–¿Qué pasó entre ustedes?
Ante la pregunta, él la mira con cierto recelo sino es que irritación. Ella sabe, con una exactitud que solo las mejores amigas poseen, lo que ocurrió con él y Angélica. Conoce su historia casi tanto como ellos mismos.
–Lo que ya sabes. Bueno... Tú sabes. –Está quedando como un tonto que no sabe formular más de cinco palabras, pero realmente no tiene otra cosa más que responderle.
–No seas así, Emilio, yo sé que pasó algo más y Angel no me quiere contar nada. Además, si me citaste aquí fue porque querías hablar con alguien, nunca llamas si no es para desahogarte. –Percibe sus ansias de negarlo por la forma en que arruga la frente, por eso se apresura a interrumpirlo antes de que la contradiga–. Lo has hecho antes, ni siquiera lo niegues. No te juzgo, solo resaltaba que si estamos aquí sentados no es porque quisieras salir a divertirte precisamente. Menos conmigo. Nos llevamos bien y todo eso, pero vamos, jamás salimos a tomarnos un café y morirnos de la risa. Tu sentido del humor es extraño.
Emilio suspira, poco a poco cediendo –e ignorando el último comentario–, porque ella, la que también ha sido su amiga por años a pesar de que es verdad que no salen demasiado a divertirse, está llena de razón. Así que toma otro sorbo de café para despertar a sus sentidos que parecen dormidos desde que Angélica volvió a aparecer en su vida. O él volvió a la de ella, quién sabe. Quizá lo descubra mientras habla con otra persona, una que suele brindarle consejos con una prudencia a la que él, por lo regular, tardaría en llegar.
–Tendrás que ser paciente, Cristel, hay cosas que desconoces y esta historia no comienza desde lo que quieres escuchar; lo de hace una semana. Empezó desde que ella volvió.
Si se ha de contar la verdad al pie de la letra, la historia de Emilio y Angélica, de Emi y Angel, se comenzó a trazar desde hace catorce años, en un aproximado. Por ahora, sin embargo, no es necesario iniciar desde ese punto. Rebobinemos solamente tres meses.