Tiene un poco más de demora que lo esperado debido a peritajes absurdos, pero el día del funeral de Pawel ha llegado y la decisión de asistir ha sido como cargar una piedra sobre mi pecho desde el momento en que lo decidí. Nikodem intentó convencerme de no ir. Ewa me dijo que entendía mis razones, pero que debía estar preparada para lo que pudiera suceder. Incluso Nastia levantó una ceja de preocupación, sugiriendo que podría ser contraproducente, pero yo no cedí a ese intento.
—Quiero enterrar a Pawel de una vez por todas—les digo intentando sostener la firmeza en mi voz, aunque mi interior es un tembleque intenso como una hoja al viento—. No solo en la Tierra, sino también en mi vida, en mi mente, en mi corazón. No puedo seguir cargando con esto. Me lo habré debido a mí misma si no lo hago.
—Cariño, no tienes que hacerte daño al intentar perdonar todo lo que te hizo—me advierte Ewa, probablemente poniendo en palabras algo que cruza dentro de mí como intento de sanación.
—Gracias, Ewa—le contesto—. No sé si es posible perdonar alguna vez lo que él me hizo a mí, pero quiero convencerme a mí misma de que puedo seguir con esto.
—Estaremos para ti siempre—me promete Niko.
Y ambos me abrazan. De esos abrazos que te rodean el cuerpo y te tocan el corazón.
***
Y ahora estoy aquí, frente a la iglesia, vestida de negro, con un sombrero de ala ancha que oculta la mayor parte de mi rostro, buscando protegerme también de hacer contacto visual con algunos curiosos. Nikodem está conmigo, su mano apretando la mía con fuerza es un salvavidas en la marea, como si con ese gesto pudiera protegerme de lo que sea que me espera dentro. Sé que la familia de Pawel me odia, sé que muchos de los presentes creen que soy responsable de su muerte, pero también sé que no puedo esconderme para siempre y que no importa el daño que me quieran hacer de aquí en más, yo sé quién soy y sé lo que hago por mí misma, sin dañar a otros.
La iglesia está llena de gente y las conversaciones cesan en cuanto cruzamos el umbral, al modo que una ráfaga de viento fuese solapando todos los murmullos. El peso de todas las miradas cae sobre mí, algunas llenas de desprecio, otras de simple curiosidad, en la medida que voy atravesando el espacio de un pasillo lateral.
Mi respiración se acelera, pero me obligo a mantener la cabeza alta mientras camino por el pasillo, buscando un lugar al fondo donde pueda sentarme y observar sin llamar demasiado la atención lo cual es un esfuerzo absurdo. Ewa y Niko permanecen conmigo, Nastia está atajando a prensa y curiosos allá afuera y el marido de Ewa yace en casa con sus hijos y con Ivo. Jamás esperé tener conmigo un equipo de personas tan genuino, pero aquí estamos, lo tengo y me siento completamente feliz.
Nikodem se inclina hacia mí, susurrando a mi oído:
—Si en algún momento necesitas salir o algo, solo dime.
Asiento ligeramente, agradecida por su presencia, pero mis ojos ya están fijos en el ataúd al frente de la iglesia.
El ataúd.
Dios santo, qué fuerte es todo esto.
Un ataúd cerrado donde yace Pawel.
Una parte de mí todavía no puede creer que esté muerto, que esta historia haya llegado a un final tan abrupto y trágico, que todo se haya extralimitado de tal modo. Pero aquí estoy, enfrentándolo de la única manera que puedo.
***
El servicio durante la ceremonia es solemne, las palabras del sacerdote resuenan en la iglesia, pero también en mi corazón. Habla de redención, de la esperanza de una vida eterna, habla sobre el perdón. Cada palabra parece clavarse en mi piel como una aguja, recordándome todas las veces que Pawel y yo estuvimos atrapados en una dinámica donde el perdón no existía, donde el dolor y el poder lo consumían todo, donde parecía ser que esa batalla para saber quién ganaría se volvía un espiral vicioso.
Miro hacia el ataúd, y por un momento me permito sentir algo parecido a la compasión. No por el hombre que se convirtió en un monstruo, sino por el niño que alguna vez debió haber sido, por el joven que quizás tuvo sueños y esperanzas antes de que todo se torciera. Recuerdo a Pawel cuando empezamos a estar juntos y no vi las señales de su violencia, de la violenta manera en la que se relacionaba y que aprendió a adoptar con el tiempo, pero si de algo estoy segura es que jamás merecía lo que sea que le haya sucedido y lo llevó a adoptar esa manera de ser.
Recuerdo sus palabras en el último día, la manera en que mostró su vulnerabilidad y se dio a sí mismo por perdido.
Ese momento en que finalmente…se rindió. Y no de la mejor manera. Tenía opciones y eligió la peor.
Pero no lamento su muerte.
No le deseaba la muerte tampoco, aunque no la lamento, no digo “ay, qué pérdida más grande tuve, cielo santo”. Nada de eso. Porque yo realmente intenté ayudarle y que las cosas salieran de modo diferente, yo no lo empujé a las decisiones horribles que tomó y probablemente esa noche él haya decidido darle fin a su vida en un impulso; no me cabe la menor duda de que la intención primera que tenía Pawel era darle un final a mi vida, cosa que Nikodem impidió, le hizo reflexionar y todo cambió.
Sí, considero que Niko con el poder de sus palabras me salvó la vida, probablemente una vez más entre tantas en lo que a Pawel significa.
Cuando el servicio termina, la mayoría de los asistentes comienzan a salir hacia el cementerio, donde tendrá lugar el entierro. Me quedo rezagada, sin saber si puedo enfrentar lo que viene. Estoy a punto de levantarme cuando una voz me detiene justo antes de salir de la iglesia.
—Madalina.
Me congelo. Esa voz es inconfundible definitivamente. Es ella, la madre de Pawel. Giro lentamente para encontrarla y allí está, parada al final del pasillo, con el rostro endurecido por el dolor y los años, pero sus ojos…oh, sus ojos, son un espejo de emociones que no logro descifrar. Nikodem da un paso hacia mí, pero le hago un gesto para que se quede donde está.