El tiempo se petrificó a su alrededor lo que pareció una eternidad, con la intención de que él pusiera toda su atención en la mirada de Angel puesta sobre ese otro alguien inesperado. El corazón no se le rompió, pero estuvo apunto de hacerlo. No tenía el derecho para que ocurriera algo semejante, ella no era nada suyo.
Angélica cruzó de la mano del susodicho hasta la mesa donde estaban reunidos. Para su sorpresa, ninguno de ellos pareció sorprendido por la llegada de la pareja, al contrario, le daban un trato de alguien a quien ya conocían. No pudo evitar sentirse un tanto traicionado por esa pandilla que se carcajeaba mientras saludaban a los recién llegados.
Emilio metió las manos en los bolsillos, lo que siempre hacía a modo de defensa cada vez que se acercaba un evento inminente que no deseaba enfrentar. Angélica se acercó a él otros pasos más, ahora abrazaba a Cristel. En cualquier momento llegaría a él y seguía sin componerse, estaba hecho un manojo de sentimientos peleando en su estómago. ¿Y si se iba con una excusa patética? Demasiado tarde. El olor de su perfume le llegó antes que su mano posándose en su hombro.
–¡Emi!
Era peor de lo que creía, no sólo no actuaba distante con él, lo acababa de llamar por su apodo con una alegría inusual. Definitivamente era más de lo que podía soportar. Se obligó a mover sus brazos para devolverle el abrazo; error. Recordó lo bien que se sentía ese contacto. Tenía unas ganas enormes de apoyar la frente en su hombro y que ella lo dejara quedarse ahí el tiempo que quisiera. Como antes.
Sus delgados brazos lo apartaron con delicadeza, lo observaba directo a los ojos. Fue la primera vez en su vida que se sintió con ganas de llorar por nada en particular.
–Me da mucho gusto haberte encontrado aquí –. Y claro, ahí estaba dibujada esa sonrisa espléndida adornada con ese colmillo izquierdo que sobresalía apenas un poco–. Cristel no me dijo nada, aunque, bueno, yo tampoco pensé que vendría. Dime, ¿cómo has estado?
Abrió y cerró la boca igual que pez fuera del agua. Cristel soltó un gritito a su lado, lo que distrajo a Angélica y lo libró de responder.
–No lo puedo creer, es la primera vez que logramos salir todos juntos –decía Cristel con una pizca de afección. Óscar le pasó un brazo sobre los hombros mientras los demás reían.
–Creo que eres el único que no lo conoce, todos tuvieron la oportunidad de hacerlo antes, incluso Ana y Sofí. –Angélica devolvió su atención a Emilio, lo que él imploraba en esos momentos que dejara de hacer. Atrajo a alguien hacia sí.
Era un tipo más alto que ella (más alto que él, no), de cabello castaño clarísimo (el suyo era más bien castaño oscuro) y ojos igual de claros (los de Emilio eran verde-marrón por herencia de su madre). No le gustaba compararse y al mismo tiempo, por un arrebato de sentirse superior, no podía evitarlo. Era como si en un rincón de su pecho se hubiese formado un monstruo con todos sus rasgos calcados, pero con maneras que chocaban totalmente con su actuar.
Qué infantil.
–Él es Leonardo –retomó Angélica–, mi novio. Y Leo, él es Emilio.
Emilio, así sin más. Un nombre abandonado. No lo había presentado como su ex-novio. Quizá esa parte era innecesaria, pero como el monstruo recién nacido en su interior le decía que sí era necesario, mucho, él le creyó sin resistirse.
Los dos hombres se extendieron las manos. Por la sonrisa tonta del que se hacía llamar Leonardo, Emilio supuso que no sabía nada del pasado que él compartía con su novia.
...
–Ok. Espera, espera, espera, ¿de verdad no sabías de la existencia de Leo? ¿No sabías que iba a ir ese día?
Emilio se aguantó las ganas de rebatirle con mal humor y un mohín disgustado. Bueno, lo último no se lo pido aguantar.
–¿Cómo iba a saberlo?
–No sé. Tal vez por cierto mensajito que yo te mandé ese cinco de julio (que conste que sé la fecha porque la has repetido mil veces), temprano, cuando te avisé de Angélica. –Cristel se cruzó de brazos.–Borré el mensaje cuando te vi llegar al café-bar, pensé que ya lo habías leído en la notificación y me pone muy ansiosa que no vean mis mensajes, por eso lo eliminé.
Odiaba cuando su amiga tenía esa aura de estar por encima de cualquiera. En especial, porque estaba en lo cierto. Emilio rememoró que aquella mañana había ignorado una notificación y después no se preocupó en revisar de qué se trataba. No habría servido de nada porque ese mensaje ya no existía, pero era probable que si no hubiera ignorado el tintineo de la notificación, Leo y Angélica no existirían tampoco en su memoria.
Ni todo lo que ocurrió después. Y eso no estaba seguro de querer borrarlo.
–Como diría mi abuela, es agua pasada. –La chica hizo ademán de restarle importancia al asunto agitando la mano–. Volviendo a tu encuentro con Leo, eres un tonto por pensar que Angel te presentaría como su ex.
–Es lo que toda la gente hace, y en ese momento no sabía muchas cosas que ahora sí.
–¿Por ejemplo? –Alzó una ceja.
–Llegaré a eso pronto y es probable que tú también lo sepas. ¿Puedo continuar?
–Soy toda oídos. Ansío conocer de primera mano en qué estabas pensando al hacer lo que hiciste después. Actuabas muy raro esa noche. –Ahogó una risilla comiendo un gran pedazo del pastel que no hace mucho les habían llevado.
Emilio carraspeó antes de seguir hablando.
...
Tras estrecharse las manos cada quien volvió a sus lugares. Angel quedó al costado derecho de Emilio, lo cual para él fue un golpe de suerte –sí, quedaban dos asientos libres, los únicos en la mesa, pero para él seguía contando como suerte pura. Casi se atrevía a llamarlo destino–.
El monstruo interior de Emilio, al que llamaremos E de ahora en adelante, armó un plan super ingenioso (y apresurado, todo hay que decirlo) que lo haría quedar como la estrella de la noche y se robaría el corazón de cierta damisela. En fin, que el dichoso plan no era más que producto de la adrenalina del momento.