Serendipia.

Capítulo 8.

Maeva.

Para mi desgracia el tonto de Johan. Me ha hecho la vida miserable.

Sinceramente no se si podré llegar a fin de mes, aguantándolo.

—Señorita, llame al asistente de Mauren Lewis y confirme nuestra cena. -espetó sin siquiera mirarme.

—¿Pido que la habitación tenga juegos o solo lo básico, señor?

Ante esa palabra Johan detuvo su andar.

—¡¿QUÉ MIERDA ESTÁS DICIENDO?!

—No sabía que tenía problemas de audición, señor.

—Te estas pasando de lista.

Me mordí el labio inferior solo para provocarlo. A esto le agregué una leve inclinación para que se viera mi escote.

—¿Eso es bueno o malo, Johan?

—No juegues con mi paciencia.

—¿O si no qué? ¿Me esposaras a la cama, querido?

—Llama al asistente de Lewis y confirma nuestro encuentro.

—Como usted ordene, jefecito.

Johan me brindo una mala mirada antes retomar su camino.

—¡Pondré el cuarto de juegos, papasito…! -espeté a gran voz para que el me escuchara.

Johan es de esos tipos que pierden la paciencia con solo provocarlos, así que yo lo llevaré al máximo porque me encanta cabrearlo.

Un hombre cabreado, es el mejor partido que te puedes llevar a la cama.

Johan cerró la puerta de su oficina dando un portazo, y ante eso sonreí.

—Vas a caer, Johan. Vas a caer.

Una vez confirmada la asistencia a la reunión con Lewis. Me levanté de mi cómoda sillas y fui a por un poco de café a la sala de descanso.

Estando allí, tomé un vaso y vertí un poco de café.

Deje la cafetera en su lugar, y cuando iba a disponerme a salir del lugar, choque contra un pecho duro. Lo cual permitió que el café se derramará en mi blusa.

Es que no pego una…

Cuando pienso que está todo bien, pasa algo que me jode la existencia.

—¡Fíjate por donde vas!

—Así que eres tú quien lo estás sacando de sus casillas.
Alce mi cabeza para mirar al engendro del mal que hizo que me derramara el café encima.

Al verlo la sorpresa no se hizo esperar.

—¡TU…!

El hombre al frente de mi sonrió.

—Hola, cuñada.

El estúpido de Royer tenía que ser.

—Siempre tú, engendro del mal.

—¿Por qué tan sería conmigo, cuñada? Deberías besar las plantas de mis pies porque estás aquí gracias a mí.

—Lo que debería hacer es rebanarte la cosa que cargad y por la que te llaman hombre.

—¿Cargarías con la culpa de dejar a tu hermana sin du juguete preferido?

—Existen mejores juguetes que el tuyo, estúpido.

Royer sonrió.

—¿Lo dices por el de Johan?

Rodé mis ojos.

—Déjame en paz, pervertido.

—Me quejaré con tu hermana, querida cuñada.

—Si quieres puedes escribir todas las quejas que tengas y mételas por el culo. Porque no me interesan en lo absoluto.

Pase de él. Pero antes de que pudiera salir del lugar limón agrio, se plantó en la puerta.

—¿Se puede saber que está pasando aquí?

¿No qué se lo estaba llevando quién lo trajo en su oficina?

Sinceramente, limón agrio está más chiflado de la cabeza que la loca de mi hermana.

—Cierto hombrecito me hizo derramar el café encima, señor.

—En mi defensa ella estaba distraída.

—Mentira, tú te acercaste a mí con la intención de fastidiarme el día, tal y como lo haces cada vez que nos vemos.

Ante esas palabras Johan enarcó una de sus cejas.

—¿Ustedes se conocen desde antes?

—Lastimosamente este hombrecito, es el descerebrado que le metió en la cabeza a mi hermana que tenía que trabajar… así que usted también debería darle las gracias, señor, porque gracias a él tiene una eficiente, hermosa, obediente y ordenada secretaria.

—Royer…

—La recomendé para que trabajara en la planta baja de la oficina. No tengo la culpa de que tu abuelo se haya obnubilado por sus atributos, Johan.

—¿Por qué tienes que mencionar sus atributos?

Soy yo o cierto hombre de las cavernas, esta celoso.

—Si, Royer. ¿Por qué mencionas mis atributos? ¿No será que te gustaría jugar con las dos?

Royer abrió sus ojos como platos y poco después se persigno.

—¿Contigo? ¡ni muerto! Prefiero que me pase un tren treinta veces por encima, que colocar mis ojos en ti.

Oye a este.




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