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40. El viaje

Narrado por Niko

El zumbido constante del avión llena mis oídos mientras miro fijo a Madalina, quien está sentada junto a mí. Tiene a Ivo en su regazo, jugueteando con uno de sus juguetes favoritos, una pequeña jirafa de goma que aprieta repetidamente para escuchar el chirrido, aunque cada tanto la manda a pasear y ahí debo ir yo a buscar.

A pesar de la tranquilidad que proyecta Madalina, puedo ver el nerviosismo en sus manos, cómo juega con sus dedos cuando cree que nadie la observa.

Madre e hijo están iluminados por la luz tenue del monitor frente a ellos y, por un momento, me permito detenerme a contemplar todo lo que hemos pasado para llegar aquí. Hace un año, este viaje habría sido inimaginable. Madalina no habría creído que un día estaría volando hacia Nueva York, nominada al Pulitzer por un libro que cambió no solo su vida, sino la de tantas otras personas al ponerle voz a una situación de violencia que parecía no tener remedio y al poner voz también a muchas víctimas de corrupción en la que la familia de Pawel viene involucrada desde hace larga data. Motivos de sobra para admirar firmemente a Madalina, motivos de sobra para que sea el amor de mi vida. Sí, así tal cual y será para toda la vida.

La elegiría en todas mis vidas.

—¿En qué piensas?—pregunta de repente, girando la cabeza hacia mí. Su voz es suave, pero sus ojos tienen esa chispa curiosa que siempre me hace sonreír y sonrojar a partes iguales.

—En ti—respondo honestamente, tomando su mano—. En que eres maravillosa. En lo lejos que has llegado.

Ella baja la mirada, ligeramente ruborizada, pero aprieta mi mano en respuesta. Ivo comienza a quejarse, moviéndose inquieto en su regazo y ella lo arrulla con movimientos suaves, susurrándole palabras tranquilizadoras.

***

El viaje ha sido largo. Salimos de Varsovia con despedidas emocionadas de Ewa, su esposo y sus hijos, quienes organizaron un pequeño desayuno para desearnos suerte antes de partir al aeropuerto. Ewa no podía dejar de abrazar a Madalina, sus ojos al día de hoy brillan con lágrimas de orgullo.

—Esto es solo el comienzo, Madalina, prepárate porque se vienen cosas aún más grandes en tu vida—le dijo mientras se despedían en la puerta de nuestra casa—. Vas a hacer historia y todos estaremos aquí celebrándote desde Varsovia. El mundo entero celebra tu fortaleza, corazón.

Los niños de Ewa insistieron en darle a Ivo un dibujo para que "no olvidara a sus amigos", claro que yo me encargué de guardar el dibujo porque Ivo aún es pequeño para entender esos gestos. De hecho, ahora, ese dibujo está cuidadosamente doblado en la bolsa de pañales, junto con todo lo que necesitamos para mantener a Ivo cómodo durante el vuelo.

Nastia también estuvo presente en la despedida. A pesar de nuestro pasado, ahora hay una camaradería entre nosotros que nunca pensé posible. Se encargó de todo el aspecto mediático del viaje, asegurándose de que cada detalle estuviera cubierto.

—Tengo contactos en Nueva York ante cualquier emergencia o lo que sea que necesiten—nos dijo con confianza, mientras ajustaba las correas de su bolso—. Madalina no solo merece estar allí, merece ser vista, escuchada. Me aseguraré de que eso suceda, asumo el compromiso.

Desde el avión, Nastia sigue trabajando, enviando correos y mensajes de voz desde su asiento unas filas detrás de nosotros, siendo una jefa de prensa de primerísimo nivel. De vez en cuando, pasa para preguntar si necesitamos algo, pero en su mayoría del tiempo, está inmersa en su mundo de estrategias y redes sociales. No puedo evitar admirar su dedicación, incluso si a veces su intensidad me recuerda por qué nuestra relación nunca funcionó. Ahora, sin embargo, su energía está al servicio de algo mucho más grande, algo que realmente importa y que dejó nuestro tormentoso pasado en un segundo plano, dando lugar a un modo de relacionarnos más saludable y vivaz.

***

El avión comienza su descenso y puedo ver cómo Madalina se tensa ligeramente. Le doy un apretón en la mano, recordándole que estoy aquí para ella, que estamos juntos en esto. Cuando aterrizamos, el caos del aeropuerto de Nueva York nos envuelve rápidamente: voces en diferentes idiomas yacen a nuestro alrededor, luces brillantes parpadeando, anuncios constantes. Pero Madalina camina con la cabeza en alto, con Ivo abrazado a su pecho y no puedo evitar sentirme orgulloso en extremo.

Nastia nos espera en la salida con un equipo de cámaras y un fotógrafo freelance que ha contratado para documentar el viaje. Madalina se ve abrumada por un momento, pero Nastia se acerca rápidamente, colocando una mano en su hombro.

—Respira, Madalina —le dice con una sonrisa—. Esto es parte del proceso. Eres una voz importante ahora, y el mundo quiere escucharte. El mundo necesita escucharte.

Madalina asiente, todavía un poco insegura, pero permite que Nastia la guíe hacia una breve sesión de fotos. Mientras las cámaras hacen clic, Ivo ríe y extiende los brazos hacia Nastia, quien no puede evitar reírse también.

—Este niño tiene carisma —bromea Nastia mientras lo toma en brazos por un momento—. Podría robarte toda la atención, Madalina.

Madalina sonríe, relajándose un poco más y por un instante, todo parece más ligero.

Luego me invitan a sumarme también a la sesión de fotos y, al ver los resultados, me doy cuenta de que somos un equipo con enorme capacidad de resistencia.

Y que nos vemos fenomenal.

***

En el coche que nos lleva al hotel, el panorama de la ciudad se despliega ante nosotros. Los rascacielos brillan bajo la luz del atardecer, y Madalina mira por la ventana con una expresión que ronda el asombro y el nerviosismo.

—Esta ciudad es tan… grande —dice finalmente, girándose hacia mí—. Tan moderna, tan bella, tan increíble.

—Es Nueva York—respondo con una sonrisa—. Y estás aquí por algo enorme, Madalina. Esto es tuyo. Lo lograste. Disfruta ese éxito, mi amor.




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