Si las luces se apagaran

20. "Ritual"

—Es hora de comenzar el tan esperado ritual.

Derek alzaba las manos al medio de la fogata, causando que yo estallara a carcajadas.

—¿Ritual? ¿Hablas en serio? —Pregunté, calmando un poco la respiración de tanto reír—. No sé cómo la policía no ha venido, has hecho una inmensa fogata.

—Creo que lo más cerca a emergencia, sería la de los bomberos. Aunque, ninguna persona vive cerca y creo que tenemos todo el lago para nosotros dos.

Por la poca luz perceptible entre él y yo, vi como sus cejas se movía de arriba hacia abajo.

—Bien, entonces hagámoslo —Lo animé entusiasmada mientras recogía mi libreta tirada en suelo.

—¡Así se dice, nena! —Gritó a toca voz.

Su alto entusiasmo hizo que, sin siquiera pensarlo, arrancara la primera página del libro.

—Primer día de sufrimiento... —Confesé mientras tiraba la hoja al fuego y esta se desasía, convirtiéndose en cenizas de olvido.

—¡Arde fuego, arde!

Sus ojos grises tenían esa complicidad de locura que me sonrió toda la noche. Es increíble.

—Segunda y tercera hoja... al fuego —Comenté al tirar miles de letras que escribí, relatando lo acontecido durante hace años.

—¡Sí! —Gritó Derek, como si fuera un maniático, pero de igual manera eso me hacía reír, algo que nunca nadie logró con tanta fuerza.

Y así pasamos los minutos, alrededor de una fogata que se llevaba todos mis recuerdos. Fruncí mi entrecejo cuando una idea loca pasó por mi cabeza, esto sí que sería divertido. Observé mi libreta y arranqué la última página escrita.

—Y bien esta es la última página que escribí cuando nos conocimos...

—No... —Escuché el quejido de él y al instante la tiré al fuego, dejándose que se disolviera.

Por unos momentos sus ojos estuvieron fijamente en ese pedazo de hoja sin sentido y de repente estos se posaron con gran enojo en mí, haciendo que esa chica tan sería que solía ser durante toda la velada, explotara en risas.

—¡Era broma! ¿Te la creíste, Derek? —Pregunté inocentemente mientras hacia un puchero. Él sin saber que decir, posó ambas manos en su cintura sin hablar—. ¿Qué pensabas?

—Me las pagaras —Sentenció.

No podía creer que su amenaza me causara escalofrío, más aún cuando se acercaba como un animal en busca de su presa. No lograba contener esa risa intensificada que comencé a retroceder y él a avanzar. Así que como un conejo corriendo porque lo perseguía el zorro, comencé a correr con el corazón palpitando a mil por hora. Entre las carcajadas mías y mis piernas en continuo movimiento, sentí como las energías se agotaban hasta quedarme sin ellas.

Al final, logré llegar hasta el muelle y como mi manera de pensar no es tan clara, sobre todo cuando se trata de huidas inesperadas, llegué al borde del muelle y por suerte mis pies no tocaron al agua. De esa manera mi sonrisa se borró por competo cuando Derek me veía con una sonrisa malvaba en sus labios y sus brazos se cruzaban a la altura de su pecho.

—¿No le harías esto a tu novia? —Pregunté con un puchero de por medio ¡Carajo! Esperemos que me salga bien, aunque esa curvatura con cierta maldad en sus labios indicaba que todo había salido de lo peor.

—¿Por qué no lo haría "novia"? —Responde con otra pregunta haciendo un énfasis en la última palabra.

—P-porque tu novia salió de un resfriado y le tuvieron que inyectar una jeringa en el trasero... Además, al parecer ahora está en el mismo estado.

Fingí toser y me quedé viéndolo de reojo.

—¿Qué ocurrencias de mi novia? —Ironizó—. ¿En serio te estás preocupando por tu salud, Lizzie? 

—¿Tú? ¡Yo! —Protesté, pero después negué. Era cierto, nunca fui muy cuidadosa en cuanto a mi salud—. ¡Agh! Tienes toda la razón, —resoplé—. Ahora que estamos aquí, si quieres puedes lanzarme al agua.

Extendí mis brazos para esperar que todo mi cuerpo se sumergiera por completo por un empujón de él, pero eso nunca llegó a suceder. Interrogante, vi esos ojos grises que ahora se tornaban negros con la oscuridad del lugar.

—¿No me lanzaras "novio"? —Esa palabra sí que suena bien.

—No, no es necesario... Me vengaré de una u otra forma —Se encoge de hombros como si nada.

Abrí mi boca para protestar, pero comprendí que era inútil. Llegó hasta ignorarme, solo para recostarse sobre la madera del muelle.

—¿Qué haces? —Pregunté curiosa.

Él sin decir nada pasó sus manos por detrás de su cabeza, apoyándola. Se perdió por un buen momento en el cielo y ahí recién me di cuenta de lo que hacía. Sin esperar una invitación a cambio, me recosté junto él y con esa complicidad que compartimos, apoyé mi cabeza sobre su pecho.

—Cuando tenía unos seis años, mamá siempre me traía acá para ver las estrellas y decía cuáles eran.

Sus palabras hicieron que lo mirase, su sonrisa era inevitable y en sus ojos se deslumbraban las estrellas que veía con gran fascinación, era una de las cosas que me encantó contemplar.




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