Shadows Peccatix

Capitulo IV: sospechas y un plan

Ian entró con paso tranquilo, como si no necesitara permiso. Se quitó la chaqueta sin mirar y la colgó en el respaldo de una silla. Luego se detuvo. El envoltorio grasoso de hamburguesa todavía humeaba, con papas medio comidas y mostaza en los bordes del cartón.

Su rostro no se esforzó en ocultar el desagrado.

—¿Hamburguesas? —comentó—. No es lo que esperaba encontrar en la mesa de un Ashwyn.

Desde el marco de la puerta, el otro joven respondió:

—Los gustos cambian.

Ian se acercó a la mesa, tomó una papa fría entre los dedos y la dejó caer de nuevo, con desdén.

—O alguien más estuvo cenando contigo.

—¿Eso viniste a inspeccionar? ¿Mi dieta?

La voz fue firme, aunque no agresiva

—Relájate. Solo... me sorprendió. —Ian paseó la mirada por el apartamento—. No sabía que te gustaban las cosas simples.

—Solo quería comer algo que no demorara una hora en estar listo.

El visitante sonrió, pero no dijo nada. Caminó con calma hacia la ventana. En ese momento, la tensión creció de a poco.

—Quería verte. Estás muy callado desde que volviste. —Se detuvo frente al cristal—. Si no te conociera, diría que estás considerando salir corriendo.

—Entonces quizás no me conoces tan bien como creías —dijo con frialdad—. Si hubiera querido huir, lo habría hecho antes de que me encadenaran en una celda y me interrogaran con hierro al rojo.

Ian giró lentamente, sus ojos encontraron los de Ashwyn. Sabía lo que le habían hecho, estaba preocupado, pero también tenía un trabajo que llevar a cabo.

—Solo digo lo que veo.

—No. Dices lo que quieren que veas. Lo que te enseñaron a buscar.

—Y tú suenas como alguien que tiene mucho que esconder.

—Ya me quitaron todo, ¿recuerdas? —La voz bajó, más grave, más firme—. ¿Qué más podría estar escondiendo?

Ian giró por completo, sus pasos lo llevaron lentamente hacia el sillón, donde se dejó caer.

—Los cazadores no creen en el "todo", y lo sabes. Solo en la evidencia, en los rumores. Y últimamente… hay muchos.

Desde el armario, una patita se acomodó contra la ropa, y un pequeño bostezo apenas se escuchó.

—Pero tranquilo —añadió Ian, con calma—. Si no hay nada que ocultar, no tienes de qué preocuparte… ¿verdad?

Se puso de pie con una lentitud medida. Miró a su alrededor como si recién notara que estaba en casa ajena.

—¿Puedo? —preguntó, señalando con la barbilla hacia el pasillo.

El cazador no parpadeó, solo accedió con la cabeza una vez.

El visitante se adentró sin esperar nada valioso. Abrió la puerta del baño. Cerró. Luego la de la habitación. Cerró. Se asomó a la cocina, abrió una alacena y olió el aire.

—Tantas papas envasadas… ¿eso también venía en el paquete de reintegración?

Ashwyn mantenía el control, pero un leve tic en su ojo izquierdo lo delataba.

Cuando el intruso se detuvo frente a la puerta del armario del pasillo, el anfitrión no respiró ni se movió. Pero intuyó.

Detrás de esa puerta, la cachorra se agazapó. No gruñó ni hizo ruido. Solo olfateó con atención… y esperó.

La cabeza del joven se ladeó ligeramente. No tocó la puerta, simplemente permaneció observando.

—Supongo que no has tenido tiempo de redecorar —murmuró, sin mucho interés.

Desde el centro de la sala, Ashwyn lo observaba.

—Tú y yo sabemos que no viniste a revisar mi gusto por los muebles.

El amigo soltó otra risita breve y juguetona.

—No. Tienes razón.

Volvió con él, y por fin se atrevió a hablar.

—Te están vigilando. Y no me refiero a los burócratas ni a los reclutadores de siempre. Hablo de los de arriba.

Ashwyn no reaccionó.

—Creen que no te recuperaste. Que lo de Neri fue más que un desliz. Que pudo haber… complicidad.

—¿Y tú qué crees? —preguntó el cazador.

Hubo una pausa. Ian bajó la mirada un instante antes de volver a clavarla en él.

—Creo que si fuiste capaz de volver de ahí, de soportar lo que te hicieron… de matar lo que amabas… entonces hay algo en ti que nadie más entiende.

Dio un paso adelante. No amenazante, solo firme.

—Y sin embargo aquí estás —dijo Ashwyn—. Dándome advertencias que no te autorizaron.

El otro pensó un poco antes de hablar, su mirada reflejaba cierta tristeza.

—Es que, aunque estés podrido… sigues siendo tú. Y yo fui tu amigo desde antes de todo esto. El único que no te tenía miedo cuando ya eras una bomba con piernas.

—Las bombas no comen hamburguesas y papas congeladas, ¿recuerdas?

—No —replicó Ian—. Pero tampoco adoptan hijos de criaturas mágicas… ¿cierto?

No había sido una acusación. Solo una sospecha lanzada al viento, a ver qué atrapaba.

El joven visítante desvió la mirada, no deseaba ver más. Se pasó una mano por la cara, sintiéndose derrotado, y se dio un par de palmadas suaves en los muslos.

—Solo… ten cuidado. Esta vez no van a dejar pasar nada. No importa si eres Leo Ashwyn, un erudito con las armas… o el niño que lloraba cuando perdía en las carreras.

Y con eso, tomó su chaqueta. Se fue sin mirar atrás.

Apenas la puerta se cerró, Ashwyn no se movió durante unos segundos. Estaba de pie, en medio del apartamento, temblando. Escuchaba las palabras de Ian retumbando en su cabeza.

"Te están vigilando."

"No van a dejar pasar nada."

No hizo falta nada más para que se moviera.

Giró y caminó hacia el armario. Sin apuro, pero sí con un objetivo fijo. No podía correr, no todavía. Eso implicaría levantar sospechas, tampoco no podía permitirse ni un segundo más de descuido.

Abrió la puerta sin hacer ruido. El interior estaba en calma, empeñado en seguir siendo un escondite.

Allí, entre una muda de ropa de emergencia y una mochila de tela gruesa, yacía la cría.

No dormía. Estaba enroscada, con el hocico diminuto apoyado sobre sus patas delanteras y los ojos apenas entrecerrados, simulando quietud. Solo su oreja derecha, atenta, se movía de vez en cuando. El resto de su cuerpo permanecía inmóvil, con una disciplina que no se trataba de instinto: era miedo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.