"No entres a la habitación donde te acostaste con el organizador de tu boda"
Theo:
Suspiro aliviado por su respuesta.
Sé que soy el organizador de su boda, bueno supongo que no habrá boda ahora, pero aún digo trabajando para la familia, lo que significa que no es ético que se quede a dormir aquí.
Aunque en el fondo lo quería, y lo quiero. Pretendo que se quede conmigo, aunque sea en habitaciones separadas no me importa, pero deseo que este a salvo, que ese hijo de su madre este en la cárcel y que no le vuelva a hacer daño ni a Aisha ni a ninguna otra mujer.
Comienzo a recoger las cosas que hay regadas en el saló, como siempre encuentro uno que otro libro, esa mujer no puede vivir un día sin leer un par de páginas.
Pero me alegro que hoy sea de esos días en los que se queda con su mejor amiga, sino tendría que dar muchas explicaciones y estaría metido en un buen lio.
Tener a Aisha esta noche aquí me desconcierta, pero lo prefiero si eso significa que pueda estar a salvo y conmigo.
—¿Así que te gusta leer? —le pregunta Alena sacándole conversación a Aisha para distraerla.
—Sí, amo leer —dice con una sonrisa—, es un escape de la realidad. Las personas libres jamás podrán entender lo que significan los libros para los que estamos encerrados.
—Ana Frank. —le digo entrando al salón por sorpresa, se sobresalta—. Lo siento, no quise asustarte.
Aisha asiente, y dirige su atención a mi mejor amiga cuando esta le habla.
—¿Te gusta El diario de Ana Frank?
—Sí, pero mis favoritas, siempre serán las de Jane Austen y la hermanas Brontë.
Literatura inglesa igual que...
Sacudo mi cabeza obviando mi pensamiento, pero Alena parece haber pensado lo mismo, y los afirmo cuando musita.
—Igual que Scarlett, se llevarían bien. —Aisha la mira interrogante pero no pronuncia palabra.
—Alena. —le digo con tono de amenaza, está tocando un terreno minado.
Esta tose e inmediatamente cambia de tema.
—¿Quieres un té, Aisha? Seguro que eso te ayuda a calmarte.
—Claro.
—Perfecto, mientras te lo preparo Theo puede enseñarte el museo de literatura.
—¿Museo? —me pregunta extrañada, pero en sus ojos se muestra un brillo singular.
—No literalmente, es una biblioteca, Alena le dice así porque hay muchos libros de todo un poco.
—Es una biblioteca muy grande, pero no la he visto a fondo, no he estado ahí más del tiempo necesario. —le explica.
—¿Por qué? —la curiosidad se marca en su voz.
—Digamos que los libros y yo no nos llevamos muy bien.
—Si me gusta leer, solo que no libros romanticones, prefiero los de ciencia.
—Le gusta que lo que lee esté justificado. —le aclaro a Aisha.
—Prefiero algo que sea realista, las personas en la vida real solo se adentran en la lectura para vivir algo que la vida real no les ofrece. Yo prefiero saber la realidad y no ilusionarme con falsas esperanzas.
—Respetamos tus opiniones, pero no mates el romanticismo para los que sí creemos que el amor de los libros existe.
—Está bien, pues vayan a buscar a su amor imaginario, yo me quedo haciendo un té que si se puede beber y hace bien para el cuerpo.
Me rio y comienzo a caminar, y esta me sigue. Siento sus pasos tras de mí, mientras caminamos por los pasillos de mi casa.
Es una casa antigua pero que se conserva perfectamente. Hay grandes columnas en las paredes y grandes salones que algún día remodelaré.
Pasamos entre por varios pasillos hasta encontrar dos puertas grandes que dan a la biblioteca o como dice Alana, el museo de la literatura.
Abro las mismas de par en par y me adentro en el interior seguido de Aisha
Hay varios candelabros alrededor que no los he quitado, pero en cambio he colocado una instalación eléctrica.
Aisha se pasea con la boca abierta, definitivamente el lugar es muy grande y está lleno de estanterías con libros.
Aisha encuentra un libro que parece interesarle, lo saca del estante y sonrío al ver cuál es.
Me acerco a ella, quedándome a su espalda, nota mi presencia, pero no se asusta. Me acerco un poco más, coloco mis manos sobre la suya sobre el libro.
Sé que esto grita peligro, pero eso no va a impedir que mi cuerpo quiera hacerlo.
Dejo ir un suspiro y le susurro al oído.
—Es un relato que me gustaba cuando era niño, está en portugués. —le explico.
—De que trata.
—Cuenta la historia de una niña y un niño que jugaban en la arena, ella es de una familia rica y él vivía en la favela, pero como niños no le importó nada de eso y jugaron en la playa. Él le enseñó a trenzar una pulsera y ambos le hicieron una a el otro como muestra de cariño. La niña comenzó a ir todos los días a la misma playa hasta que un día no volvió. Él niño guardó la pulsera esperando que se reencontraran.
Sentí como Aisha contenía la respiración antes de voltearse.
—¿Y qué pasó? ¿Se reencontraron?
—Pasaron muchos años y ese niño se convirtió en un adulto, se fue a vivir al extranjero, trabajo y estudió, cuando iba a volver a Brasil para sacar a su familia de la pobreza, sufrió un accidente. La ambulancia lo llevo al hospital y cuando bajaron una doctora lo comenzó a atender, pero cuando fue a ponerle la intravenosa vio la pulsera, la reconoció. Saco la de ella y se la mostró. Él estaba muy grave pero no se dejó ir, ahora que había encontrado a su amor no lo dejaría ir.
Termino el resumen del relato y miro el rostro de Aisha, lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Es un relato hermoso. —musita.
—Lo es. —concuerdo.
Deslizo mi dedo por su mejilla limpiando las lágrimas. Mi dedo traza un camino hasta sus labios, lo dejo posado sobre ellos unos segundos antes de retirarlos.
—No puedo imaginar a un niño leyendo esto, normalmente son comics o fantasía, no romance. —río ante sus declaraciones.
—Siempre fui de los cariñosos, estaba todo el día dándole besos y abrazos a mi mamá, como diría ella ¡Soy un caramelito!