Segundo tiempo

2.

Capítulo 2: Ponte ebria y no regreses a ese horrible lugar

—¿Por qué estás siendo amable conmigo? —cuestioné mientras lo miraba, intentando descubrir cómo un chico como él perdía su tiempo con alguien como yo.
¿Qué quería realmente?

—¿Tengo cara de no ser amable con la gente? —dijo, levantándose del suelo donde estábamos sentados.

—No se trata de tu cara. Aunque tienes apariencia de seductor y chico malo… te pregunto porque, si hay algo que aprendí, es que confiar en la gente te hace débil e ingenua. Y que nadie hace nada sin esperar algo a cambio.

Me levanté también.

—Vaya, Navani… cuánto daño te han hecho. Solo pensé que podíamos llevarnos bien.

Me encogí de hombros.

—Pero tienes razón, quiero algo de ti. Tal vez quiero que cumplas mi fantasía de tener sexo silencioso tras estos viejos armarios repletos de libros.

Me acorraló frente al estante. Me asusté muchísimo.

—¡Apártate! No te atrevas a tocarme —intenté amenazarlo, pero no pude controlar los nervios. Mi cuerpo temblaba como gelatina.

Ignoró mi comentario y colocó su mano en mi frente.

—Lo supuse… tienes fiebre.

Se apartó de mí. Yo llevé mis manos a la frente también.

—Tengo que volver a casa, por desgracia.

Tomé mis cosas para salir a buscar a Clain.

—¿Cómo que “por desgracia”? ¿Qué pasa contigo, Navani? ¿Tienes cáncer o alguna enfermedad terminal?

Parecía realmente afligido. Su expresión me causó gracia.

—No tengo nada de eso —solté una carcajada—. ¿Cómo llegaste a esa conclusión?

—Es que en las películas eso pasa —se rascó la nuca.

Mi celular comenzó a sonar. Era Liam. Tenía que contestar, aunque no quisiera.

Me alejé un poco de Naim antes de responder. Liam no me dejaba tener amigos.

—Hola —saludé.

—Tus clases terminaron hace una hora. Sal de la biblioteca y vuelve a casa antes de que pierda la paciencia.

—Solo buscaba un libro para estudiar. Ya estoy regresando con Clain.

Sentí miedo de que supiera que no estaba sola.

—Te compré una biblioteca para que no salgas de casa.

Los ojos se me llenaron de lágrimas.

—¿Soy una prisionera? ¿Por qué no puedo salir?

—Porque en el fondo sabemos que eres una prostituta, Navani. Te metiste en mi oficina. ¿Qué me garantiza que no te metas en la cama de otros?

Quise decirle tantas cosas… pero me quedé muda. Una vez más había permitido que me humillara.

—No soy una prostituta. No me metí en tu oficina, tú me llamaste. Te fijaste en mí y yo estaba enamorada de ti. ¿Para qué te casaste conmigo?

Recordar lo idiota y patética que debí parecerle me dio náuseas.

—Por error. Pensé que eras diferente, pero eres estúpida. Tanto que te creaste esa ridícula versión en tu mente. Yo tengo la verdadera.
Ahora, de castigo, como quieres ser libre, ve y consigue dinero y vuelve sola a casa. O duerme en la calle si te da la gana.
Solo no me molestes, estoy en una junta muy importante con Danna… que, como sabes, no terminará hoy.

Escuché la voz de esa escoria traidora de fondo:

—Ya cuélgale. Que haga lo que quiera. Total, es una perdedora, no saldrá de la biblioteca.

Liam soltó una risa burlona.

—Diviértete leyendo, Navani.

Colgó.

—Maldito desgraciado —exclamé, lanzando el teléfono al suelo.

—¡Vaya! Tú sí que tienes problemas reales… ¿te metiste con tu jefe?

Había olvidado que Naim seguía ahí.

—Da igual, no es tu asunto.

Levanté el teléfono. Liam tenía razón: era una mujer estúpida.

—¿Eres prisionera de tu esposo? ¿Por qué permites que te diga cosas así?

—¡Qué sé yo! Desde hace mucho tiempo es así… ¿y qué hago yo contándote estupideces? Ni siquiera te conozco. Seguro eres un asesino en serie y aquí estoy yo, ingenua como siempre.

Comencé a caminar hacia la salida.

—No soy un asesino en serie. En realidad soy alguien muy normal que quiere una amiga a quien contarle que perdió a la mujer que ama… y ahora intenta recuperarla sin muchas posibilidades.
Ella tiene un nuevo novio fantástico y, además, me odia.
¡Sé mi amiga, Navani!

Me giré, con ganas de reírme de su propuesta.

—No creo que pueda ayudarte. Como escuchaste, tengo demasiados problemas. Escuchar los tuyos me haría entrar en coma.

Soltó una carcajada.

—Eres graciosa. Pero no insistiré. Buena suerte, Navani.

Comenzó a alejarse. Entonces recordé las palabras de Danna:
“Es una perdedora, no saldrá de la biblioteca.”

—¡Maldita! —pensé.

Tomé aire y caminé tras Naim.

—¡Espera!

Se detuvo y se giró con una sonrisa ganadora.

—¿Sí?

—Seré tu amiga y te ayudaré a recuperar a tu novia… con una condición.

Sus ojos brillaron.

—Lo que pidas.

—Quiero divertirme. Quiero salir como una persona normal, aunque sea por un día.

—Eso es fácil. ¿Quieres el paquete completo?

—¿Cuál paquete?

—Una noche de pasión que nunca olvidarás.

Lo miré asustada.

—Es broma —rió—. Cambia esa cara.

—¡Idiota! —le golpeé el brazo.

—Eso es bueno, ya te defiendes.

Puso su brazo sobre mis hombros.

—No hagas eso, es incómodo.

—Lo siento. ¿A dónde quieres ir?

—A la playa… y luego a bailar.

—Bien, pero debo advertirte que no soy de autos.

Se detuvo frente a una enorme motocicleta.

—No puedo subirme ahí.

—No uso autobús y no tengo dinero para un auto.

Me entregó el casco.

Es solo por hoy, Navani. Lo peor que puede pasar es morir… y al menos no volverías a ver a Liam.

—Bien.

Me ayudó a ajustarlo.

—¿Te dice eso tu esposo o te tratas así tú sola?

No respondí. Me subí. Lo abracé por necesidad.

—No te disculpes. Agárrate fuerte.

Arrancó. Cerré los ojos medio camino.

—¿Sigues viva?

—Más o menos.

Se detuvo en una farmacia.

—Tienes fiebre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.