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36. El enfrentamiento

El tiempo parece detenerse con una brutalidad incipiente. Todo se vuelve irreal, como si el aire mismo se hubiera solidificado, convirtiendo el mundo en un cuadro suspendido en el instante más aterrador de mi vida. El arma que Pawel sostiene sigue apuntándome, pero sus ojos ya no tienen la furia de antes. Ahora son pozos oscuros de algo más profundo, algo que no sé si es arrepentimiento o simple resignación. O que cada vez se convierte más en el monstruo que siempre fue.

Siento mi respiración atrapada en el pecho, como si cualquier movimiento en falso pudiera romper esta frágil pausa y desencadenar lo inevitable. Es entonces cuando escucho la voz de Nikodem, fuerte, firme, cortando la tensión como un rayo en una tormenta.

—Pawel, suéltala. —Las palabras son claras, sin un ápice de temblor, pero sé que detrás de esa calma hay una desesperación que solo yo puedo ver en sus ojos. Sus pupilas se encuentran con las mías por un instante fugaz y en ese momento veo toda la preocupación, el miedo y el amor que intenta transmitirme. Pero no entendimiento, lo que hace y ha hecho no merece comprensión.

Pawel se gira lentamente hacia él, como si las palabras de Nikodem hubieran roto el hechizo que lo mantenía clavado en su posición. El movimiento es pausado, cargado de una tensión insoportable, como si estuviera decidiendo en ese mismo instante si enfrentarlo o ignorarlo. Siento el peso del arma que sostiene, el brillo metálico que parece atraer toda la luz de la noche hacia él y me doy cuenta de lo frágil que es este momento.

Por un instante, algo cambia en la expresión de Pawel. Veo una chispa de reconocimiento en sus ojos, como si la voz de Nikodem hubiera tocado algo profundo dentro de él. Sus hombros, tensos hasta ahora, parecen relajarse ligeramente y el arma que apuntaba directamente a mi rostro baja un poco, aunque no lo suficiente para que el peligro desaparezca.

—Quizá… quizá ya no tiene sentido. Juro que en algún momento intenté que valiera la pena—. La voz de Pawel es apenas un murmullo, arrastrada por el viento frío que nos rodea. Sus palabras parecen dirigidas a nadie en particular, como si estuviera hablándose a sí mismo, tratando de encontrar lógica en el caos que lo consume.

El alivio se mezcla con el terror en mi interior. Siento que puedo respirar un poco más profundamente, pero mi cuerpo sigue congelado en el lugar, incapaz de moverse. Veo a Nikodem dar un paso hacia nosotros, despacio, con las manos abiertas en un gesto de calma, como si intentara acercarse a un animal herido y acorralado.

—Pawel, no tienes que hacer esto—dice Nikodem, probablemente convocando toda su formación técnica, aunque no hay libro que alcance a cubrir el impacto que tiene este momento en la realidad material—. No tienes que seguir este camino. Podemos encontrar otra manera. Todos podemos encontrar otra manera de hacer las cosas mejor.

Las palabras flotan en el aire, cargadas de significado, pero en verdad dudo que algo así pueda hacerle entrar en razón.

—Es hora de que hablemos hombre a hombre, Pawel—. Esta vez Nikodem adopta otra postura, ya no quizá la del doctor o la del hombre caballero que siempre ha sido—. Lo que hiciste a Madalina y lo que haces a todo el mundo es una canallada, haz provocado muchísimo sufrimiento, pero si pudieras hacer algo para retractarte y dar con un camino mejor a todo lo que ha sucedido, es este. Suelta ese arma, déjala en paz a Madalina de una vez y a Ivo e intente redimirte en prisión que es lo que vendrá y es inevitable. Estás a tiempo de una verdadera redención, Pawel. No eres una víctima, eres un hombre adulto que debe y puede hacerse responsable de todo lo que ha causado. Puedes hacer algo mejor con tu vida.

Pawel lo mira y, por un momento… parece realmente escuchar. Ruego que lo haga, ruego que decida ceder de una vez. Sus ojos se posan en Nikodem y veo en ellos una vulnerabilidad que nunca había conocido. Es como si, por primera vez, alguien hubiera visto más allá del monstruo en el que se ha convertido, como si Nikodem hubiera alcanzado la parte más rota de él.

Pero entonces, algo cambia como el sol cuando se oculta tras las montañas.

Una sombra de tristeza, profunda e insondable, cubre su rostro. Es un velo que no deja lugar a dudas: algo dentro de él ya ha tomado una decisión. Siento un nudo en el estómago, una sensación de pánico que me atraviesa como un rayo.

—No hay otra manera de que pueda recomponer esta vida—dice Pawel finalmente y su voz es tan baja que casi no la escucho. Me mira a los ojos y ahí es que lo entiendo, en ese instante sé que está despidiéndose.

El arma baja del todo, pero antes de que pueda reaccionar, antes de que Nikodem pueda dar otro paso, Pawel da un paso hacia atrás, alejándose de mí. Su mirada, fija en la mía, está cargada de algo que no puedo identificar. ¿Es arrepentimiento? ¿Es odio? ¿Es amor retorcido? No lo sé de modo alguno y eso me aterra aún más.

—Adiós, Madalina—susurra con una sonrisa vacía, lágrimas a mares y el tiempo vuelve a detenerse.

En un movimiento rápido, casi imperceptible, lleva el arma a su sien. Mis labios se separan para gritar, pero el sonido que surge es ahogado, como si mi propia voz se negara a aceptar lo que estoy viendo.

—¡No, Pawel, no lo hagas! —El grito de Nikodem rompe el silencio, desesperado, lleno de una furia impotente.

Pero es demasiado tarde.

El sonido del disparo llena el aire, con un estruendo ensordecedor que rasga la calma de la noche en afiladas garras y deja un eco que parece extenderse para siempre.

Siento que el suelo se desmorona bajo mis pies y mis rodillas tiemblan.

Pawel cae al suelo como una marioneta a la que le han cortado los hilos y me sienta como un puñetazo en la boca del estómago.

Mis piernas tiemblan, incapaces de sostenerme y caigo de rodillas en el césped frío y húmedo. No puedo apartar la mirada de Pawel, de su cuerpo inmóvil, de la sangre que comienza a oscurecer la hierba a su alrededor. Es como si todo mi cuerpo se hubiera paralizado, como si el terror y la incredulidad hubieran congelado cada fibra de mi ser con el transcurrir de esta pesadilla.




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