Si las luces se apagaran

5. "Luces apagadas"

Tardé mucho en recomponer mi respiración entrecortada y cuando tuve el valor suficiente, me levanté. Mi cuerpo era un enjambre de cuchillos, golpeándome todos al mismo tiempo. Ni siquiera el roce de la yema de mis dedos contra mis labios, era leve. Este ardía entre continuos jadeos, además de tonarse todos de un tinte de rojo intenso. Me destruyeron por tercera vez y aquello no acababa. El dolor era inmutable, incluso al tacto de la cúspide de mis pómulos, convirtieron el dolor en gemidos entrecortados. Agaché la cabeza derrotada, sucumbida ante lo negro que mi vida se transformó. Todo lo convirtieron en una cumbre altísima para hacerme caer al fondo de un barranco. Mi cuerpo caía entre las puntiagudas agujas que ellas mismas incrustaron y cuando veía la luz al fondo está de nuevo volvió a parpadear.

Lloré entre el dolor humando que puedo soportar. Cada acción me está matando y la vida se empaña en hacerme caer. Ni siquiera tuve el valor suficiente para levantarme, solo me acosté entre medio de la baldosa sucia y fría. En ese momento tuve la sensación de desaparecer, querer que mi vida fuera distinta. Mis gotas de dolencia caían en fila y se juntaban entre mi tamiz de rojo. Amaría estar de esta manera para siempre o hasta que todo esto termine, solo así dejaría que las otras personas no me acaben. Mi cabello era el único que yacía intacto en el piso, ya nada bueno quedaba por ver. Todo yace entre los escombros y el maltrato.

Sonó mi teléfono y fue lo único inmóvil que se quedó en la baldosa, no siendo magullado por esos animales. Lo alcancé con mi mano izquierda haciendo pequeños gemidos y vi la alarma en la pantalla. Llegaría atrasada a un castigo del que no soy culpable. Todo el mundo parece estar en contra de mí. Solo me hice la idea de ir o mis padres llegarán armando un escándalo cuando se enteren. Recogí mis otras cosas y percibí como si un caballo estuviera galopando cada centímetro de piel y los huesos. Apenas me levanté con mis piernas flácida y busqué entre mi mochila, la gorra que guardé para taparme los hematomas de mi cara. Me estabilicé y mi cuerpo aún no dejó de gritar "auxilio" entre todas las punzadas que estoy sintiendo. Me acerqué a la puerta y todo se hallaba en silencio. No quise irme sin antes cerciorarme del entorno. Saqué la cabeza hacia fuera y nada extraño. Caminé entre las alborotadas lágrimas que cayeron en mis parpados y llegué a la biblioteca. La puerta de improviso, se abrió de golpe y rápidamente bajé la mirada, sintiendo mi reputación por los suelos.

—Llega tarde —Me puso al tanto con un tono amenazante.

—Estaba cambiándome de ropa —Sellé cabizbaja.

—Bien, entre.

Ingresé y el silencio se forjó entre la presencia de él y Derek. No quise verlos a la cara, pero me percaté de que la silueta de Derek aparentaba estar apoyada en el escritorio de la bibliotecaria.

—Ordénelos por género y título. Derek estará trabajando en la otra columna y tendrás que ayudarlo —Asentí sin mirarlo a él o la otra persona en este entorno—. Señorita para responder tiene que levantar la cabeza, es descortés de su parte. —Me limité a apretar los puños porque él no entiende, nadie entiende y deseaba confesarle todo lo que guardo adentro, pero —. Derek, te llevas las llaves y el lunes la regresas.

—Sí, señor —Él le respondió neutro.

El hombre mayor pasó por mi lado y la puerta se cerró, ocasionando que mi cruda realidad vuelva. Solo tenía que soportar el infierno por un año más, el último año de mi secundaria, pero es que el valor se caía entremedio de estos miles de tropiezos. Sollocé mientras los recuerdos negros venían a mi mente y las punzadas se volvía como cuchillos penetrando mi piel. Había perdido la batalla contra mí misma y los demás. Estoy vencida y acabada. No había vuelta atrás para reconstruir el valor que me inculcaron cuando solo era una pequeña.

Tomé unos libros tiritando, ya que me habían lastimado las manos. Estos de por sí, se resbalaron por mis palmas, golpeando el suelo. Entré en pánico, mi descoordinación fue garrafal que intenté recogerlos, pero fue inútil.

—¡No! Yo te ayudo —Sus manos se mezclaron entre las mías y fue cuestión de segundos para que me alejara aterrorizada, intuyendo lo que podía pasar si nos ven.

Retrocedí apenas me dio vasto y me caí de trasero, accidentándome aún más.

—No, no quiero —Susurré con mi mentón tiritando.

—Elizabeth, ¿qué sucede? —Indagó con preocupación.

Su mano rozó la tela fina de mi parca y yo rápidamente me arrastré por todo el suelo, queriendo mantener distancia. Me abracé a mí misma, arrinconándome hasta topar en la muralla y busqué la única protección que he tenido en varios años, la mía, pero él se me aproximó desentendido.

—No te me acerques, por favor —Le supliqué ahogada entre sollozos y teniéndole miedo a las consecuencias que podría llevar esto—. Le dirás, tú les dirás.

—¿Decir qué? Tú actitud ya me está asustado... —dijo pasmado—. ¿Lizzie? ¿Qué sucede, linda? —Se acercó más de la cuenta que percibí su aliento chocar contra mi cara y sin proveerlo, me quitó la gorra de un solo golpe, destapando el horror en el que me han convertido—. Te dije que no me iría.

Sus increíbles ojos grises se tiñeron de negros, encarnecidos de frustración y enojo, todos envueltos en una sola emoción. Su mandíbula comenzó a tensarse apenas me quejé por su mano que se apoyó en la mía y él la apartó para no hacerme daño.




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