Si las luces se apagaran

12. “Te quiero”

Aún nos encontrábamos en el auto, camino hacia el lago. Ni siquiera he podido apartar la mirada en él en todo el viaje, me deja como en un trance de hipnotismo. Todo ha sido tan irreal, tanto como tenerlo a mi lado, sonriéndome con devoción. Es la primera vez que me siento tan plena. Todo aquel tiempo junto a él, dio para estudiarlo con más detalle, incluso me percaté de unas cicatrices sobre uno de sus brazos.

—¿Te ha parecido una sorpresa? —Arrugué mis cejas al no entender—. ¿Sobre el lago?

—Sí... claro —Murmuré sorprendida. Me pilló desprevenida—. Me tomó por sorpresa, aunque es una linda sorpresa.

Miré hacia adelante y me percaté del camino de tierra que atravesábamos. Tomé un bocado de aire y sin pensarlo, un paisaje impresionante se inclinó ante mí. No hubo mejor cita o como se llame, mejor que esta. Es más, me encanta que él me traiga a la naturaleza, en vez de otro tipo de lugares donde son muy comunes de visitar. Sin dudas, este era un paisaje esplendoroso. El lago de por sí era gigante, y al jugar por su tamaño, en el centro se reflejó el sol que tocaba a plena luz de día. Nos detuvimos y yo, queriendo solo agudizar una palabra, solo una llegó a mi mente.

—Es hermoso —Murmuré maravillada.

—Ven, vamos a mirar —Sonrió como esa primera vez que me dejó sin aliento... ¡Agh! Siempre está ahí, enmarcada en su rostro como las chispas que me revuelven el estómago.

Salimos del auto y apenas puse un pie en las piedrecillas, él abrió la parte trasera de su auto. Me acerqué por mera curiosidad y me detuve apoyando mi cuerpo en este. No dejó de sonreírme y cuando apartó su mirada, sacó un par de cañas de pescar.

—¿Vamos a pescar? —Pregunté con una ceja levantada.

Se detuvo unos segundos intentando descifrar lo que decía mi mirada.

—¡Em! Sí... —Suspiró por algunos segundos—. Lo siento, no sé muy bien cómo funcionan las citas.

Se rasgó un poco la cabeza, incómodo. Ese chico es tan dulce que ni siquiera era capaz de darse cuenta de lo mucho que me ha encantado la idea.

—No digas eso. Siempre quise saber pescar, pero mi papá la mayoría del tiempo está ocupado —Digo encogiéndome de hombros.

Su cara de expresión incomoda comienza a desaparecer y se comienza a observar una curvatura en sus rosados labios.

—Bien, porque estas con el más sexy instructor de pesca —Murmuró mostrando sus tonificados bíceps, lo que me hizo sacar una carcajada.

—Y mío —Dije sonriendo.

—Tuyo —Nos reímos y agregó—. Por cierto, no existe un pescador, sin esto. —Sin comprender lo que quisiese decir, buscó entre sus cosas, un gorro que después me colocó sobre la cabeza—. Huele un poco a pescado.

Negué sonriendo.

—No tiene olor a pescado, tiene un olor que me encanta desde que lo conocí... —Susurré acercándome a él con nerviosismo.

Por unos momentos arqueó sus cejas, sin comprender. Y por primera vez, sentí su aliento más pesado y acelerado.

—¿Entonces a qué? —Preguntó en un susurro que chocó contra mi piel de gallina.

—A ti —Musité tomándolo del dobladillo de su chaqueta, lo acerqué a mí y deposité un beso sobre sus labios.

—Nunca había visto esta parte de ti, lucecita —De solo darse cuenta de lo que hago sin tener ningún criterio sobre mí misma, me coloqué al instante como una fresa—. Y es algo que me enloquece y me encanta.

Sin quise tener conciencia y me aventé a sus brazos, besando delicadamente sus comisuras. Su persona tiene un toque tan especial que me enloquece como una noche de año nuevo. Puede hacer vibrar cada parte de mi ser completo.

—Si seguimos así, nunca pescaremos nada —Susurró sobre mi aliento.

Fui consciente de que todo este pequeño tiempo que ambos hemos estado, no nos despegamos uno del otro.

—Cierto —Me alejé de él, sintiéndome un poco avergonzada. No era muy propio de mí ser tan acelerada con nadie, mi experiencia era terrible y debo confesar que él posee una manía en mi de acelerar todo.

Me perdí a contemplarlo entre miles de tintes rojos sobre mis pómulos y él de igual forma cayó en mis ojos, deteniendo el tiempo entre ambos. Sonrió con amor y de su coche sacó una cesta de picnic.

—Bien, Lizzie. Tú llevarás la cesta —Asentí sonriendo.

Él cogió dos cañas de pescar junto a dos sillas de acampar, cerró la puerta del auto y después de algunos minutos, comenzamos a caminar juntos. El lago no se encontraba tan lejos del auto, así que no se nos dificultó caminar algunos metros. Llegamos al final del muelle y él se detuvo, colocando ambos asientos uno al lado de otro. Mi mirada cada cierto tiempo se perdió en la suya. Después, sin dejarnos de contemplar, sentados en las sillas, de un momento a otro él comenzó a buscar algunas cosas entre la cesta y lo escuché maldecir. Me llevó a mirarlo, sin entender lo que sucedía. Frustrado volvió la mirada hacia otro lado topándose con la mía.

—¿Qué sucedió? —Pregunté desentendido.

—Maldición, he olvidado algo... Todo esto fue un fracaso de cita —Lo dijo para él mismo, tomándome por sorpresa. Me volteé con una ceja levemente levantada y él, en cambio, bajó la mirada—. Lo siento, lucecita.




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