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37. Cuando pase el impacto

El amanecer llega demasiado rápido y el cansancio pesa sobre mi cuerpo como mil toneladas. La noche ha sido un torbellino, una mezcla de interrogatorios, explicaciones y silencios incómodos por las preguntas insistentes de los oficiales tras el hecho con Pawel que aún no consigo procesar. Ahora estoy sentada en una sala de la comisaría, con las manos entrelazadas sobre mi regazo, mirando el suelo como si ahí pudiera encontrar algún tipo de respuesta. Pero no la hay. No existe ninguna explicación que haga que lo que sucedió anoche tenga sentido.

Nikodem está a mi lado, con su mano envolviendo la mía con una firmeza que intenta ser reconfortante. Pero incluso su contacto, siempre cálido y protector, no logra disipar el frío que siento en mi interior. Frente a nosotros, un oficial con expresión severa repasa por décima vez los hechos, pidiéndome detalles que ya no quiero recordar ni tengo el ánimo de querer mostrar, ¿es que están intentando que tenga que repetirlo tantas veces que luego me cueste hacer coincidir las versiones o qué? Realmente el gasto de energías que me ha provocado esta situación me está torturando.

—Señora Kowalska, ahora estamos en presencia de la oficial Tereshkova, ¿puede confirmar nuevamente cómo comenzó el incidente? —pregunta, su tono profesional parece cargado de curiosidad con la idea de hacerme flaquear.

Abro la boca, pero las palabras no salen de inmediato. Mi garganta se siente cerrada, como si cada palabra fuera un nudo que debo deshacer para poder respirar. Una vez que consigo hablar, mi voz tiembla.

—Él… apareció en la casa. Estaba… fuera de control. No sabía qué iba a hacer, pero supe que estaba desesperado. Hablaba de cómo nadie lo ayudó, de cómo todos lo abandonaron… —Mis palabras se quiebran, y tengo que respirar profundamente para seguir—. Intenté calmarlo, pero no me escuchaba. Estaba… perdido… ¿En serio tengo que hacer esto tantas veces?

El oficial asiente, tomando notas, mientras yo sigo hablando, mi voz yace temblorosa pero decidida a relatar todo. Nikodem no suelta mi mano en ningún momento, y aunque no dice nada, su presencia es lo único que evita que me desmorone por completo.

Cuando finalmente termino de dar mi declaración, siento como si todo el aire hubiera sido arrancado de mis pulmones. Me quedo mirando al suelo, incapaz de levantar la cabeza, mientras el oficial cierra su libreta y se levanta en un santiamén.

—Gracias por su cooperación, señora Kowalska. Eso será todo por ahora.

Me quedo en la silla, incapaz de moverme, mientras Nikodem se inclina hacia mí, susurrándome palabras que apenas logro registrar. Estoy agotada, solo quiero encerrarme en un mutismo selectivo y abandonarme a aislarme con las personas que me interesan y no pensar más.

Pero es inevitable lo que viene de aquí en más.

***

Salimos de la comisaría al amanecer y el aire frío me golpea como un recordatorio de que el mundo sigue girando, aunque el mío parezca haberse detenido. La luz pálida del sol hace que todo se sienta irreal, como si estuviera atrapada en una escena que no me pertenece, muy distinta a todo lo que creí que sucedería con relación a lo anterior. Pero la realidad me alcanza rápidamente cuando veo la multitud de periodistas y cámaras que nos esperan afuera o incluso curiosos que se acercan con palabras a favor o palabras en contra, como si todos tuvieran más autoridad que yo para hablar de mí misma y de lo que estoy pasando.

—¡Madalina! ¿Qué puede decir sobre lo ocurrido? ¿Cómo está luego de que Pawel hizo lo que hizo?

—¿Es cierto que hubo amenazas previas de su parte?

—¿Qué significa esto para la disputa por la custodia de su hijo, cómo entrarán en discusión con los abuelos paternos?

Las preguntas llueven sobre mí a mil por hora, cada una más insistente que la anterior y llenarme de tanta habladuría me hace sentir pésimo al punto que quisiera elevar una burbuja y apartarles de una vez por todas.

Siento cómo el pánico comienza a subir por mi garganta, pero Nikodem está ahí, colocándose entre ellos y yo, guiándome hacia el auto donde Ewa y su marido nos esperan. Hay que salir de aquí ahora mismo.

Nastia y su equipo están más atrás, bloqueando a los periodistas con una precisión que solo alguien acostumbrado a manejar el caos mediático podría lograr, conoce de protocolos y a algunos colegas con sus celulares a quienes consigue apartar con una elegancia que admiro.

Cuando finalmente nos subimos al auto y cerramos las puertas. De pronto el silencio dentro del vehículo se vuelve casi abrumador. Ewa me mira desde el asiento delantero, sus ojos llenos de preocupación.

—¿Estás bien, querida?—pregunta, pero su voz es apenas un susurro, como si tuviera miedo de romperme con sus palabras—. Bueno, qué boba mi pregunta, ignórame, estamos aquí para ti.

—Yo…—respondo honestamente, con mi voz baja y cargada de cansancio.

Y lo dejo ahí.

No completo la frase ni nadie me lo exige tampoco.

Nadie dice nada más durante el trayecto de regreso porque los pensamientos dentro de la cabeza de cada uno ya nos tiene lo suficientemente aturdidos, pero me ayudan a huir hasta casa de Ewa la cual es un refugio ahora.




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