Que difícil fue decirte adiós.
En esa despedida, me escondí entre muros de alejamiento y soledad.
Una ausencia tomó mi mente.
Un hueco perforó mi alma.
Un abandono insufrible dominó mi corazón.
Y la pena secuestro mi ser.
Eras mi sol y de repente todo se transformó en oscuridad…
En oscuridad déspota y autoritaria.
Ecos de rechazos aparecían, inevitablemente cómo flores primaverales.
Los meses pasaban y me amigaba con mi desconsuelo.
Alzando una voz muda y sensata que no condescendía a decir tu nombre.
Al llegar la noche, las paredes se cerraban y abrazada a mis rodillas, renunciaba a nuestra historia.
Pero la verdad, es la verdad…
Tu amor se había caído.
Tu amor se había derrumbado.
En algún punto te acostumbra a la herida, creando una amistad.
Y luego, un día sin darme cuenta, mi duelo se desprendía de a poco.
Dolía menos, y los días eran más llevaderos.
Deje de lado mis penas, mis temores, mis sufrimientos.
Aprecie un nuevo amanecer.
Un nuevo inicio, esperándome.
Por ese motivo… te digo adiós para toda la vida.