La verdad no creí que pudiera tener un tiempo para distraerme, sin embargo, sí que lo necesito. No suelo estar habituada a irme de fiestas solo porque sí, y aunque el señor perfecto gruñón piense lo contrario, soy bastante responsable y solo lo hago en casos como este cuando estoy demasiado saturada. Y lo cierto es que son muchas cosas dando vueltas en mi cabeza y por esta noche quiero clausurarlas.
Gracias al cielo, Gia dejó de insistir con eso de que le presentara a Carl, y la verdad es que, al igual que sucede con Evan, no lo conozco del todo, no obstante, de lo poco que sé, no alcanzaría para clasificarlo como un mal tipo, y tiene hasta mejor talante que Evan.
Él, por así decirlo, parece menos arrogante y más amigable; aun así, no sé si sea del todo confiable. Además, qué creo que la única que se está haciendo películas raras en la cabeza, es mi amiga. Tampoco es raro en ella, no al punto de que sea una loca enamoradiza, pero sí que le van los hombres guapos y simpáticos y Carl lo es por mucho.
―¿Qué te parece? ―Gia pregunta luego de estacionar en la zona de parqueo libre.
El club al que hemos llegado lleva el nombre de Tastys Nights, con grandes letras de neón.
―No lo sé ―respondo dudosa con la fachada que evidencia que es un lugar demasiado alegre.
Esperaba algo menos ruidoso, pero con suficiente ambiente para tomarte un trago y relajarte.
―No te dejes llevar por la apariencia, por dentro es espectacular ―dice muy animada bajándose del auto.
Le observo y luce radiante, una combinación entre lo angelical y travieso. A diferencia mía es más esbelta y voluptuosa y sí que sabe cómo llevar su ropa con mucho estilo. En cambio, yo prefiero no resaltar tanto por lo que esta noche no me he puesto ninguno de los vestidos costosos que me ha comprado Daine, ya que resaltan por lo cortitos y sus colores brillantes.
Esta noche he optado por ponerme uno mío menos corto y de color negro. También llevo tacones que puedo manejar sin quejarme o correr el riesgo de caerme y quebrarme una pata.
―Sí, tú lo dices ―repongo.
Ella toma mi brazo y luego de poner la alarma al auto me arrastra hasta la zona de entrada. Nos metemos a la fila y mientras esperamos nuestro turno de ingresar saco el teléfono porque he estado recibiendo notificaciones. Pensé que encontraría alguno del señor gruñón, pero no hay ninguno y solo son de mi hermana Margaret recordándome que mañana llegue a desayunar. Es su forma de decirme que también estará allí para que no me sienta atosigada por mamá.
“Ok”, escribo y guardo el teléfono porque ya llegó nuestro turno. Presentamos nuestras credenciales y nos dejan entrar. Como auguraba desde la entrada, el ruido de la música se hace fuerte, apenas traspasamos el recibidor del club. No hemos llevado abrigos para no complicarnos y vamos de lleno en busca de la barra.
―¿Cuántas veces has venido aquí? ―le pregunto a Gia casi que a los gritos.
El sonido es más estruendoso en la pista central que está abarrotada. Son casi las diez y a esta hora los clubes suelen ser de lleno total. Mi amiga dice que es la mejor hora porque es cuando llega la mejor clientela.
Ni siquiera quiero indagar a qué se refiere, porque es obvio que habla de los hombres guapos y adinerados que se pasan por los clubes a beberse un trago y conseguir una chica linda.
―Es la segunda vez, me lo recomendó Patsy, ¿Qué te parece?
―Ruidoso ―respondo alzando más la voz y tapándome los oídos.
Ella arruga la cara con una mueca. Seguimos caminando y haciéndonos paso a trompicones entre la gente hasta que llegamos a la barra, porque esta noche me apetece un buen trago, aparte que necesito reforzarme para mañana aguantar las cantaletas de mamá. Es claro que no me salvo este fin de semana.
Casi no encontramos espacio, pero logramos acercarnos cuando dos chicas se van y dejan dos puestos libres, de inmediato nos abalanzamos a ocuparlos. Las dos reímos como tontas cuando lo logramos.
―¿Qué le sirvo a las dos lindas chicas? ―pregunta el chico de la barra con una gran sonrisa.
―Dos daiquirís, uno de fresa y otro de limón, y ponle alcohol que queremos divertirnos ―responde Gia sin perder su efusividad.
El chico me mira y yo sonrío, asintiendo.
―Ella tiene razón ―confirmo.
―En un momento se los tengo listos ―responde el chico y de inmediato se marcha a prepararlos.
―No está mal, aunque no preciso para relajarse.
―¿Y quién quiere relajarse?, espero que tú no.
―No, la verdad es que quiero desestresarme ―digo y ella niega con su cabeza.
―Más te vale, porque si no vas a tener que hacer, ya sabes ―me advierte recordándome que no lo ha olvidado.
―No insistas con eso.
―¡Bien! Pero ahora dime, ¿sucedió algo entre tú y el señor gruñón?
―¿Por qué preguntas eso?
―Ay, vamos, seguro que esto ha hecho que no olvides lo que pasó esa noche.
―Y no me ayudas con eso recordándomelo ―digo mostrándome un poco enfadada.