Señor perfección✓

19. Tarde de compras

«Maddie, estás loca, loca, loca», me digo una y otra vez porque siento que esa era mi oportunidad de oro para salir de todo esto. Sin embargo, decidí permanecer aquí. Después de hablar con Gia, había estado segura de que no tenía nada de qué preocuparme y que podía manejar la situación; no obstante, una cosa es decirlo, y otra hacerlo.

¡Me lleva!

Sarah me mira con una carita entre temor y curiosidad y de seguro en su cabecita peluda debe imaginar que la chica que la cuida se está volviendo loca; pero como le explico a una beba de un año que quien me está enloqueciendo es su sexi y atractivo tío.

¡Madre santa!

Suspiro hondo pensando que solo empiezas a ser consciente de algo cuando le prestas la debida atención, porque antes de que todo esto empezara a adquirir un poco de seriedad, me había negado a verle de esa forma.

―No es tu culpa ―le digo sonriéndole.

Ella toma uno de los cubos con los que está jugando y me lo entrega para que lo coloque sobre otros para completar una torre de cubos de colores. Lo coloco como pide, aunque lo ha hecho una y otra vez, lo que hace que la torre termine y vuelva a empezar como si fuera un ciclo.

Eso me hace pensar que hasta que ellos aparecieron en el radar, solía vivir en uno, y tal vez mi alocada decisión, no se deba a que en realidad quiero hacerlo, solo que lo estoy tomando como un escape. Y no es que tenga tiempo para hacerlo, pero de algún modo se siente como si aspiraras un poco de aire limpio cuando todo el que respiras está viciado.

Miro a mi alrededor y la verdad es que, a pesar de aventurarme con todo esto, no sé si saldrá bien, sobre todo ahora que el señor perfección empieza a convertirse en alguna especie de tentación.

¡Qué diantres!

Ahora me arrepiento de haber hablado con Gia. Debí imaginar que me diría cosas que me harían pensar de más, porque lo cierto es, que esto solo es de parte mía. El señor perfecto, sigue siendo igual; además, todo lo que hace no es porque me quiera cerca, es solo por Sarah.

Como si escuchara mis pensamientos, Sarah se acomoda en mis piernas y se recuesta mirándome.

―¿En serio te agrado mucho? ―le pregunto y ella se ríe.

Según la guía que dejó el pediatra y que me pidió revisar, ella está la etapa donde ya puede empezar a usar las palabras, y dar sus primeros pasos. Incluso con su madre estaban fomentando esa parte en ella, pero está sufriendo un revés con lo acontecido en el accidente.

Su anotación es que ella debe retomar todo ese aprendizaje de hablar y caminar de forma paulatina porque pareciera que no sufre, pero la falta de sus padres es algo que tarde o temprano mostrará sus secuelas.

Cielos, pensar en ello, me recuerda la mala relación que llevo con mi madre.

―¿La extrañas, pequeña? ―le pregunto y ella se ríe.

―Supongo que sí, pero eres tan valiente que aún no lo entiendes.

Medito en que es bueno que sea así, pero sé que cuando llora es ese instante en que echa en falta ese calor. La abrazo con fuerza, y pienso que en el fondo puedo entender al señor gruñón porque, pese a todo, quiere lo mejor para ella.

Sarah se queda quieta mirándome y juntando sus cejas castañas bastante pobladas. Parece como si me reparara.

―¿Te diste cuenta de que soy un desastre y esto es una mala idea? ―pregunto y ella vuelve a reír.

La puerta se abre y es Carl.

―Parece que cada vez se tienen más confianza ―comenta acercándose.

Hago una mueca de risa.

―Sí, creo que cada hora que pasa vamos reforzando el vínculo que nos une ―digo algo sarcástica.

―Eso es bueno, y a propósito de ello, prepárense para salir.

―¿Salir a dónde?

―El doctor Merkaff aprobó la lista, así que hay que ir a conseguirlo todo.

―¿Lo dice en serio?

―¿Por qué bromearía con ello? ―pregunta y yo pongo los ojos en blanco.

―Era sarcasmo ―rechisto y él se echa a reír como si apenas entendiera el chiste.

―Prepare a Sarah, el auto estará listo para salir en media hora ―anuncia y se marcha.

Me pongo en pie y camino hasta el armario para sacar un abrigo para ella. Sarah gatea detrás de mí y yo le miro sorprendida porque hasta ahora no lo había hecho. Acaricio su cabecita y me acuclillo para ponerle el saco rosa. El reloj con figura de osito en la mesita indica que son las tres de la tarde. La cargo y voy por un abrigo para mí en mi habitación.

Cuando bajo al vestíbulo me encuentro con Evan.

―¿Qué espera? No tengo mucho tiempo.

―¿Usted va a ir?

―¿Por qué lo pregunta?

―Pensé que iría con Carl o la señora Velma.

―No, iré yo mismo ―espeta haciendo un gesto con su cabeza para que le siga.

Voy tras él y me fijo que Carl mete el coche en la cajuela, sin embargo, cuando intento poner a Sarah en la silla de bebés, que ya está acomodada para ella en la parte de atrás, se niega a sentarse y cuando lo hago se pone a llorar. Evan arruga su cara.




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