Martes 31 de marzo
Era una noche de ensueño en la que el firmamento se abría ante los ojos de Chris Carter. El cielo estrellado parecía una manta infinita de puntos luminosos, mientras una suave brisa acariciaba su rostro. En aquel rincón del Monet Park, el río Da Vinci fluía con una calma celestial, sin perturbaciones ni ruidos que rompieran la serenidad de aquel entorno oscuro y gélido.
Absorto en sus pensamientos, Chris se encontraba sentado en un banco frente al río, como si fuese una sombra fugaz en aquel parque aparentemente vacío. La tela blanca de su camiseta se agitaba suavemente al compás del viento, que en su frialdad no era suficiente para protegerlo del clima despiadado de la primavera al caer la noche. Sin embargo, esa incomodidad no parecía importarle demasiado, ya que su mirada estaba fija en las aguas del río. Observaba cómo la corriente, a pesar de la primera luna llena del año, mantenía su fluir sereno, sin alterar su cadencia. Esa suave y silenciosa corriente transmitía una tranquilidad que se volvía cada vez más escasa en los turbulentos tiempos modernos.
La atmósfera oscura y apacible del parque era todo lo que Chris necesitaba en ese momento. Se sentía perturbado por los tormentosos giros de sus pensamientos, que acosaban su mente y le arrebataban el control sobre sí mismo. Exhausto, derrotado y con una profunda sensación de abatimiento, se encontraba en un estado de vulnerabilidad marcada. Su frágil psique recibía golpes constantes de su inconsciente, una voz molesta y maligna que tintineaba en su interior, buscando derribar las últimas barreras de defensa mental que protegían la integridad de Chris. Sin embargo, a pesar de sentirse golpeado, no estaba dispuesto a ceder por completo. Aunque convivía con su fragilidad mental a diario, su voluntad seguía firme y decidida a seguir adelante, incluso en medio de las tormentas más violentas. Pero a medida que caminaba y avanzaba, solo encontraba dolor como recompensa. El camino seguía siendo ilegible, el progreso no se mostraba en su exigente perspectiva.
¿Por qué todo tiene que ser tan difícil? - se preguntaba en silencio, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos y recorrían su rostro, deslizándose hasta caer sobre el césped aceitunado del parque. "¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?" Eran preguntas que lo atormentaban constantemente. Sentía una conexión inquebrantable con el deseo de entender la razón de todas las cosas, sin darse cuenta de lo perjudicial que era para sí mismo. No tener las respuestas que creía necesitar para seguir adelante obstaculizaba su camino y lo mantenía estancado en un punto improductivo. Rápidamente, se limpió las lágrimas saladas con los dedos índices y volvió su mirada al río, buscando que la calma inalterable de las aguas aplacara su turbulencia interna. No quería llorar, porque sabía que no solucionaría nada. Creía que la acción era lo que lo liberaría, pero, a pesar de pensarlo, la acción nunca llegaba. La intranquilidad en su mente lo paralizaba y lo sumía en un círculo vicioso de infelicidad autoprovocada.
Su presente no deseado le causaba un daño que se asemejaba a una hemorragia. No importaba el tamaño de la herida ni la velocidad de la sangre que fluía, el resultado sería el mismo: si no se atendía, el colapso era inevitable. Pero, ¿cómo se puede enfrentar un problema tan abstracto? Su trabajo, que odiaba, no le faltaba, y nada podía hacer para cambiar la situación de la ciudad. Era solo un ciudadano común y corriente que atravesaba un momento difícil, al igual que muchos otros.
"¿Acaso puedo hacer algo para cambiar el rumbo de las cosas?" pensó. "Creo que he hecho todo lo que está a mi alcance, pero ¿es suficiente? ¿Qué sentido tiene seguir nadando contra la corriente cuando mi cuerpo solo anhela paz? He dado más de quinientos mil pasos en mi vida en busca de algo, algo por lo que ya no tengo ganas de luchar. Después de todo, el tiempo se ha encargado de demostrarme que mis decisiones han sido equivocadas. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Dar quinientos mil pasos más? ¿En busca de qué? Tal vez deba aceptar las cosas como son. Soy solo otro ciudadano perdido en este vasto mar que llamamos existencia".
Hacía tiempo que su percepción de sí mismo no era favorable. Los ataques hacia su persona eran frecuentes, y no tenía intención alguna de detenerlos, porque para él, todo lo que se decía era cierto.
"Sería ingenuo pensar que insistir dará resultados diferentes. Con el tiempo, me cansaré y volveré aquí para evitar explotar por esa angustiante ansiedad que me consume. No tiene sentido seguir, ¿para qué? ¿Para demostrar qué? Si todo lo que he hecho ha salido mal", se lamentaba.
La realidad era que no todo había sido tan malo como él se decía. Pero, ¿cómo convencer a un hombre que se ha convencido a sí mismo? Podrían mostrarle una perspectiva diferente, pero dependería de él dejar a un lado su orgullo y prestar atención a las palabras ajenas. Convencerlo sería difícil, y cuando la persuasión se basa en una visión negativa, suele resultar devastadora para quien la lleva consigo. Desafortunadamente, ese era el caso de Chris Carter.
Finalmente, después de un tiempo indefinido, decidió ponerse de pie y emprender un camino. ¿Hacia dónde? Ni él mismo lo sabía. Solo sentía una necesidad ferviente de caminar, de ponerse en movimiento y contemplar cómo el paisaje se desplegaba frente a sus ojos, haciéndole creer, aunque solo fuese por un momento, que estaba avanzando. Su mirada pesaba, su espalda le dolía intensamente y su cabello estaba desordenado. El cansancio se apoderaba de todo su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Después de dar unos cuantos pasos, comenzó a temblar debido al frío que se filtraba en su ser. Ahora sí lo sentía. Se recriminó a sí mismo por no haberle hecho caso a su amigo Paul y llevar un abrigo, pero sus pensamientos apenas se sostenían antes de salir sin previo aviso de su departamento. El día había sido duro, como todos los días, pero no había nada extraordinario en él que no fuese parte de la rutina de cualquier otro ciudadano. Tenía un trabajo y una jefa que no le gustaban, algo común. Sus ingresos no eran suficientes para más que cubrir los gastos de su hogar, algo desafortunadamente común. Su castigo personal se debía principalmente a un pasado del cual no podría desprenderse nunca.