Ser padres nos cambió la vida: Relato de Dmav

Parabéns Paí

Parabéns Paí

 

Río de Janeiro 1995

 

 

Risas infantiles poco a poco fueron sacándolo de ese sueño profundo en el que se sumía cada vez que su cuerpo tocaba el colchón, siempre se iba a la cama totalmente agotado, esa era la razón por la que siempre despertaba en medio de charcos de orina, él no contaba con las energías suficientes para levantarse a medianoche y llevar a sus hijos al baño, a duras penas en medio del sopor se cambiaba de puesto en la cama a uno que no estuviera mojado, a ellos los dejaba tal cual, porque no les incomodaba en lo mínimo seguir sumidos en las lagunas que creaban durante la noche.

Con 38 años, ya Reinhard Garnett era catalogado como uno de los tres hombres más influyentes del país, pero nadie podía saber que todo ese poder que el dinero le ofrecía no lo libraba de que se levantara todos los días con ese particular olor que debía quitarse con una buena ducha y terminar disimulando cualquier rastro con su costoso perfume.

De la puerta de su casa para afuera era el poderoso Reinhard Garnett, al que cuando su divorcio se hizo público las mujeres empezaron a asediarlo, porque atraparlo era asegurar un futuro colmado de excentricidades, pero realmente su corazón estaba destrozado, estaba hecho pedazos y lamentablemente cada trozo amaba a esa ingrata mujer que lo dejó sin ningún remordimiento, luchaba todos los días por olvidarla, por arrancarse ese sentimiento del pecho, cuando tenía algunos minutos libres, se escondía para llorar la tortura de seguir amando a su exmujer, Nathalia no solo lo había abandonado a él sino que también lo había hecho con sus

hijos, con lo que él consideraba la muestra más grande de su amor, demostrando que tampoco le había dado ninguna importancia a tantos años juntos.

Pensó que tal vez había sido demasiada cruel su exigencia de quitarles a sus hijos el apellido de su madre, muy en el fondo pensaba que era su mejor método de presionarla para que al menos no se desentendiera por completo de ellos, aún guardaba las esperanzas de poder verla cara a cara cada quince días, y así reconquistarla, no obstante la muy desalmada, sin un atisbo de dolor maternal, firmó la petición. Sus hijos dejaron de llevar el Falabella y solo se quedaron con el Garnett.

Sin duda alguna, estaba en el peor momento de su vida, había pasado un poco más de un mes desde que se había enterado de la muerte de su hermana, ahora con él vivía su sobrino, al que había asumido de manera legal como su hijo, era una gran y complicada responsabilidad, porque Samuel parecía no avanzar, no hablaba y la mayoría del tiempo debía adivinar las necesidades y peticiones del niño, también interpretar sus extraños miedos, sobre todo al calor, no podía comprender cómo era posible que alguien le tuviese temor a un día soleado en Río de Janeiro.

Rodó en la cama sobre su costado izquierdo cayendo completamente en un charco de fría orina, todo el cansancio, todo el sueño se le fue al Diablo, y no porque se hubiese dado ese baño matutino, sino porque en la cama no estaban Samuel ni Thor, se levantó rápidamente, mirando a todos lados, con la angustia de padre latiendo desesperada.

—Thor, Sam… —los llamó en su camino hacia el baño, pero encontró el lugar vacío, ellos nunca despertaban antes que él y eso solo aumentaba su preocupación.

Salió casi corriendo a la habitación de Ian, que gracias al cielo no se pedía un lugar también en su cama, su hijo mayor con tan solo

doce años era realmente independiente, muchas veces se sentía culpable de ver la rapidez con la que su niño estaba madurando, estaba dejando a un lado la inocencia para poder ayudarlo, lo imitaba en todo, hasta en su manera de algunas veces reprender a Thor.

Abrió la puerta y solo se encontró con las sábanas revueltas, tampoco estaba Ian, eso verdaderamente empezaba a aterrorizarlo. No quería pensar que Nathalia se los hubiese llevado solo por hacerle la vida imposible, o por buscar más dinero del que ya le había quitado con el divorcio.

Con gran parte izquierda de su pijama empapado por orina, bajó las escaleras y entonces escuchó a Ian dándole órdenes a Thor que reía divertido, burlándose de las imposiciones del hermano mayor, justo en ese momento el alma le regresó al cuerpo y pudo llenar sus pulmones una vez más.

Bajó con mayor rapidez las escaleras y se los encontró en la sala, los tres corrieron y se aglomeraron uno al lado del otro, mostrándose nerviosos al haber sido pillados haciendo quién sabe qué cosa. Realmente era terrible tener que mantener a raya a tres hombrecitos, sabía que los dolores de cabeza nunca tendrían fin, pero sin dudar, eran más los momentos en los que se maravillaba con ellos.

—¡Santo Dios! —se llevó las manos a la cabeza al ver a los tres parados frente a una de las paredes principales de la sala, todos llenos de pintura, tenían témpera de todos los colores desde los pies hasta la cabeza, habían hecho un desastre, los pijamas y hasta el yeso de Samuel se encontraban manchado de toda la gama de colores que pudiesen existir.

Apenas llegaba a la planta baja, cuando Ian les hizo un ademán para que Samuel y Thor se movieran, dieron dos pasos hacia un lado sin dejar de mirar a Reinhard que se acercaba a ellos, no podía creer lo que habían hecho.

—Ian, ¿por qué has permitido todo esto? Eres consciente, sabes que está mal hecho que rayen las paredes, aún más que las manchen con pintura —reprendió a los niños llevándose las manos a la cintura, mientras ellos lo miraban con los ojos abiertos de par en par, además que en los de Samuel habían grandes interrogantes porque no entendía absolutamente de ese regaño en portugués.




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