Me amarás una vez más del mismo modo.
Majestuoso, misterioso y poderoso, como una esmeralda en bruto, en medio del Océano Atlántico, resaltaba Fernando de Noronha, franqueado por las enigmáticas aguas azules de la profundidad, que vacilaban con el inigualable color turquesa, ese tono increíble que se degradaba justo al llegar a la costa, donde las olas besaban la arena. El archipiélago volcánico se dejaba ver a través de las casi inexistentes nubes que intermitentemente vetaban el paradisíaco lugar.
Rachell se encontraba realmente ensimismada admirando a través de la ventanilla del avión, ese lugar donde se convertiría en madre, donde le daría la bienvenida a ese maravilloso ser al que le estaba dando vida. Los latidos del corazón se le aceleraban ante la felicidad, al saber que su esposo había elegido lo más cercano al paraíso para mirarse por primera vez en los ojos de su hijo o hija, sin saber qué sería, ya lo amaba como a nada en el mundo.
Recordó ese momento en que colmada de dudas y miedos, decidió suspender todos los métodos anticonceptivos, así mismo rechazó a Samuel en varias oportunidades, tal vez porque no estaba completamente segura de dar ese paso, y él sin saberlo, aprovechó una mañana de un sábado de septiembre, pronto a su cumpleaños número veintinueve, y arruinó a punta de besos y caricias, todas sus murallas, como siempre lo había hecho. Entre los brazos de ese hombre, olvidó por completo el temor de formar una familia y se entregó plenamente al disfrute que él prometía.
No podía controlar la sonrisa nerviosa que bailaba en sus labios, siendo apenas consciente de la calidez de la mano de Samuel prodigándole caricias a su abultado vientre, viajando en perezosos círculos, aseguraba que esos mimos los brindaba con todo el amor que su alma guardaba.
—¿Te sientes mareada? —preguntó en un susurró y le dejaba caer un suave beso sobre el hombro.
Desvió la vista del increíble lugar que esperaba por ellos, y atendió a la pegunta de su esposo.
—Un poco —contestó buscando con su mirada las pupilas de Samuel para ser completamente sincera—. También tengo náuseas, pero se me pasará —aseguró regalándole una sonrisa tranquilizadora, y posó una de sus manos sobre la de Samuel. Él intentó detener las caricias, pero ella lo instó a seguir.
Estaba en el último trimestre del embarazo y empezaba a sufrir de síntomas que no se hicieron presente antes, sin embargo, eran realmente leves, con los cuales lidiaba perfectamente.
—Si quieres te acompaño al baño.
—No, no es necesario. Creo que Snow está más mareado que yo —sonrió desviando la mirada a su enorme mascota que iba en la jaula. Ella no quería exponerlo a ese viaje, pero no tenía el corazón para dejarlo por tanto tiempo al cuidado de otra persona. Estaba segura de que Sophia lo cuidaría muy bien en Río, sin embargo, prefería tenerlo en todo momento—. Ya falta poco mi pequeño —captó la atención del perro.
Snow estaba acostado, con el hocico apoyado sobre sus patas delanteras, le dedicó una mirada de súplica y gimió, como si entendiera lo que Rachell acababa de decirle.
—Pasajeros, nos encontramos próximos a aterrizar en el Aeropuerto Fernando de Noronha, por favor, hacer uso del cinturón de seguridad y dejar los actos lascivos para otro momento, ya tendrán tiempo para coger como si el mundo estuviese a punto de irse a la mierda —se dejó escuchar la voz de Ian a través de los altavoces—. Porque después de que se agrande la familia deberán suspender todo tipo de actividad sexual por cuarenta días, y eso sí es fin de mundo —siguió en medio de carcajadas que inundaban la aeronave, mientras sobrevolaba el archipiélago.
—No te preocupes Sam, después recuperarás el tiempo perdido —interrumpió la voz de Thais, que fungía como copiloto. Tratando de animar al que consideraba su cuñado, mientras sonreía y le guiñaba un ojo a su esposo, que ocupaba el asiento de al lado, comandando el avión privado de la familia Garnett Winstead, y que fue el regalo de bodas por parte de ellos para la pareja.
Samuel hizo un divertido mohín, mientras le ajustaba el cinturón de seguridad a Rachell y mentalmente intentaba hacerse a la idea de lo que Ian acababa de decir; resopló cuando sintió algunos latidos en sus testículos como si protestaran ante ese mandamiento de resignación que su cerebro enviaba a su cuerpo.
—Tranquilo —sonrió Rachell acunándole una mejilla—. Puedo ser muy creativa —de manera provocativa, se relamió los labios con la punta de la lengua, haciéndolo con una lentitud que provocó un roncó jadeo en su esposo. Entonces quiso jugar un poco con las emociones de Samuel, y con toda la alevosía que poseía, llevó su lengua contra la parte interna de su mejilla izquierda, empujando descaradamente en un claro gesto sexual.
—Deberás ser muy creativa —carraspeó removiéndose en el asiento, mientras nerviosamente se ajustaba el cinturón de seguridad.
—¿Estás dudando de mis habilidades? Podría dejarte loco con una felación —aseguró entornando los párpados.
Samuel echó la cabeza hacia atrás en el asiento y soltó una sonora carcajada.
—¿Te estás burlando? —inquirió golpeándole el hombro y ella misma reía; sin embargo, sus pupilas se anclaban en el mágico y excitante movimiento de la nuez de Adán de su marido, subiendo y bajando ante la carcajada.