Siento el peso frío del cañón del revólver de Pawel contra mi sien y el metal de su otra mano que oprime con rudeza mi boca en pleno estado de estupefacción.
El mundo alrededor se congela; es como si el tiempo mismo se hubiera detenido para encapsular este momento de terror, quizá el peor de toda mi vida porque a diferencia de otras ocasiones, ahora tengo mucho que perder.
Pawel me aparta de la cama, obligándome a ello y me indica que me desplace mientras le sigo el paso e intento pensar alguna idea para defenderme. Nunca antes le había visto así. A su alrededor hay algo… una desesperación brutal, casi animal, que convierte sus ojos en algo aterrador y vacío. Nunca había sentido un nivel de pavor tan absoluto. Está aterrado y fuera de sí.
Por qué caraj*s lo dejaron en libertad, ¡por qué caraj*s la justicia tuvo que “actuar” de ese modo!
Logro ver de reojo a Nikodem, aún dormido, completamente ajeno a lo que está ocurriendo, y siento un dolor agudo en el pecho mientras lo abandono. Dios, cuídalo. Cuida de ambos. Que estén bien, te lo ruego, que Niko e Ivo estén bien, por favor.
La sensación de estar completamente sola ante esta versión monstruosa de Pawel me hace temblar del horror mientras lo sigo. Pawel me empuja hacia la puerta de la habitación, forzándome a salir al pasillo con pasos torpes y rápidos, solo quiero apartarlo de ellos cuanto antes. No sé hacia dónde me lleva, pero sé que no será nada bueno. Mi mente se acelera, buscando alguna salida, alguna manera de escapar de él, pero el arma que lleva y su mirada desquiciada me dicen que cualquier movimiento en falso podría ser fatal para mí y para todos.
—Camina —gruñe en voz baja, con su tono frío y cortante—. Ni un solo ruido, ¿entiendes?
Asiento con la cabeza, apenas conteniendo las lágrimas. La casa está sumida en profunda oscuridad, con los pasillos iluminados solo por la luz pálida de la luna que entra por las ventanas. Me lleva hacia afuera, al jardín, bajo las estrellas que parpadean indiferentes a la pesadilla que estoy viviendo. La noche se siente fría y el césped húmedo bajo mis pies descalzos me recuerda lo vulnerable que estoy. Mi mente se acelera, tratando de entender qué quiere, qué espera de mí.
Pawel me da un empujón y caigo al suelo con fuerza, sobre mis rodillas. El dolor de la caída apenas lo siento; el miedo lo anula todo. Él se inclina sobre mí y veo el pavor, la desesperación, el dolor.
Nuevamente elevo una plegaria pidiendo por Ivo y por Niko.
Dios, sé que estás aquí, conmigo. Dios. Abrázame, te lo ruego, hoy lo necesito, todos los días lo necesito. Acompáñame a que suceda lo que creas pertinente que tenga que ser para mi destino, pero te ruego de corazón que protejas a mi familia y a las personas que amo. Protege a mi hijo siempre. Te lo suplico.
—¿Sabes qué es lo peor de todo esto, Madalina?—dice, con su voz rota y temblorosa—. Que a nadie le importó en absoluto. Ni una sola persona fue capaz de ver que yo también estaba roto, que yo también necesitaba ayuda, que mi vida siempre fue una porquería, que nunca tuve nada resuelto y que me odio con todo mi ser por haberte hecho daño y no haberlo podido controlar. Todo el mundo solo fue capaz de juzgarme y punto. A nadie le importó.
Lo miro, sin saber si está siendo sincero o si es solo una excusa más. Pawel jamás había mostrado ni un rastro de arrepentimiento, ni un destello de humanidad en todas las veces que me había sometido a su crueldad. Y ahora, aquí, en esta oscuridad helada, parece que algo dentro de él se ha quebrado de una forma irreparable, una herida que sangra sin parar.
—Pawel… —murmuro, con mi voz temblando, tratando de encontrar una manera de calmarlo, de contener esta furia que parece estar al borde de una explosión—. Yo… yo no sabía…
Él suelta una risa amarga.
—¡Claro que no sabías, tú nunca supiste nada! ¡Nadie sabía! Siempre fui el que tenía que ser fuerte, el que no podía mostrar debilidad, el que fue víctima de abuso físico una y otra y otra vez desde niño, ¿sabes? Golpes, golpes y más golpes porque nadie supo jamás cómo tratarme. Y cuando todo se vino abajo, cuando intenté pedir ayuda, cuando intenté mostrar mi dolor, ¿qué hicieron? ¡Nada! Me dejaron hundirme y ahora… ahora todos me ven como el monstruo, como el villano. Pero nadie me vio como un hombre. Nadie vio que estaba…destrozado. Que siempre lo estuve.
Sus palabras me golpean, pero no siento compasión. No, no puedo sentir compasión por alguien que ha destruido tanto en mi vida, alguien que me ha quitado la paz, que ha puesto en peligro a mi hijo y a todos los que amo. Pero al mismo tiempo, veo en sus ojos algo tan oscuro, tan perdido, que juraría que casi, por un instante, siento lástima. Y esa mezcla de emociones me desarma, dejándome sin palabras, sin saber cómo reaccionar.
—Pawel, puedes ir a terapia, pero ir a terapia de verdad, por favor… —susurro, buscando desesperadamente alguna forma de escapar de esta situación. Intento moverme, pero él me empuja de nuevo al suelo, obligándome a suplicarle.
—¿Qué piensas hacer?—me interrumpe, con sus ojos destellando una mezcla de locura y resentimiento a partes iguales—. ¿Ahora me pides piedad, acaso? ¿Ahora quieres que me detenga? ¿Dónde estaba tu piedad cuando me dejaste, cuando te llevaste a mi hijo, cuando me convertiste en el hombre más odiado del país? ¡¡¡¿Dónde queda tu piedad ahora, Madalina, eh?!!!
Eso es.
Grita.
Grita más fuerte, Pawel.
¡Grita!
—Pawel, lo siento, lo siento…
—¡Me has arruinado la vida, Madalina!
Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas a mares sabiendo que estoy perdida. Me doy cuenta de que, en este estado, no hay razonamiento que pueda alcanzarlo. Pawel está consumido por su propia desesperación, por una rabia que no sabe cómo canalizar.
—Podríamos… podríamos buscar ayuda—le sugiero—. Podríamos encontrar una forma de salir de esto, sin violencia.