Si hubiera sido así

Capítulo 1

Se encogió en el sucio sótano, atormentado con los gritos de su madre. Su error haber tenido una calificación de solo un par de décimas menos a la nota más alta, arruinando su promedio de diez.

A pesar de que nadie logró la calificación de diez, y la suya fue la más alta, incluso siendo felicitado por su maestro, su madre reaccionó de la peor manera.

Le exigía excelencia académica, sin permitirle cometer ningún error. Estudiaba día y noche, estudiaba sin siquiera tener tiempo para nada más, ni siquiera tenía permitido tener amigos. Sus horas libres las dedicaba solo a estudiar y estudiar.

La puerta hacia el sótano se cerró dejándolo en total oscuridad. La oscuridad era su castigo, por lo que con el tiempo comenzó a desarrollar un miedo hacia ella, que lo paralizaba agudizando sus oídos. Cualquier pequeño ruido lo hacía saltar.

En el fondo del oscuro sótano escuchó un ruido, algo cayendo al piso. Se quedó quieto, paralizado, castañeteando los dientes. Hasta que escuchó un maullido y una bola caliente de pelos acariciando su brazo. Un ronroneo que subía y bajaba de ritmo y fue calmando los latidos de su propio corazón. Lo tomó en sus brazos y el gato se acomodó volviendo a maullar y ronronear. Antonio sonrió olvidándose de su miedo.

¿Cómo un pequeño gato pudo entrar a este lugar?

—¿Estás bien? —le preguntó su jefe al verlo sentado en su escritorio con la mirada perdida.

—Sí, señor Iván, lo siento por distraerme —se colocó de pie de inmediato, no planeaba recordar el pasado. Su jefe acababa de llegar a la oficina luego de salir a comer con su mujer y sus hijos.

Iván le sonrió para que se tranquilizara. Desde la Navidad ha estado muy distraído, tal vez es cansancio, o algo más.

—Ten esto, las hizo mi esposa, ella te las envía —señaló dándole una bonita caja amarrada con una cinta.

—La señora es muy amable —respondió agradecido al ver las galletas en su interior.

Sabe que ella está estudiando repostería y suele enviarle este tipo de cosas, de seguro porque ya su marido y sus hijos deben comer tanto de lo que hace que no pueden más.

—Puedes compartirlas con Julio —agregó su jefe mirándolo de reojo.

Antonio mostró indiferencia.

—¿Por qué tendría que compartirlas con ese tipo? —masculló de mala gana.

Iván sonrió con complicidad.

—Sé que pasaron la Navidad juntos —al decirlo lo miró con atención esperando ver alguna señal en el rostro de su asistente.

—No fue nada, solo nos encontramos por casualidad cuando hacía mis compras —respondió desviando la mirada, sintiendo que el calor se subió a su cabeza—. Además, él ya se fue, viajó devuelta a su ciudad.

"Ni siquiera se despidió..." pensó tensando su rostro.

Iván lo miró en silencio. Lo que dice Antonio es cierto, pero si supiera que Julio solo vino para verlo, tal vez no sería tan indiferente a ese encuentro. Soltó un suspiro antes de entrar a su oficina.

El sol de verano aún seguía en lo alto cuando la jornada laboral había finalizado, por lo que la vida afuera se ve tan viva como al mediodía. Sumando además que es temporada de vacaciones.

Los ojos de Antonio, mientras caminaba al tren subterráneo, se detuvieron en una heladería. La imagen de Julio comprándole un helado vino a su mente, más cuando se acercó a él con una suave sonrisa y una expresión que nunca antes había visto en ese tipo, mientras las luces navideñas decoraban el fondo y la música típica de la época llegaba a sus oídos. La calma que le trasmitió esa sonrisa, le hizo sentir una sensación cálida y agradable, algo que solo había sentido esa vez que ese pequeño gatito vino a su rescate en medio del oscuro sótano.

Entrecerró los ojos sintiendo una nostalgia que antes no había sentido, para al final bufar de mala gana. ¿Por qué piensa en tonterías como estas? Apresuró el paso para entrar a la estación de trenes.

No debería apegarse a un individuo que se conoce como a un mujeriego empedernido, y que solo se acercó a él para jugar, no es alguien a quien debe tomar en serio. Desde su primer encuentro, se dio cuenta de que esto, que le gusta sociabilizar, rodearse de una alegría contagiosa, y atraer personas como las moscas a la miel.

Sin embargo, ante un problema solo sabe huir. Lo hizo cuando abandonó a su mejor amigo cuando más necesitó su ayuda.

¿Por qué tendría que dejar que alguien así entrara a su vida?

Al llegar a casa y abrir la puerta de su departamento, sus gatos salieron a recibirlos, maullando y enrocándose en sus piernas, exigiendo cada uno recibir su dosis de cariño diario. Le gustan los gatos, son independientes, cariñosos, y parecen entenderlo mejor que muchas otras personas.

Después de alimentar a sus mascotas, se sentó en su sofá a descansar. El teléfono comenzó a sonar, lo tomó deteniendo su mirada en el identificador. Tensó su rostro, no ha recibido una llamada de esa persona por años. ¿Por qué ahora lo contacta? ¿No hizo acaso otra vida al casarse nuevamente?

—Madre —respondió luego de pensarlo con un tono seco, sin ningún atisbo de cariño.

—¿Por qué no me has llamado? Debes ser el único hijo ingrato que no ha llamado a su madre en Navidad.

No la ha llamado por años, ¿por qué ahora se queja de esto? Antonio no dijo nada, es mejor no hacerlo y evitar alargar esta incómoda llamada.

—Quiero que vengas para año nuevo, no nos has visitado nunca.

¿Lo está invitando a pasar la fiesta de fin de año con ellos? Es primera vez que lo invita, la verdad es que no quisiera ir.

—No puedo, tengo trabajo...

—Tu padre falleció —le dijo interrumpiendo su excusa.

Antonio se quedó en silencio, sorprendido por la noticia, aunque durante años no ha sabido de su padre, saber que ha muerto, igual lo ha dejado anonadado. No es que con su padre haya tenido una mayor relación que con su madre. Solo le despertaba compasión, aquel se casó con una mujer que nunca lo amó, que lo manipulaba a su antojo.




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