Seré su papá

Capítulo 3

– ¿Está seguro de que vendrá? – pregunta Diana con impaciencia mientras escudriña el horizonte. Ya llevamos veinte minutos esperando en el mismo lugar, y sigue sin aparecer el coche. ¿Será que Mirón nos gastó una broma?

– No lo sé – respondo molesta. – Mirón no parece ser alguien que hable por hablar.

– Pero, tú casi no lo conoces – se inquieta mi amiga.

Es cierto. Lo que yo creo podría no ser la realidad. Pero, de cualquier forma, estoy dispuesta a aceptar su propuesta. No tengo otra opción.

– ¡Qué coche tan impresionante! – exclama Diana entusiasmada, y sigo su mirada. Un lujoso Mercedes negro aparece en el estacionamiento, y de inmediato sé que es para mí.

La puerta del conductor se abre y veo a un hombre de unos cuarenta años. Es alto, de hombros anchos, y tiene un aire imponente.

– ¡Buenas tardes! – saluda con voz grave. – Perdón por el retraso. Hubo tráfico. ¿Eres Eva?

– Sí, soy yo – afirmo con un gesto de cabeza.

Me abre la puerta trasera, y tras abrazar a Diana a modo de despedida, me acomodo en el asiento trasero. La puerta se cierra y el conductor regresa a su puesto. Arrancamos, y noto que mis manos empiezan a sudar. Algo me inquieta en este momento. Sé que no habrá vuelta atrás cuando le diga a Mirón que acepto.

– ¿Tienes frío? ¿Quieres que encienda la calefacción? – la voz del conductor irrumpe en mis pensamientos. Nuestros ojos se encuentran en el espejo retrovisor y me siento incómoda.

– No, no es necesario – contesto. – Estoy bien.

Él asiente y vuelve a mirar la carretera. Y yo sigo pensando en lo que estoy a punto de hacer. Tal vez dude hasta el último momento. Aunque entiendo que es mi única oportunidad para salvarme a mí y a mi hija, una pequeña incertidumbre sigue en mi interior.

Temo arrepentirme después.

– Llegamos – dice el conductor, y miro de inmediato por la ventana hacia la imponente edificación de espejos.

Él sale del coche primero y me abre la puerta. Me conduce hasta la entrada, y los guardias nos dejan pasar sin problema al verlo.

– Debes ir al piso dieciséis – indica al detenernos ante el ascensor. – Allí está la recepción.

– Gracias – respondo, y él asiente. Da media vuelta y se dirige a la salida, mientras yo entro al ascensor y presiono el botón correspondiente.

Mis manos siguen sudorosas y el corazón parece salirse del pecho. Mi pequeña también está inquieta, así que acaricio mi vientre con la mano.

– Todo estará bien, pequeña – susurro. – Ya verás.

Las puertas del ascensor se abren y entro en una amplia recepción con ventanales panorámicos. Tras el escritorio, una guapa rubia de labios rojos que no me agrada demasiado. No me gusta la desfachatez; todo debería tener un límite. Pero esta chica evidentemente no lo conoce. Su blusa es demasiado ajustada y apenas contiene sus atributos.

– ¿Eres Eva? – pregunta en un tono claramente no amistoso. Parece que no le agrada que esté aquí.

– Sí – confirmo.

– Mirón Pavlovich está en una reunión. Tendrás que esperar – indica, señalando el sofá. Me siento sin entender por qué Mirón me hizo venir si no tiene tiempo.

En las películas, los secretarios siempre ofrecen café o té, pero parece que esta chica no ha visto esas películas. Está absorta en su teléfono, escribiendo mensajes.

Han pasado más de cinco minutos y empiezo a cansarme de todo esto. ¿Está jugando Mirón conmigo? ¿Cuánto más tendré que esperar aquí?

Imprevistamente, la puerta de su despacho se abre y Mirón le dice a su asistente:

– ¿Por qué no dejaste pasar a Eva? – su voz suena diferente, molesta y ruda. La chica suelta el teléfono y se levanta de su asiento apresurada.

– Lo siento, Mirón Pavlovich. Pensé que era una conversación importante.

– Eva, ven conmigo – Mirón ignora su explicación, y sospecho que después tendrá un encuentro con ella. Sus ojos lo dicen todo.

Me levanto del sofá y me acerco a Mirón. Está parado en la puerta, así que me cuesta bastante entrar. No entiendo por qué actúa así. ¿Intenta hacerme sentir incómoda? Y lo está logrando perfectamente.

– ¿Puedes dejarme pasar? – susurro con disgusto, y él baja la cabeza sonriendo. La ira hacia su asistente ha desaparecido.

– Hay suficiente espacio aquí, pasa – dice.

¡Qué infantil! De verdad.

Reuniendo todas mis fuerzas, paso al lado de él, pero mi vientre roza con él. Mirón también lo nota y finalmente entra en el despacho, dándome más espacio para pasar.

– Perdón por la espera – dice, cerrando la puerta. Ahora estamos solos. – Angela no es muy eficiente.

– Tal vez tendrías que haber contratado a alguien competente en lugar de una muñeca inflable – suelto, dándome cuenta tarde de cómo sonó.

Como si estuviera celosa o enojada.

Mirón levanta las cejas sorprendido y yo me sonrojo. Me estoy dejando llevar por el camino equivocado. Debo calmarme y centrarme en lo que vine a hacer.

Para distraerme, observo el despacho y mi mirada se detiene en los ventanales panorámicos. Toda la pared es de vidrio, del techo al suelo. Es simplemente espectacular. Nunca había estado tan alto antes.

— Creo que es momento de ir al grano — dice Mirón, y de inmediato pierdo el interés en los paisajes. Se acomoda en su gran sillón de cuero y junta las manos sobre la mesa. — Siéntate aquí, Eva.

Voy hacia el sillón frente a él y me siento. Ahora solo nos separa la mesa, pero aún me siento incómoda bajo su mirada directa. Ayer, cuando fui a ver a Max, su aparición me sorprendió, pero estaba con las emociones a flor de piel, muy desconcertada. Hoy es diferente.

— Quiero saber cuáles son tus términos — digo, reuniendo todo mi coraje.

— Bien hecho — sonríe. — ¿Para qué retrasarlo más, verdad?

Asiento y me pongo nerviosa. Algo me dice que no será tan sencillo, y me preparo para escuchar algo que no me gustará.

— Déjame que te explique la situación — Mirón se endereza y se apoya en el respaldo del sillón. — Mi abuelo es una persona bastante… singular. Ha decidido que he pasado demasiado tiempo soltero. Y para cambiar eso, me ha impuesto ciertas condiciones. Son varias. En tres meses debo casarme, y en un año debo tener un hijo.




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