Seré quien quiero ser

Capitulo 6

Chris Carter se adentró en la monotonía del día mientras llevaba a cabo las tareas rutinarias que tanto aborrecía. Había llegado a su puesto de trabajo a eso de las diez y cuarto de la mañana, momento en el que Wayne, su compañero, lo había recibido con un gesto apenas perceptible de interés. Desde entonces, se había sumergido en una serie de labores mundanas que incluían la organización de eventos menores y la revisión de aburridas solicitudes de publicidad.

No era tanto el carácter simple de estas tareas lo que provocaba el desdén de Chris, sino más bien su falta de significado para él. Las consideraba tediosas y robóticas, meros trámites que cualquier persona con un poco de práctica podría realizar correctamente. Sin embargo, su verdadera preocupación radicaba en que este tipo de quehaceres eran un obstáculo para su creatividad. Sentía que, al no representar ningún desafío para sus habilidades, corría el riesgo de estancarse y ver perjudicado su desarrollo personal y profesional.

La revista en la que trabajaba no ofrecía muchas oportunidades para expresar su creatividad. La única actividad que consideraba medianamente artística era la redacción de reseñas literarias, pero incluso en ese ámbito se encontraba coartado por las estrictas directrices impuestas por sus superiores. Cada palabra y cada párrafo debían ajustarse a una fórmula establecida, dejando poco margen para la originalidad y la exploración de nuevos horizontes.

En lo más profundo de su ser, Chris anhelaba un trabajo que le permitiera desplegar su imaginación sin restricciones, donde pudiera crear algo auténtico y significativo. Sin embargo, en ese lugar anodino y apagado, sentía cómo su espíritu creativo se marchitaba lentamente, como una planta sedienta en un desierto.

Las líneas finas comenzaban a hacerse notar en la frente de Chris, dibujando pequeñas arrugas que atestiguaban las muchas veces que había tensado sus cejas. Su cabello, rebelde y despeinado, se inclinaba hacia el lado derecho de su rostro, como si también reflejara su estado de ánimo agitado. Sus ojos, fatigados por la cercanía constante con la pantalla de la computadora, parpadeaban con mayor frecuencia de lo habitual, buscando alivio en el parpadeo fugaz. Un leve dolor de cabeza y un sutil malestar corporal se hicieron presentes, secuelas del riguroso entrenamiento del día anterior. El cuerpo de Chris parecía un espejo que reflejaba las turbulencias de su mente; cuando estaba pasando un buen momento, como en el desayuno compartido con Alison, era capaz de ignorar cualquier dolor o malestar. Pero cuando el castaño caía en un mal humor, todos esos malestares afloraban sin piedad.

Con fastidio evidente en su gesto, Chris pasó una mano fatigada por su rostro, tratando de ahuyentar la molestia que lo aquejaba. Luego, soltó un suspiro cargado de frustración, liberando toda la tensión acumulada en su interior. Trataba de convencerse a sí mismo, recurriendo a las mismas palabras que se repetía una y otra vez a lo largo de su vida: "Hay que ser responsable", "Me están pagando", "Necesito este trabajo".

En un intento de describir lo que el trabajo en la revista significaba para él, Chris se vio atrapado en sus propias palabras desalentadoras: "Trabajar aquí era tan emocionante como ver secarse la pintura". Era consciente de que aquel lugar no le proporcionaba la satisfacción que anhelaba, que su pasión por la escritura y la creatividad parecía opacarse en medio de las rutinas y las tareas monótonas. La revista, una vez una fuente de emoción y expectativas, se había convertido en un paisaje seco y sin vida, donde las ideas languidecían y la inspiración parecía esfumarse con cada página en blanco.

Cuando el reloj marcaba la hora del almuerzo, Molly se acercó al escritorio de Chris con cautela, mientras jugaba nerviosamente con la pulsera roja que adornaba su muñeca izquierda. El cabello castaño de Chris caía sobre su rostro mientras se esforzaba en terminar los últimos correos importantes. Anhelaba liberarse de sus tareas para poder dedicar más tiempo a la reseña que tenía pendiente.
Molly, sintiéndose cada vez más cansada e incómoda por la espera, dio unos pasos más y se colocó casi al lado del hombro derecho de Chris, antes de decidirse a hablar.

-Hola, Chris-susurró Molly en un tono apenas audible. La valentía que había reunido para acercarse se desvaneció en el instante en que abrió la boca.

-Hola, Molly-respondió Chris con poco entusiasmo, sin apartar la mirada de su pantalla.

-No pareces muy inspirado hoy-replicó ella, casi escondiéndose tras sus palabras.

-¿Cuándo me has visto inspirado?-preguntó Chris con ironía.

-Aquel día en que discutiste con Minerva se te veía mucho más inspirado que hoy-señaló Molly con agudeza, observando detenidamente a Chris.

-Esa es una forma interesante de verlo-contestó Chris, apartando la vista de la computadora para encontrarse con los ojos de Molly.

-¿Deberíamos... ir a almorzar para que pueda ayudarte con tu reseña?-preguntó Molly, sintiéndose intimidada. Aún no se acostumbraba a estar cerca de él.

-Por supuesto, dame un minuto más y nos sumergiremos en eso-respondió Chris con determinación. Con una rapidez sorprendente, sus dedos se movieron con agilidad sobre el teclado, completando sus tareas restantes. No quería hacer esperar a Molly. En poco más de dos minutos, había terminado todo el trabajo que le quedaba.

Después de finalizar, Chris cerró los programas que había utilizado y se levantó de su silla, abandonando finalmente el escritorio.

-Vamos-dijo el castaño, asintiendo levemente con la cabeza para indicar el camino.

-Está bien-contestó Molly mientras se ajustaba las gafas, preparándose para seguirlo.

Ambos tomaron sus pertenencias y continuaron su camino. Molly se colocó al lado de Chris, siempre manteniendo una distancia prudente para evitar cualquier contacto físico innecesario. Durante la espera en el ascensor y la posterior salida de la torre, Molly se mantuvo inalterable en su comportamiento. Una tímida sonrisa adornaba sus labios, sus mejillas enrojecían levemente y se sumergía en un estado de introspección constante. En ningún momento durante esos segundos transcurridos, la joven Molly dio señales de querer entablar una conversación. No era que no quisiera hacerlo, sino que aún no se sentía lo suficientemente segura para establecer una comunicación fluida con Chris. No por el momento.
Chris la observaba disimuladamente, de reojo, y en ocasiones se sentía incómodo debido al silencio. Sin embargo, su pensamiento no se volvía negativo. En su divagación interna, llegó a la conclusión de que era común que los prodigios fueran introvertidos. Y así era como él consideraba a Molly, como una prodigiosa escritora.




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