Si las luces se apagaran

7. “Lucecita”

Los días pasaron con tan rapidez, que los nervios se me acumularon como un gran peso sobre mis pies. El valor insuficiente para decirle a mi mamá que Derek pasaría a la casa y que era viernes, son dos situaciones tan adyacentes que me calan los huesos de miedo.

Por ser el peor día de la semana, las cosas cambiaban. El reloj avanzaba tan versátil que no dejaba de ver mi rostro reflejado en la taza de té, preguntándome, ¿Qué sucedería hoy? Desde que he pisado ese colegio, cada viernes es doloroso y condenado a ser demandante. Es el día más frío de la semana, y ni siquiera el pleno otoño con sus bajas temperaturas, lo equipara.

—¿Qué piensas hija? —Mamá me sorprendió que sin querer solté la taza dejando un poco empapado el mantel de la mesa.

—¡¿Qué sucede hija?! —Papá preguntó preocupado.

—¡Eh! Mamá —Rasgué un poco la muñeca de mi mano e hice una mueca, encontrando una excusa—. Hoy viene un compañero para hacer una tarea que la profesora nos dejó.

Papá se quedó viéndome perplejo mientras mamá lo hizo por unos segundos, pero después cambió su expresión a esa sonrisa extraña.

—¿Solo hacer un trabajo? —Papá preguntó neutro.

—Claro que sí, ¿qué crees? —Observé la hora, solo para salir del interrogatorio e ir al colegio—. Bien, creo que me iré. Los veo al rato, los quiero mucho.

—Adiós, hija —Se despidieron al mismo tiempo.

Me levanté de mi puesto, besando las mejillas de ambos y después me perdí por el pasillo de la sala principal. Recogí la mochila sobre el sofá y antes de salir, acomodé el gorro que cubría los moretones de la frente. Tardarán mucho en disolverse, pero los disimulaba con maquillaje. Recogí mis llaves para salir de casa y afuera un frío me cubrió todo el cuerpo, congelando mis huesos de pies a cabeza. Intenté de la mejor manera de calentarlos, al dar pasos agigantados, pero fue inútil.

Al llegar al colegio, mi estómago como siempre se contrajo al detenerme frente de esas puertas. Todo lo que albergaba, a esas chicas, son la combinación perfecta para suplicar porque este año se acabara lo más pronto posible. Mordí mi labio inferior, intentando dar el primer paso, pero algo me detuvo. Miré por todos lados y algo me atrajo a Derek, su presencia lejos de mí, apoyado en su todoterreno y charlado junto a un chico, ¿se llamaba Andrew? ¿O algo así? Ambos vestían uniforme deportivo, lo que me hizo recordar que tendrían un partido para el viernes.

Sus ojos se cruzaron con los míos y el corazón se me contrajo. Tragué saliva y no hallé la peor forma de desviar mi atención que escapar de ese contacto visual. Fueron instantes tan intensos que decidí nublarlos e ir por mis libros para distraerme. Llegué a mi casillero, coloqué la llave para abrirlo y cientos de hojas cayeron frente a mí, dejándome sin aliento. Recogí una y entendí que cada impresa, era igual.

"Elizabeth, La zorra nueva de Derek"

Atemorizada volteé en busca del responsable, pero todos estaban a un kilómetro de distancia. Recogí cada boceto para guardarlo en la mochila mientras la garganta me ardía y la sensación de inestabilidad me embargaba. Todos mis días se manchan. Hice sonar un poco la nariz y borré la humedad de mis mejillas con mi suéter.

—¿Qué sucede? —Arrugué un poco el entrecejo y subí la mirada, topándome con ese par de nubes grisáceas—, ¿Lizzie?

No hablé, el nudo en la garganta me hizo volver a perder las fuerzas. Él no me sentenció a responderle, solo me ayudó con el papeleo. Tomó uno de improviso para leerlo y se dio cuenta de la situación en segundos.

—No fui yo, esto estaba en mi casillero cuando llegué —Me digné a hablar.

—Sé que tú jamás serías esa persona.

Se detuvo a verme con una mueca en su semblante y me entregó los demás papeles para guardarlos. Los alojé en mi mochila para botarlos en casa y me senté en el piso, apoyando mi cabeza sobre mis piernas flexionadas mientras temblaba de miedo.

«¿cómo he podido soportar todo, sin siquiera completar un mes?, ¿cómo puedo seguir soportándolo?» Me pregunté a mi misma.

—Pensé que sería un día normal —susurré, observando mis botas—, pero no lo fue. No puedo seguir soportándolo, no quiero hacerlo.

Mi vista se perdió.

—Lizzie —evité mirarlo, después de tanto es inútil seguir avanzando—, mírame.

Volteé hacia él, notándolo sentarse junto a mí. Ambos suspiramos y esa compañía que tantas veces anhelé tener a mi lado, la percibí con miedo. No imaginaría tener que ver esa chica afortunada que amara cada virtud y como sus desaciertos. No puedo si quiera pensar que disfrutará de esta compañía todos los días, como lo estoy haciendo yo ahora. Sé que él no está hundido en esa miseria a la que llaman soledad. Es alto y guapísimo como el cielo a través de sus ojos, alguien así lo que menos tiene, es miseria. Mi miseria.

—Es imposible no mirarte por pocos segundos —murmuró en busca de algo y yo regresé la vista hacia mis botas, notando lo nerviosa que me coloca cuando esas palabras salen de su boca—. Eso me lleva a la conclusión de que tus moretones han desaparecido.

—Aún los tengo, los escondo con una crema de mí mismo color de piel, se llama base —Murmuro y el timbre suena fuertemente.




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