Suspiro, y la verdad es que no quiero hablar ese tema con él. Me pregunto por qué de repente se cree con el derecho de saber cuáles son mis asuntos. Si hubiera ido con Daine en vez de optar por un trabajo de acompañante ocasional nocturno, sé que me habría dado el dinero, sin embargo, no lo hice porque no quería estar en deuda con él, además, que me habría visto obligada a decirle a mi madre y mi hermana que conseguí el dinero de la deuda con él, y lo último que quería era tener una discusión más sobre mi relación con Daine.
Ellas siempre han pensado que soy dependiente de él, y no estaban tan equivocadas, pero supongo que a veces eres la última en enterarte de tus problemas, aunque los demás te lo hagan ver. En este caso, quizás lo he hecho porque en el fondo no es mentira que me siento atraída por Evan y eso solo representa un problema para mí, porque no puedo caer en lo mismo.
Al igual que Daine, ninguno está a mi alcance, aunque la única diferencia es que nunca he dormido con mi amigo.
¡Cielos!
Antes pensaba que era algo que deseaba, pero ahora me da horror y no puedo ni imaginar que haga las mismas cosas que hice con el señor perfección.
¡Qué cuernos!
Por suerte no volvimos a tocar ni ese tema ni otro fuera de lo que concierne a Sarah. En parte porque tampoco le he dado pie a que lleguemos a ese tipo de conversaciones. La semana ha sido un tanto agitada entre mis clases y tener que volver corriendo para ocuparme de Sarah.
Ni siquiera sé si voy a poder sobrevivir a este ritmo, aunque en parte lo estoy llevando un poco bien. Para mi buena suerte esta vez no tengo que quedarme el fin de semana y puedo ir a descansar a casa. Eso me pone muy feliz, porque la verdad es que necesito un respiro y por lo menos no ver la sexy cara del señor gruñón por lo menos por veinticuatro horas.
Sin embargo, este alivio tiene un precio, ya que la próxima semana se cumple un mes del accidente en el que murieron los padres de Sarah y el trato es que ese fin de semana debo quedarme con Sarah.
He aceptado, pero en el fondo me estoy arrepintiendo porque presiento que van a ser unos días muy tristes, y la verdad es que para mí son como días grises y los odio, y más porque me recuerdan a los que pasé con la muerte de mi padre.
―Espero que Sarah lo pase bien ―le digo a la señora Velma―, si algo sucede no dude en llamarme ―agrego, pero la verdad es que espero que eso no pase porque deseo pasar un fin de semana tranquilo y relajado.
Luego de dejar a Sarah dormida después de su sesión de ejercicios, me voy a mi habitación para recoger mi maletín con las cosas que llevaré a casa. Mi teléfono suena cuando estoy terminando de cerrarlo. Para mi suerte, no es un mensaje ni llamada de Daine que estuvo bastante insistente en estos días, sino un mensaje de mi madre.
Te espero en casa este fin de semana. Sin falta.
Es lo único que dice y ni modo de negarme. Lanzo una larga exhalación antes de escribir mi respuesta.
Te veo mañana, mamá.
Termino de cerrar mi maletín y con él en la mano salgo de la habitación. En el pasillo me encuentro con Carl.
―¿Te estás turnando con el señor gruñón? ―le pregunto y él arruga la cara riendo.
―Que no te escuche decirle así.
―Vale, lo tengo en cuenta ―digo haciendo un gesto burlón de cierre en mi boca―, ¿algo para decirme?
―No, solo que te llevaré a tu casa.
―Eso no será necesario, puedo pedir un taxi.
―Denegado.
―¿Y por qué vine en uno el domingo pasado?
―Porque Evan lo autorizó.
―¿Y ahora?
―Ha autorizado que te lleve a casa.
―Seguro que es broma, pero ya que insiste, entonces llévame ―digo jovial.
Carl agarra mi maletín para llevarlo quitándomelo de la mano y hace una seña para que empecemos a caminar. Sin más remedio voy con él, antes de irme me despido de las chicas que trabajan allí y con quien he congeniado, además que me ayudan mucho. En especial con la señora Velma, quien aparenta ser una mujer adusta y seria, pero en el fondo es bastante amable y muy colaboradora.
Carl me deja en el piso que comparto con Gia y una vez se marcha, esta cierra la puerta, se abalanza sobre mí.
―¿Quién es ese bombón?
―¡Qué diantres Gia!
―¿Es él?
―¿De qué hablas?
―Tu jefe, es él.
―No, por supuesto que no.
―¿Entonces quién es? Dímelo, porque creo que acabo de tener un flechazo espontáneo.
―¡Por Dios! ¿Acaso no puedes pasar un minuto sin enamorarte de al primero que ves?
―Vamos, no me dirás que está para comérselo.
―No, creo que estás loca.
Gia va detrás de mí insistiéndome para que le diga quién es el hombre apuesto que me trajo a casa. Es obvio que no es el conductor porque ya le conoce y es viejo. Entro en mi habitación y, aunque quiero cerrar la puerta y dejarla fuera, no lo logro.