Si las luces se apagaran

1. "Nuevo comienzo"

—Hemos llegado —Mamá murmuró como un eco profundo en mis oídos.

Con lentitud separé mis parpados y saqué un gran bostezo. Había perdido la batalla contra el sueño. Fueron unas cinco horas de viaje que no dejan de ser cansadoras. Ni siquiera hubo una parada, solo una vista a los inmensos pinos que rodearon toda la carretera. Ahora todo cambia, el cartel que deseé ver, se contempla antes mis ojos dando la bienvenida a mi nueva vida.

—¿Tu herida sigue sangrando? —Mamá preguntó, pillándome descolocada.

—¿Qué? —Pregunté desentendida y luego recordé—. No, no ha sangrado. Aunque... —por las dudas que se sembraban en mi cabeza, subí mi camiseta y no hubo ningún manchón rojo a la vista. Suspiré más aliviada—, no, no se ha manchado.

—Es una muy buena noticia, porque el lunes comienzas a retomar tus clases. Hablé con una antigua amiga y ya te matriculó.

Tragué saliva con solo oírla confesar sobre ese irrevocable comienzo de clases. No estaba lista para enfrentar caras nuevas o seguir el mismo patrón que viví durante tres años. Estar acorralada por personas con mayor poder o ser una sumisa ante golpes, terminarán hundiéndome hasta el más oscuro fondo.

—Hija, nada sucede de igual manera —Negué al oírla, estoy sumamente asustada. Me niego a confiar en los demás para que después me pisoteen como un bicho—. Liz, mi amiga tiene una hija que cursa su último año, al igual que tú. Podrían ser unas lindas amigas.

No quise contra argumentar sus palabras y solo me perdí entre la nada, pensando. Conocer gente era mi mayor dilema, perdí la capacidad de dialogar libremente con los demás. Desde los sucesos que marcaron mis tres años anteriores, debilitaron la personalidad que me caracterizaba. La persona sonriente que era en primaria, se vio opacada por una chiquilla frágil que intentaba esconderse en secundaria.

Intenté no pesar de que el comienzo de clases estaba a días y hasta mi papá intentó alegrarme con su conocimiento del pueblo. Me nombró muchas maneras para visitarlo, además comentó que era igual que Portland, por sus extensos bosques y reservar ecológicas. Todo se oía de una manera espectacular, difícil de tentarme. Pero, sin proveerlo, un inmenso lago se percibió a lo lejos, maravillándome. Nada de lo que dijo papá sobre esto, es tan espectacular. Al parecer todo lo que me rodea, se abre ante mis ojos dando indicios de una nueva vida, y al adentrarnos al pueblo, solo los concreta.

Ya en pleno centro, mi padre condujo por todas las calles igual de impresionado que yo y se detuvo a unas cinco cuadras más del colegio, en una pequeña casa blanca. Era de dos plantas con un pequeño galpón para proteger el auto de las tormentas y contaba con un desierto patio delantero que seguramente mamá lo poblará de flores. Abrí la puerta del auto y salí estudiando lo que será una parte de mi vida.

—Hija, ¿abres la puerta? —Preguntó papá distrayéndome.

—Claro... sí.

Él me entregó la llave y corrió para ayudar al chico de la mudanza, ya que mamá no paraba de regañarlo para que no descuidara sus jarrones tallados en cera. La escena era realmente graciosa que me quedé viéndole por un tiempo y después me dirigí a la puerta principal. Introduje las llaves en la cerradura y al entrar en ella, todo el olor a limpieza se acunó entre mi nariz. Huele a ese líquido que se esparce por el piso para limpiar. Cada pared, ventana y suelo perfectamente limpios me daban la irrevocable bienvenida.

El fin de semana pasó muy rápido con todo lo de la mudanza, pero me dio un poco de tiempo para elegir mi habitación en la que se aprecia por la ventana, aquel enorme lago. Maravillosa vista. Todo estaba listo para empezar desde cero. Papá ingresaría a trabajar el mismo día que yo, el mismísimo lunes. Con la clara diferencia de que él siempre sería un oficial y yo desafortunadamente, volvería a ser el conejillo de indias o el cadáver de una rana, el cual todos colocarán sus ojos.

Fue así como lo recordé todo en la mañana, justo cuando la alarma comienza a irritar. La apagué nerviosa y comencé a separar mis parpados aún pesados. Por la noche no pude conciliar el sueño y las pesadillas me acompañaron gran parte de la madrugada, pero eso no era excusa para faltar. Me levanté de regañadientes y tras ducharme, me vestí con mi ropa casual; jeans, sweater y tenis. Bajé a desayunar y mamá colocó un gran tazón de cereales con leche, que a regañadientes los tragué. Mis nervios hicieron que el hambre se desvaneciera.

—Tu padre te pasará a dejar la primera vez —Comentó mamá al llevarse la taza de café a su boca.

Sin decir nada percibí como el hormigueo en mi estómago no me dejaba en paz. Ni siquiera los diez minutos de mudez completa, lograron apaciguarlo. Solo llegué a terminar el tazón de cereales con ganas de vomitar. Fue así que subí un poco mareada a mi habitación para recoger la mochila con un cuaderno de notas.

—¡Hija, vamos! ¡Debo estar en la comisaría! —Él gritó desde la planta baja y yo hice una mueca.

—¡Ya voy! —Terminé por decir.

Nerviosa fijé la vista en mi herida, viendo ese manchón rojo que dejé al descubierto. Hubiera sido mejor tenerla con vendas, pero tardaría en cicatrizar así que la dejé sin nada y bajé la camiseta. Todo parece ir normal, a excepción de esas bolsas debajo de mis castaños ojos que veo detrás del espejo. Bufé terriblemente cansada, no puedo arreglarlo. Tomé mi mochila con rapidez y bajé las escaleras, viendo a mamá en la puerta principal.

—Cuídate, Elizabeth. Si te hacen algo, me lo dices —Asentí nerviosa y ella de pronto rodeo sus manos en mi cuello—. Esto te cuidará.

Arrugando un poco el entrecejo llevé una mano a mi cuello, tocando un metal duro.

—Gracias mamá, te quiero.

Besé su mejilla y caminé al auto, donde papá pisó el acelerador y tardó menos de cinco minutos en dejarme al frente del colegio. Quise llorar en ese preciso momento. Intento emprender un camino, pero ver cada adolescente ingresando en esas puertas anchas, todo se desmorona.




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