El día que Emilio grabaría con sumo cuidado en su memoria, y que permanecería allí por un buen tiempo, llegó como cualquier otro; era el sol de septiembre abriéndose paso en su habitación por cualquier pequeña abertura, haciéndole saber que el cielo estaba despejado, tal vez con algunas nubes esparcidas por ahí que dejaban abiertas las posibilidades para la lluvia, tal vez con repentinas ráfagas matutinas, heladas, levantando ropas y sospechas para las personas que no llevaban abrigos más gruesos o sombrillas en la mano.
Antes de levantarse, correr las cortinas y ver el cielo por sí mismo, a Emilio le gustaba imaginar cómo estaba el día desde la comodidad de su cama. Si el clima era triste y se había imaginado con antelación rayos intensos regados por la ciudad, para él significaba un empuje para su cuerpo a salir y hacer con energía lo que tuviera que hacer. Ese pequeño ritual era como su versión del «ver el vaso medio lleno».
Aquel cinco de julio no fue la excepción, pues más allá de su ventana el color azul se extendía sobre los edificios.
Revisó una vez más su agenda electrónica que marcaba en rojo dos compromisos: una cita con un cliente de su padre a las once de la mañana y por la tarde, la reunión con un grupo de amigos. No le emocionaba especialmente ni lo primero ni lo segundo. Lo primero, porque ese cliente era uno de los más difíciles en el trato; teorizaba que su padre le dejaba a drede ese tipo de colaboradores, para que aprendiera rápido y un poco a las malas, las trabas del negocio; sin contar que también hablaba demasiado, yéndose por las ramas.
Lo segundo, porque no se consideraba tan cercano a sus amigos. No era que no los apreciara, se trataba de un complejo más suyo que de ellos. Emilio, nacido en una familia cuya base era el dinero, siendo su mayor prioridad el mantenimiento de ese dinero, fue criado desde que comenzó a tener raciocinio para salvaguardar el patrimonio familiar. Él no tenía tiempo para salir a jugar, por ende tampoco contaba con el tiempo para frecuentar a sus amigos como le hubiese gustado hacer desde siempre. Por esta razón creía que, cuando lo incluían en una salida grupal, lo hacían por mera cortesía hacia un antiguo amigo que apenas y veían.
Pero daba la casualidad de que el cinco de julio del año 2022, fecha que sus amigos habían elegido para reunirse, Emilio no tenía mucho que hacer y aceptó ir, aunque no confirmó con nadie su asistencia.
Se encontraba abotonando su camisa cuando su celular vibró sobre la cama. El nombre de Cristel apareció en la notificación, arrugó el entrecejo. De hecho, no era extraño recibir mensajes suyos, sostenía la idea de que Cristel era la encargada de hacerle saber al resto que «Emi sigue con vida». El gesto de extrañeza provenía porque la primera palabra asomando en la notificación, justo la primera palabra, como un diamante que se deja sobre un escritorio con la mera intención de que todos lo vean, era un nombre que imaginaba extraviado en su pasado; Angélica.
Las ocho letras temblaron en sus ojos. Lo último que supo de ella fue que se había ido a Canadá para ampliar sus estudios en Biología, de eso hace cuatro años. Había tratado con todas sus fuerzas de seguirle la pista, de no dejar en el olvido aquella presencia y ese nombre tan importantes en su vida. Por supuesto, falló de forma miserable.
Pero ahora volvía a saber de ella, al menos en parte. Salió de su letargo y abrió el mensaje para tener la información completa. Sonrió sin darse cuenta. Angélica iba a estar presente en la reunión de esa misma tarde. El día de repente le pareció mucho más brillante y hasta alcanzó a escuchar el trino de algunas aves, aunque en la ciudad estos sonidos resultaban completamente ajenos. Hizo a un lado la nueva notificación, sin fijarse siquiera en el nombre del remitente, ya ninguna noticia que pudiera recibir tendría importancia. Metió el celular en su bolsillo trasero y salió a cumplir su trabajo. Todo pintaba espléndido.
...
–Como sabe, Emilio, siempre es un gran placer hacer negocios con su congenie. Estoy satisfecho con lo establecido hoy y, si me permite decirlo, tengo el presentimiento de que habrá un aumento de dinero considerable para ambas partes. Sus hoteles tienen la fama y mis restaurantes el buen sazón, los sabores que les hacían falta para...
Emilio dejó congelada una sonrisa en su rostro y no escuchó una palabra más. Valentín era el nombre de aquel señor de ambición larga como su parloteo. Si algo bueno podía sacar del encuentro es que su cadena de restaurantes estaba a la alza y eso era lo que su padre buscaba, un sabor distinto, atrevido, para los nuevos restaurantes que planeaba construir en los hoteles que pertenecían a la familia Crespo. Y si algo bueno podía decir el propio Emilio de Valentín Cisneros, era que tenía una venía moral intachable, por lo menos en lo que tocaba al manejo de sus negocios; todos sabían que era muy cuidadoso al contratar a su personal, siempre chefs nacionales, talentosos y ansiosos por experimentar con los tan variados sabores de la comida mexicana.
–Lo mismo digo, señor Cisneros. Ha sido un gusto, estaré en contacto con su asistente para mantenerlo al tanto de la construcción del primer restaurante.
Concluyó su labor a las tres de la tarde. Cuatro horas negociando, si se le podía llamar así. Tres de esas horas las había rellenado Valentín Cisneros con su cháchara imparable sobre quién sabe qué cosas, honestamente no recordaba ni la mitad de lo que le había dicho. Su cansancio mental aminoró al recordar lo que le esperaba para más tarde. Todavía tenía cerca de tres horas para prepararse mentalmente antes de tener cara a cara a Angélica. Como no tenía ganas de regresar a su apartamento y había comido de sobra con su nuevo socio, decidió dar un rondín por la ciudad.
No sabía con certeza qué le diría al tenerla de frente. Que la había extrañado, porque de eso no cabía duda, tenía que estar sí o sí entre sus palabras... Tal vez era lo único que tenía y se aferraría a eso por si ella se mostraba insegura al verlo. Aún sentía un regusto, cercano a la vergüenza, cuando pensaba en las razones inmaduras por las que habían terminado. Tampoco estaba seguro de si deseaba volver a tener algo con ella, pero se dijo que era apresurado pensarlo y que lo mejor era mantenerse tranquilo.