Habían pasado dos días desde la última vez que durmió más de veinte minutos seguidos. En ese tiempo, Leo hizo todo lo que podía sin levantar sospechas.
Encontró un escondite temporal para la cachorra, sacó la mochila del armario y la mantuvo cerca. No tuvo margen para dudar.
Ahora, con todo listo y el informe final sobre el escritorio, el cazador se detenía un segundo antes del viaje sin retorno.
No es que no quisiera dormir. Es que no podía. El cuerpo le exigía rendirse, pero su mente… trabajaba.
Cada palabra había sido medida. Ningún rastro de fuga, ninguna grieta de culpa. Solo el viejo Leo: obediente, profesional, eficiente.
Un maldito perro leal.
Al poner el documento en el sobre, sus manos temblaban. No por cansancio exactamente. La mentira no estaba en el informe, sería su siguiente jugada.
Había ensayado el discurso mentalmente múltiples veces: pediría un breve permiso. Una pausa.
“Necesito tiempo para procesar mis últimos casos”, diría. “Un par de días fuera del radar.”
Algo perfectamente entendible para cualquiera que tuviera un alma… o al menos, un historial como el suyo.
Pero sabía que sería solo un señuelo. Una salida fingida para lo que sería un escape real.
Sabía que no se lo pondrían fácil, que lo seguirían.
Y más aún: sabía que eventualmente tendría que pelear contra los suyos.
La palabra lo asqueó. ¿"Suyos"? ¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo un apellido y una placa bastaban para considerarse parte de algo?
La angustia le subió por la garganta. Ya había matado criaturas mágicas, claro. Demasiadas.
Pero nunca a un humano, no a alguien como él. Alguien que sangrara igual, que temblara igual, que sufriera igual.
Excepto a Neri… la única persona a la que había lastimado de verdad, con su silencio, su duda, con traición disfrazada de deber.
Ella aún conservaba su forma humana. Su cuerpo era suave, su voz sonaba como una melodía nacida para encantar. Solo esas orejas peludas y la cola azulada delataban su transformación. Y su cabello, por supuesto. Azul y brillante como el cielo nocturno que no podía tocar.
La habían llamado criatura mágica, y estaba marcada como enemiga. Pero ella era la única que lo había amado sin condiciones.
Y ahora, cuando pensaba en la posibilidad de que uno de sus compañeros —o excompañeros— se cruzara en su camino con la orden de detenerlo...
…no sabía si podría contenerse, o si querría hacerlo.
Porque a estas alturas, ya no importaba si era un insecto o un colega. Después de Neri, nada pesaba igual. Si algo dentro de él seguía vivo, sabía bien cómo hacer que se callara.
Solo quedaba avanzar, correr antes que lo acorralaran. Golpear antes que lo marcaran de nuevo. Y proteger a su hija, como no protegió a Neri.
Afuera, la noche mantenía todo en quietud. Respiró hondo, tomando el último sorbo de café frío. Se levantó con un peso insoportable sobre sí mismo, pero también con una resolución salvaje en la mirada.
Estaba dispuesto a morder si alguien se atrevía a tocar lo que quedaba de su familia.
El tiempo de obedecer había terminado, y el cazador... ahora sería presa.
Cuando se terminó el lujo de detenerse a pensar en todo lo ocurrido, se dedicó a limpiar todo el apartamento, iniciando por la cafetera que lavó dos veces.
No le importó, volvió a pasar el trapo una tercera.
Dormir era una idea lejana, absurda, como pensar en la paz o en el perdón.
El cansancio se le marcaba en las ojeras, pero ni siquiera les tomaba importancia. Tenía esa vieja sensación que lo acompañaba incluso en los mejores días.
Desde que tomó la decisión de huir, había limpiado todo el apartamento cuatro veces, como un maldito loco.
Fregó cada baldosa hasta que le ardieron los nudillos. Desinfectó enchufes, reorganizó los estantes por tamaño y color, en un sistema de orden que solo él entendía y que jamás compartió con nadie. Pulió las cuchillas de cocina hasta que pudo notar su reflejo.
Cada prenda en el armario fue doblada, cada cajón fue vaciado, aspirado, aromatizado y reordenado.
Tiró lo que ya no servía, deteniéndose cuando encontró su uniforme del colegio, lo inspeccionó, lo sostuvo… y dudó.
¿Y si regresaba algún día?
No, no habría regreso.
Pero eso no impidió que, entre trapo y trapo, pensara en su padre. Ese bastardo de lengua que nunca dejaba de moverse y manos limpias.
Pensaba en la reacción que tendría cuando no lo encontrara. Cuando viera que el cazador perfecto lo había traicionado.
“Al menos podrá recuperar su precioso apartamento reluciente”. Pensó.
Porque esa era la única forma en la que aún podía controlar algo: el orden.
El resto del mundo era caos, su apellido era una cadena. La cría que dormía en la alfombra, un milagro deforme.
Y Neri… ya no estaba.
Pero el polvo, al menos, podía erradicarlo.
No podía dejar de limpiar. El suelo ya estaba impecable, pero volvió a asearlo.
Tampoco podía dejar de pensar en cómo la sangre se pega tan fácil al suelo. En el olor de los desinfectantes, que se parecía, a veces, al de la medicina en la prisión. En cómo se sentía su cuerpo en esa celda, sin poder organizar nada, sin poder limpiar, rodeado de barro, culpa y mugre humana.
—Qué asco… —murmuró, no tan seguro de hablar del piso o de sí mismo.
Fregó más fuerte, ansiando borrar el recuerdo. Como si pudiera eliminar la posibilidad de que ese lugar fuera mancillado por los que vendrían a buscarlo con armas en mano.
El apartamento fue su prisión personal, y él la limpiaría para dejarla perfecta. Quizá eso lo salvaría, o quizá nada lo haría.
Pero al menos, si moría, moriría sabiendo que dejó algo limpio. Que al menos en ese rincón del mundo, nada estaba fuera de lugar.
✦═════════༺༻═════════✦
Por la mañana, en un callejón cerca de su apartamento la bruma se colaba entre los edificios viejos. Ajustó la bufanda negra que cubría parte de su rostro y echó un último vistazo a la tapa metálica del basurero, asegurándose de que el candado improvisado seguía en su lugar.
#1588 en Fantasía
#866 en Personajes sobrenaturales
fantasía drama, magia acción cazadores, fantasía dolor locura
Editado: 23.06.2025