Si las luces se apagaran

13. "Desastre"

—¿Jade? Que sorpresa verte —Comenté de nuevo en un completo desconcierto.

Su mirada enfurecida, por el reflejo de la luz, la noté de aquí a la luna.

—Solo quise visitarte y me encuentro una horrible imagen de ti y de ese idiota, ¿Qué pretendes? ¿Ser como las otras chicas que caen así de fácil? —Inquirió con una ceja levantada.

Su persona por primera vez me enfureció, no tiene por qué venir a hablarme así al frente de mi casa.

—¡Ya basta! —Dije extrañamente furiosa y ella se quedó perpleja viéndome—. Yo no soy una chica por así decirlo... fácil. Me catalogas como eso. Él es ahora mi novio y lo quiero mucho como para no seguir los concejos de los demás.

—Tú quien te crees para defenderlo si no lo conoces, apenas llevas un mes acá —Sin decir nada me volteé para entrar a mi casa—. No seas una estúpida que te arrepentirás de todo esto y si algún día te pasa algo grave será la culpa tuya.

Suspiré contra la madera de mi puerta y luego me volteé de nuevo para verla.

—Sé los riegos que tomo y por primera vez, estoy dispuesta a correrlos.

—¡Pero lo conoces hace solo un mes y medio!

—¡Igual que a ti! ¡Que a todos! ¡A este pueblo! No lo entiendes...

—¡Claro que no te entiendo! ¡Pero después no vengas a mí cuando las cosas empeoren! —Vociferó con fuerza para luego retroceder rápidamente—. No debiste ser tú la que se enamorara de él. Te lo advertí, Liz. Te arrepentirás de cada una de tus palabras.

—Y-yo... —Suspiré mientras ella echa una furia, se daba la vuelta

—¡No te quiero oír! —Vocifera para luego desaparecer en un sombrío atardecer.

Verla acá junto a sus amenazas habían opacado este día tan especial. Hubiera sido mejor que se ahorrara sus palabras, para intentar no pensar que fueron con la clara intención de dañarme. Sé que mi novio nunca ha sido de su agrado, lo ha demostrado desde mi primer día de clase.

Sin pensar en nada más, saqué las llaves de mi casa y las introduje en la cerradura. La casa por dentro estaba con las luces encendidas y no había ningún ruido. Aterrada, subí las escaleras para ir en busca de mis papás y la puerta de su habitación estaba entreabierta. La toqué, abriéndola y ni siquiera sus sombras aparecieron, aunque un ruido en el baño me alertó. Me acerqué con cautela y papá estaba reparando la llave del lavamanos mientras mamá lo ayudaba.

—¡Apareció nuestra hija desparecida! —Mamá decía con humor.

Papá dejó de hacer la tarea impuesta por mi madre y me estudió como una especie de delincuente.

—¿Cómo estuvo tu cita, hija? —Me preguntó con clara intención de molestarme. Sabe perfectamente que esto temas amorosos me hacían sonrojar como el color de una cereza.

—Bien, fuimos al lago.

—Bueno, ese no es un lugar tan habitual —Comentó mientras daba vuelta a la llave de paso y después me siguió investigando—. ¿Y esa camiseta?

—¡Eh! Fue Derek quien me la dio —Murmuré entre tonos rojos.

Cambié mi vista y mamá no paró de sonreír.

—Me recuerda a tu padre.

—¿Algún día papá fue así contigo, mamá? —Pregunté sonriendo.

—Claro que sí, siempre recuerdo lo cuan dulce era a entregarme obsequios, ¿Verdad? —Miró a papá.

—Claro que sí, cariño.

—Ustedes son tan... —Murmuré y sin previo aviso, comencé a estornudar seguidamente—. Lo siento, creo que pesqué un resfriado.

—A ver, déjame tocarte —Mamá como siempre tan protectora, se me acercó colocando una mano sobre mi frente—. Estas con la temperatura muy alta, Elizabeth.

Ahí está ella al nombrar mi nombre por completo cuando las cosas no andan bien.

—Mamá —Protesté, pero ella negó enojada—. Solo es un pequeño resfriado.

—Te bañas y directo a la cama —Ordenó rápidamente.

—Pero...

—Cama ahora.

Sin objetar más, fui a la ducha, obedeciendo sus órdenes al pie de la letra. Terminé de lavar mi cuerpo entre fuertes escalofríos y fui directo a la cama toda desganada. Me sentía decaída, como si mi cuerpo no tuviera fuerza. Todo se tornó denso, sin ánimos de nada, pero de igual manera la curvatura en mis labios, ni siquiera el resfriado más complejo puede robármela, al igual que esa camiseta tumbada sobre la silla de mi escritorio. Sin dudas, ha de ser ahora mi prenda favorita.

—No puede ser —La voz de mamá captó mi atención—. A pesar de que estés resfriada, esa sonrisa no te la quita nadie.

Negué mientras ella se acercó con un vaso lleno de agua y una patilla sobre su palma.

—Estas toda risueña, Lisita —Reí más por aquel comentario y ella de pronto cambio su expresión—. Es increíble lo que está sucediendo contigo, siempre has odiado ese apodo. Me asustas, Liz. ¿Estás segura de lo que sucede entre ambos?

—Nunca he estado tan segura con estos pasos que doy.

Me entregó las cosas de sus manos y al instante tragué ambos.




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