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34. Llegó la hora

Si se pudiera pensar en el significado de un día perfecto, este es el claro ejemplo de cómo se puede pensar y vivir.

Cada detalle frente a nosotros se despliega como una obra de arte minuciosamente diseñada por algún maestro de la paz y el silencio. El cielo es tan azul que duele, no literal sino de esa manera que te hace sentir el querer mirar hacia arriba directamente disfrutando los rayos matutinos de sol, los árboles se mecen al compás de una brisa ligera que acaricia el rostro y el aire delicioso huele a tierra fresca, a libertad.

Me siento en el porche de la casa de campo que hemos rentado para pasar este día junto a Niko y nuestro hijo, Ivo. Me deleito sosteniendo entre mis manos una taza de té caliente, sintiendo su calor reconfortante en las palmas. Y mientras el vapor del té asciende en espirales, me permito, al menos por un momento, olvidar todo. Olvidar las heridas, olvidar el pasado, los rostros que me persiguen en sueños y en vigilia también. Ahora mismo, estoy aquí, en esta casa de campo rodeada de naturaleza junto a las personas más importantes de mi vida y me siento en el lugar correcto, en el momento correcto, junto a las personas correctas.

A unos metros de mí, Nikodem juega con nuestro pequeño Ivo sobre el césped y un balón que va y viene. La risa de Ivo es clara, desinhibida y sincera, yace flotando en el aire, mezclando su inocencia y su alegría pura. Los observo, bebiéndome la escena como quien intenta absorber cada detalle en un esfuerzo desesperado por atesorar este instante. Ivo corre, cae y vuelve a levantarse. Nikodem lo sostiene, le susurra algo que hace que ambos estallen en carcajadas y yo también les sigo al unísono. Me invade una mezcla de amor y añoranza tan profunda que la siento en cada partícula de mi ser, pero es un dolor hermoso, una señal de despertar y de todo lo que, alguna vez, he soñado.

Nikodem se acerca, llevando a Ivo en brazos, sus rostros yacen iluminados de felicidad. Mi corazón se hincha de amor como solo sucede cuando estoy con ellos, un amor tan poderoso que me asusta.

A continuación Niko se sienta a mi lado en el porche y coloca a Ivo en su regazo. Se recuesta junto a mí, y por un instante, juraría el peso de todos los problemas se ha disuelto en el aire.

—¿Qué te parece este lugar?—me pregunta Nikodem, con su voz que si pudiera tocarme, sabría acariciar mi alma. Sus ojos me miran, expectantes, queriendo leer en mi respuesta algo más que palabras.

Lo miro y una pequeña sonrisa se asoma en mis labios. He imaginado esta escena mil veces, en sueños y en desvelos, en días de esperanza y en noches de temor. Y ahora está aquí, tangible, perfecta.

—Es perfecto, Nikodem. —Mis palabras son apenas un susurro, cargadas de una ternura que a veces temo mostrar—. ¿Te imaginas vivir en un sitio así? Todos los días, digo. Alejados de todo… solo nosotros, Ivo y una vida tranquila.

Sus ojos se suavizan mientras me observa y es la pauta que me permite saber que estamos en perfecta sintonía, como si el silencio compartido fuese un lenguaje propio.

—Sí, Madalina. Me lo imagino todos los días. —Su mano busca la mía, con sus dedos entrelazándose con los míos—. Podríamos empezar de nuevo; bueno, con ustedes dos cualquier lugar es perfecto para empezar de nuevo. Aquí, lejos del ruido… lejos de las sombras que intentan rompernos, parece ser la mejor de las opciones.

—¿Lo dices en serio?

—Creo que podríamos vivir aquí. Vivir bien.

—No me desagrada la idea, eh.

—Tampoco a mí.

—Entonces hay que hacerlo.

—Hay que hacerlo.

***

La tarde transcurre como un sueño. Jugamos con Ivo, lo llevamos a recorrer los senderos, le enseñamos a identificar las flores y a oler la tierra húmeda. Nos reímos como si no hubiera un mañana, disfrutando de la paz como el bien más preciado. Cuando el sol empieza a despedirse, nos sentamos en la ladera a mirar el atardecer, los tres juntos, entrelazados, mientras el cielo se pinta de naranjas y rosados. Cierro los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, me permito creer que todo es posible. Que la vida que tanto hemos deseado está, finalmente, al alcance de nuestras manos.

Pero entonces, el teléfono de Nikodem vibra y parece decidido a ignorarlo, sin embargo ambos vemos el remitente de la llamada y sabemos que no es posible ignorarlo porque se trata nada menos que de Aldrich. Ese sonido corta el silencio, rompiendo el hechizo y devolviéndonos a la realidad. Él frunce el ceño, saca el teléfono de su bolsillo y veo cómo su expresión se endurece. La tensión vuelve a su rostro como una sombra que nunca termina de irse, y él se aleja un poco para contestar, dejando que la noche se cierna sobre nosotros con una frialdad que empieza a helarme.

—¿Qué pasó? —pregunto cuando él vuelve, temiendo la respuesta. Sostengo yo a Ivo quien dormita contra mi pecho.

Nikodem exhala y sus ojos se llenan de furia.

—Era Aldrich. Pawel ha conseguido salir de prisión. Va a cumplir su condena en arresto domiciliario.

La noticia cae sobre mí como un peso insoportable. Pawel, libre. Sé que el sistema está corrupto, que él tiene los recursos y las conexiones necesarias, pero escucharlo me golpea de una forma que me hace sentir vulnerable. La idea de que esté libre, aunque sea en su casa, trae consigo una inmensa frustración ante la idea de que todo por lo que he luchado parece ya no tener sentido.

Pero miro a Nikodem y encuentro en él la misma lucha interna en sus ojos. No quiero que este momento perfecto se arruine. Hemos pasado el día más hermoso en mucho tiempo y no quiero que Pawel se lo lleve también.

—Niko—digo, tomando su mano con una firmeza que espero le dé fuerza—. Esto es duro, lo sé. Pero, por favor, no dejemos que él nos arrebate también este día. Necesitamos esto… tú, yo e Ivo. Solo hoy, olvidémonos de él.

Nikodem me observa en silencio y soy consciente que dentro de él hay una batalla entre la rabia y el deseo de mantener esta paz que hemos encontrado. Al final, suspira y asiente, y su mano aprieta la mía.




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