Si las luces se apagaran

4. “Todo se diluye”

Las cartas vuelven a ser mis enemigas, vuelvo a ser la prisionera de la angustia en mi pecho. Creí que cambiar de colegio, sería un valido argumento para no seguir derramando lágrimas. Ahora me doy cuenta de que donde la lluvia cae, no existe nadie quien la detenga. Ahora vuelvo como todo lunes a teñir una página más en negro. El pulso se me agita y es porque cada parte de mí sabe lo que ocurrirá.

Di pasos acelerados y llegué a mi sala, sentándome en el último puesto sin dueño. La gente comenzó a ingresar, aunque poco me importó. Necesité pensar en otra cosa, trasladarme a un lugar anexo a este. Recordé mi libreta y la saqué sin perder minutos. Con un lápiz a carbón intenté dibujar lo que sucediera ese instante en mi cabeza. Todo para olvidar.

—Bonito dibujo, Liz —Subí la vista desprevenida y la mirada de Jade se tornó inquieta—. ¿Qué tienes ahí?

Mis ojos siguieron el curso de ellos hasta posarse en la mancha rojiza.

—No es nada —Rápidamente bajé la manga de mi abrigo, tapando la quemazón del cigarrillo.

—¿Dime que te sucedió? —Inquirió en el momento más inoportuno.

—Yo...

Quise contarle y justo la presencia de esas chicas comenzó a enloquecerme, entraron a clases como sin nada. Repartieron volantes por todos los pupitres, invitando al gran baile de invierno y sin un gesto de vergüenza, se me acercaron.

—Ayuden, es para una buena causa —Ella suplicó con suma inocencia.

La ignoré, queriendo que se fuera de mi vista.

—Por favor, asistan —Oí la voz de la otra chica, la irresponsable que dejó esta marca sobre mi piel.

—Deberías hacerlo, nueva. Puedes conocer más gente y la verdad de cómo son —No quise verla u oírla en ese momento—. Adiós, tú y Jade.

Me surgía la necesidad de gritarle que no quería conocer a nadie más, solo para desligarme de gente como ella y no querer meterme más en problemas. Ella dejó en claro sus amenazas y con un miedo tuve que acatar. Es injusto que venga a fastidiarme en este momento.

—¿Qué te sucedió? —Indagó preocupada.

—Solo fue una quemadura que me ocurrió en la cocina —Le mentí con remordimiento, ni siquiera pude verla a los ojos.

—No te creo, Liz.

—Es eso, Jade.

No quise seguir hablando y afortunadamente no hubo más que silencio. Las clases de matemáticas comenzaron y todo transcurrió con tranquilidad, pero un ruido interrumpió mi paz. Guie mis ojos a la puerta y sus ojos grises se cruzaron con los del salón. No seguí prestándole atención, es mi problema ahora.

—Llega tarde, señor Derek —El profesor lo puso al tanto.

—Tuve un contratiempo —Justificó.

Volví la mirada a mi problema resuelto hasta la mitad. Inquieta lo comencé a ver de una perspectiva diferente y terminé dándome cuenta de que lo estaba resolviendo mal. Busqué mi goma y el tacto de las yemas de los dedos de alguien, hizo detenerme al instante. Alcé mi cara sorprendida y la posé sobre el color grisáceo de sus ojos. Derek ni siquiera se detenía sobre los míos, solo se perdía en mi mano. El miedo me consumió tanto que oculté ese círculo rojo que captaba toda su atención.

—¿Qué te ocurrió? —Negué.

—No es tu problema —Susurré miedosa.

—Señor, ese no es su puesto —Le llamó la atención el profesor.

Se alejó desconcertado y logré respirar con más tranquilidad. La idea de sacar esos pensamientos en mi cabeza fue un gran reto, pero los intenté evadir con los problemas en la pizarra. Derek por todos los métodos intentó atraer mi atención, aunque yo lo evadí. Estoy haciendo mal en no escucharle, pero no quiero ser otra víctima de golpizas.

El timbre sonó abruptamente y guardé en un tiempo récord, todo lo que había sacado. Fui una de las primeras en salir y al bajar por las escaleras, sin pensar a quien golpeaba con mis cosas, quise encerrarme en una burbuja asilada de todos. Me llena de culpabilidad que cada parte de mí esté sujeta a evadir cada pregunta de un chico que quiere saber cómo me encuentro. Desaparecer era la mejor forma y por suerte nadie estuvo cuando llegué a mi casillero. Dejé todo lo que llevaba, incluso esa gorra que nunca utilicé y suspiré cansada.

—Hola.

Pegué un brinco y cerré la puerta de un portazo, volteándome.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté a la defensiva.

—Estás un tanto extraña —Arrugó su entrecejo mientras desordenaba su cabellera—. Estaba preocupado con esa marca en tu muñeca. La vi y por eso quiero saber quién te hizo eso.

Por instinto oculté mi mano por la espalda y mi respiración se volvió irregular. Percibí que me desmayaba en ese preciso lugar.

—Nadie, solo fue una quemadura de la cocina —Sellé con miedo en lo que respondía.

—Liz, no me catalogues por idiota —Negué al instante.

—No quiero que te metas —Le escupí cada palabra. Me dolía decirle eso a él, quien fue el único en darme las fuerzas para apoyarme. Derek arrugó el ceño y vi por sobre su hombro esas chicas bajar—. ¡No quiero que me preguntes más! ¡Gracias, pero no necesito de tu ayuda!




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