―¿Vas a contarme que es lo que estás haciendo? ―mamá, cuestiona.
No dudaba que buscara un momento para preguntármelo.
―¿Y qué crees que estoy haciendo? ―le pregunto.
―Dímelo tu Madison.
―Estudio y trabajo para mantenerme, es lo que hago ―respondo alzándome de hombros. Mamá arruga su mirada―, y antes de que digas lo que siempre estás pensando, no me fui de casa para hacer otra cosa ―añado.
―¿Entonces no necesitas dinero?
―No ―recalco―, estoy usando el fondo para educación que papá me dejó y con mi trabajo pago mis otros gastos.
―Y qué hay con respecto a Daine, ¿sigues obsesionada con él?
¡Diantres!
Mi madre sí que es directa y no me extraña que lo mencione de esa manera. Por lo general, ese es su pensamiento, ya que en el pasado sí estaba loca por Daine, pero creo que madurar me ha dado un poco de cordura. Y ya no es mi ideal.
―No tengo quince años, se supone que en esa época babeaba por él.
―No dudo que sigas haciéndolo.
―Tampoco deberías dudar de que he madurado.
―Espero que sí, Madison, porque odiaría enterarme de que sigues detrás de él cuando su familia solo muestra su desprecio por cualquier nexo que puedas tener con él.
―Seguimos siendo amigos, nada más.
―Quiero creer que es cierto.
―Mamá tengo dignidad.
―Supongo que sí ―arguye poniéndose en pie―, y aquí está la prueba ―agrega mostrándome imágenes que le envían a su teléfono de las capturas que han hecho ―muy seguro sus buenas amigas que le informan todo―, en los lugares a los que he ido con Daine.
Inclusive hay una en el lobby de la fiesta fallida. Debería decirle que me fui de allí.
―Vaya, tengo muy buenas espías.
―No llegan a mí por qué las solicite, y lejos de alegrarme me avergüenza que no conozcas tu lugar.
―Mamá, ¿me crees cuando te digo que entre él y yo solo queda una amistad? Y no es que yo le ande persiguiendo, ha sido él. Y para que te quedes tranquila no volverás a recibir ese tipo de fotos. Ya no volveré a aceptar sus invitaciones.
―Siempre dices eso.
―Esta vez es cierto, yo estoy planteándome nuevos horizontes ―expongo y lo hago con seriedad. ―El punto en esta gastada conversación es que ella no cree que lo esté haciendo.
Mamá frunce el ceño.
―¿Vas a decirme que estás saliendo con alguien?
―¿Si fuera así tendría algo de malo? Creo que puedo salir con quien quiera. Margaret lo hizo también y mira que está casada.
―Mientras no sea el hijo de los Castelli; además, tu hermana conoció a un buen hombre.
―Te aseguro que no lo es.
―¿Y quién si es? ―inquiere.
Trago con fuerza, porque no pensaba llevar esa conversación más allá de buscar una forma de tranquilizarla y que deje de pensar que toda mi vida voy a estar suspirando por Daine. Lo cierto es que ya no ocupa mis pensamientos.
―Ya dije que no es él.
―Bien, voy a creerte, pero cuando me lo presentes.
―¡Por Dios mamá! No estoy en secundaria para presentarle mi novio a mi madre.
―Haz de cuenta que sí, así que cuando estés lista, tráelo a casa ―acota poniéndose en pie y saliendo de mi vieja habitación.
Una vez cierra la puerta me tiro frustrada en la cama abrazando contra mi pecho la vieja almohada de corazón con la que siempre tenía que dormir. Cuando me fui la dejé en casa porque era una manera de demostrarme que ya había crecido lo suficiente como para estar amañada con una almohada.
No fue fácil dejar ese apego porque papá me la compró, pero fue necesario hacerlo. Si quería empezar a comportarme como un adulto, tenía que dejar atrás las niñerías. Y lo hice, ahora es un buen recuerdo; sin embargo, cada vez que la veo, me da nostalgia.
Supongo que las relaciones también son así cuando las dejas. No puedes evitar ese sentimiento; no obstante, ¿Qué acabo de hacer?, y lo peor es que conociéndola no me dejará en paz hasta que le presente a un novio.
¡Qué mierda!
¿Por qué no se me ocurrió otra cosa?
Ahora tengo que buscar a alguien que esté dispuesto a seguirme la corriente y no tengo a nadie.
¡Cielos!
La tontería que me he inventado para calmar a mi madre me hace reír como tonta. La puerta se abre y es mi hermana.
―Así que tienes novio y no me lo has contado ―dice tirándose en mi cama también.
―Creí que mi madre no era tan chismosa ―comento incorporándome sentada.
―Créeme, le ha puesto de buenas, saber que ya no suspiras por el tonto de Daine.
―Apenas lo estoy conociendo, y solo lo he dicho para que deje de molestarme con lo mismo.