Si las luces se apagaran

30. "Sola"

Ese día lunes por la mañana no se despegó de mi mente hasta altas horas de la madrugada, el peor día que pude haber presenciado. Creí ser lo suficientemente valiente para no equivocarme, lo creí de esa manera. Mientras desayunaba todo por completo, esperaba impacientemente a que mi teléfono vibrara para hacerme saber que Derek estaría al frente de mi casa cuando yo abriera la puerta principal. Lo esperé impacientemente y el teléfono vibró. Por instinto supe que era él, logró que ese tan difícil momento que había torturado mi cabeza hace días atrás, ahora solo se convirtiera en una suposición nada más.

—Me voy —Les dije a mis padres cuando terminaban su charla de noticias.

—Adiós, hija —Escucharlos con eco, me hizo sonreír.

Después de besar sus mejillas, salí de la casa. El cielo se encontraba gris, pero incluso viéndolo de esa manera me negué a desanimarme porque si él había enviado un mensaje, significaba que las cosas seguían de la misma manera. Justamente cuando alcé la vista, su todoterreno se encontraba aparcado en la calle de mi casa. Esta vez fue diferente, él no se encontraba apoyado sobre este, viéndome con una gigantesca sonrisa... Ese día fue distinto en todos los sentidos. Extrañada caminé hacia el auto, subiéndome y sus ojos grises captaron mi atención, luego dio un suspiro y sin fijarse más en mí, encendiendo el auto.

—Hola —Le sonreí tiernamente.

Él ni siquiera me miró como siempre lo hacen sus ojos, apoderándose de mí... Nada ocurrió como lo pensé.

—Hola —Su ácida voz con un respiro profundo, me abatió.

—¿Estás bien? — Pregunté, intentando hallar una explicación.

—Sí... —Dio un gruñido que no entendí—. Solo no quiero charlar, no por hoy, Lizzie.

—Está bien —Bajé la mirada, conmocionada.

Fue uno de los silencios más incómodos que logré percibir desde que lo conocía. Ni siquiera cuando apenas nos conocíamos. Algo no andaba para nada bien Ese perpetuo silencio se prolongó hasta llegar al colegio. Aparcó el auto en el típico lugar donde lo estacionaba y sin decirnos absolutamente nada, subí mi vista para desviarla hacia él; sus manos tensas se aferraban al volante mientras que su cabeza estaba sobre ellas. Tímida intenté llevar mi mano hacia su cabello, para que mis dedos se mezclaran en su oscura cabellera, pero una gran parte de mí no lo quiso así, como si algo me estuviera deteniendo.

—Vete, Lizzie. Después te veo y así hablamos —Suspiró con rabia—. Necesito estar solo y sin tu compañía.

Era miserable verle así, pero me imploraba por dejarlo en solitario.

—Sabes que me tienes a mí, Derek... Siempre lo harás, ¿Derek, si quieres algo...?

—¡Solo quiero estar solo! ¡¿Qué no entiendes?! —Esa mirada y voz ácida me dejaron perpleja por completo.

— Si no me hubieras gritado igual lo entendería. Yo solo quería ayudarte, adiós —Susurré un tanto aterrada—, ¿lo recuerdas? Porque no hay un solo día en que lo piense cuando me lo dijiste el viernes.

Al salir del auto sintiendo un nudo en la garganta, me quedé por algunos segundos pegada en la ventana viendo como la rabia se apoderaba de él. La impotencia me consumía, no podía arreglar nada. Sin muchas ganas de ir a clases, caminé sin mi compañía más grata, fue difícil cuando no lo tenía a mi lado. Volví a sentirme insegura de mí misma y de las personas que me rodeaban.

Al terminar de subir las escaleras de la escuela, llegué a mi salón, sentándome en uno de los pupitres más apartados. Sonó el timbre y mi vista se reflejó en la puerta de entrada. Lo primero que capté fue algunos compañeros que no compartía ninguna palabra, seguido de las arpías y el profesor. Él no apareció en todo el transcurso de la mañana lo que despertó un gran vacío en mi interior. Combatí conmigo misma entre sí enviarle un mensaje o llamarlo, pero quizás necesitaba espacio. Fue difícil asumir esa realidad, cuando su grito se propagaba como ecos por toda mi cabeza. Estaba melancólica todo el tiempo, sintiéndome sin aire dentro de mí.

Era el tercer periodo de la mañana y mi vista se perdía en su pupitre vacío, el lugar en el que siempre se sentaba para molestarme o jugar en su móvil mientras el profesor lo regañaba. Hoy eso no logré observarlo y fue una de las mañanas más aburridas.

—Bien clase, espero sus reportes para la próxima clase —Confundida logré escuchar las últimas palabras del profesor. Últimamente no estaba tan enfocada en la clase, su ausencia mantenía mi cabeza ocupada—. Nos vemos para la próxima clase.

Volví la mirada hacia ese lugar donde él me hizo ver las rosas blancas que adornaban el jardín. Recuerdo que aún no iniciábamos nada, pero por dentro, de alguna manera, sentía que todo de mí le pertenecía a él. Esa mirada tan gris acompañada de ese destello, me veían de tal manera que no me percataba de como el tiempo pasaba tan rápido a su lado.

—¿No irás a comer? Es la hora de almorzar

Distraída llevé mi mirada a los ojos marrones de Andrew, quien estaba apoyado sobre el umbral de la puerta. Mi vista de unos segundos a otros se dispersó por todo el lugar. No había nadie en ella, solo existíamos él y yo.

—No. Creo que hoy mi apetito no es el mismo —Digo mientras no hago más que jugar con mis nudillos—. ¿Te puedo hacer una pregunta?

—Claro que puedes —Sonrió con tal de proporcionarme confianza.

—Derek, ¿Lo has visto? —Pregunté y ese silencio se prolongó por varios minutos inconclusos.

—No, no lo he visto en toda la mañana... Pero él en algún momento volverá, te lo aseguro. A veces necesita un poco de espacio para pensar en las cosas. No siempre se tiene buenos momentos —Bajé la mirada—. ¿No lo crees?

—A veces desearía entenderlo o conocer más de él, de su futuro o pasado —Murmuré inconclusa con respecto a él, era a veces un tanto misterioso.

—A veces no es necesario rebuscar en el pasado, porque existen heridas que necesitan sellarse —Murmura sin mirarme.




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