Sarah luego se recuesta en su almohada y se empieza a quedar dormida. La puerta se abre en ese momento y es Evan. Le digo que haga silencio señalándole que la beba está casi durmiéndose.
Entonces se detiene y me hace señas con su cabeza de que esperará afuera. Me quedo allí hasta que se profundiza, y cuando veo que no se despertará bajo las persianas hasta la mitad para que no quede en penumbras, y salgo.
Evan está allí esperando, como advirtió.
―¿No cree qué dijo algunas mentiritas a la abuela de Sarah? ―expongo la pregunta antes de que diga algo, cruzándome de brazos.
―No creo que lo sean del todo ―responde haciéndome resoplar con su desfachatez, porque hasta alguien descuidada como yo, sabe que en parte si lo son.
―Espero que tenga en cuenta que no me quedaré mucho tiempo ―repongo.
―Lo sé, no tiene que recordármelo ―aduce haciendo otro gesto para que nos movamos de allí. Le sigo hasta su estudio y entro después de él―. Cierre la puerta ―ordena.
Sin embargo, una vez quedamos los dos encerrados allí, me fijo en que de nuevo estamos solos, y por alguna razón me hace sentir incómoda. Me quedo de pie mientras él ocupa su lugar detrás del escritorio.
―¿Qué es lo que va a decirme? ―pregunto manteniendo mi tensión a raya.
―Siéntate ―indica otra orden y yo resoplo con fuerza antes de ir hasta una de las butacas.
―¿Y bien?
―¿Tiene algún afán?
―¿Usted qué cree? ―replico impaciente―, y la verdad es que esperaba tomarme este tiempo para ir a mi casa por algunas de mis cosas, ya que veo que me voy a quedar aquí por un tiempo.
―¿Ya lo está asimilando?
―¿Tengo alguna otra opción? ―rechisto con la pregunta.
―En ese caso dispondré a un conductor para que la lleve y la traiga sin demora.
―¿Cree que me voy a perder en el camino?
―No, solo me aseguro de que vuelva ―rechista.
Hago una mueca.
―Creo que sobra decir que cumpliré mi palabra; pero no lo hago por usted…
―Seguro, lo hace porque ya pagué por toda la mercancía ―repone muy astuto cortando mis palabras.
―Bien, usted gana; sin embargo, tiene que darme facilidades o no me diga que es un tirano gruñón.
―Ni lo uno ni lo otro, pero usted lo ha dicho, soy el señor perfección y odio perder el control de algo.
―No lo dudo ―digo, riéndome un poco porque no creí que en verdad le calzara el mote, o que se lo tomara en serio.
―¿He dicho algo gracioso?
―Para nada ―respondo mostrándole mis dientes fingiendo una gran sonrisa.
―Bien, solo la he hecho venir porque hay algunas cosas que quiero que queden claras.
―Adelante, me parece lo indicado.
Él arruga el ceño con mis palabras. Me alzo de hombros.
―Ya está claro que la persona que vino hoy es la abuela materna de mi sobrina. Como notó, tiene el empeño de quedarse con ella.
―¿No sería normal?
―Lo es, pero mi hermana y mi cuñado me colocaron a mí como su primer benefactor, y a ellos en segundo grado en caso de que yo faltara.
―¿O se negará a sumir la responsabilidad? ―agrego y él frunce el entrecejo―, digo, podría existir esa posibilidad ―continúo con gesto despreocupado.
A él no parece hacerle gracia.
―¿Asume que exista esa posibilidad?
―¿Por qué no? Usted no es el tipo de hombre que cuidara niños ―expongo mi respuesta y cuando pensé que me reñiría por decir palabras tan atrevidas, se echa a reír―, supongo que dije algo gracioso.
―Eso pensaba de usted, pero al final no lo hace tan mal ―expresa dejándome muda―, pero tiene razón, no soy el tipo que se haría responsable de una cría, ni siquiera uno que piensa en ser padre algún día, sin embargo, Sarah es una excepción a mis reglas.
―¿Tanto como para arriesgarse incluso a fallar?
―Tal vez no lo haga bien, pero no dejaré que me quiten lo único que me queda de Loise ―dice y detrás de esas palabras percibo un deje de congoja, que quizás es tristeza por perder algo muy valioso e importante.
―En ese caso, supongo que está bien que se esfuerce ―digo sacudiéndome de su aparente afectación.
No obstante, ahora que lo menciona empiezo a caer en cuenta de algo que no había meditado antes.
―Pensé que diría algo más sarcástico, pero gracias por entenderlo ―prosigue con la mirada interrogante y debe ser porque sigo procesando en mi cabeza lo que acabo de entender y no me gusta como se ve―, ¿Qué le sucede? ―pregunta.
Y yo alzo mi cabeza para encontrarme con su mirada gris plomiza.
«Eso no es posible», me digo.
«Sí, lo es», tonta, me respondo.
Mi lucha mental es épica y por su expresión debe pensar que me he vuelto loca.