lugar ante la presión pública en diferentes puntos de las ciudades a nuestro alrededor y ha surgido la emergencia de tener que controlarlo, más allá de las falsas y vanas palabras del gobernador de turno que me citó antes para montar conmigo una suerte de espectáculo que de nada le sirvió.
Por su lado, Pawel intenta atacar, claro. Cada vez que surge una nueva ola de apoyo en mi favor, surge también un intento de desacreditarme en el contexto de las falsas agrupaciones que “lo respaldan”. Su familia paga a periodistas sin escrúpulos para que publiquen artículos con insinuaciones falsas, tratando de pintarme como una mentirosa, como una manipuladora. Intentan sacar cualquier cosa de mi pasado, cualquier error, cualquier debilidad, para usarlo en mi contra, pero lo cierto es que no lo hay y no porque yo sea intachable sino porque simplemente no van a encontrar nada en absoluto. Esta vez, el éxito no les acompaña sus ataques ya no encuentran eco, ni siquiera tiene lugar la duda. La gente no les cree.
Esta situación desencadena bomba tras bomba.
Destitución total de la familia de Pawel de sus cargos públicos, investigaciones abiertas, Pawel preso por corrupción, abuso de poder y violencia doméstica lo cual está camino a rotularse como lo que ha sido en realidad: intento de femicidio. Ese que despertó toda mi historia, haberme acercado tanto a la muerte que aprendí en parte cómo es vivir.
Estamos cerca.
Estamos tan, tan cerca.