Si las luces se apagaran

33. "Fuego"

No sé en que momento me transformé en esta persona llena de ira o recelos por alguien. Ni siquiera cuando mi mundo se hundía a pedazos, me comportaba de esta manera. Me pude dar cuenta cuando vi todo por doquier, en mi cuarto.

El sol aún estaba, pero pronto llegaría mamá para darse cuenta de todo lo que había causado. De seguro me llegaría un regaño de parte de ella, pero a estas alturas eso no importaba... Pero con papá era todo distinto, con él reflejo un miedo más grande. Tanto así que no puedo solo quedarme de esta manera con los brazos cruzados. Así que no dudé en ordenar cada rincón de mi habitación.

Tardé un tanto de diez minutos en hacerlo y deshacerme de cosas innecesarias. Al terminar me quedé viendo mi habitación fijamente, estaba vacía o más bien solitaria. Mi presencia no importaba. Estaba frustrada y melancólica que no tenía ganas de nada. Solo me senté sobre el piso, envolviendo mis piernas y dejando que mi cabeza descansara sobre ellas.

—¿Qué haces ahí? —Subí la vista en cuanto escuché su voz.

April, sorprendentemente estaba en el umbral de la puerta con los brazos cruzados.

—Solo estoy sentada —Respondo vencida.

—No te pregunto eso, Liz. Te pregunto, ¿Qué haces ahí, arruinándote? —Me encogí de hombro. Me encontraba vencida y arruinada que no pretendía levantarme—. No me hagas ese gesto, Elizabeth. Soy tu mejor amiga y no dejaré que te arruines de esa manera. Haré lo que sea para levantarte.

—Yo... —Me quedé sin palabras porque no sabía que decir—. Yo...

—No tienes que decir nada. Colócate un abrigo e iremos a patinar a la plaza del pueblo —Me ordenó y sin darme la oportunidad de decir algo, se fue—. Te espero abajo.

Bufé en cuanto escuché ese último grito. April me había tomado de imprevisto que me descolocó, pero al mismo momento me hizo abrir los ojos. No entendía como el amor te llevaba a este punto de enloquecer, de odiar, pero más que nada de no olvidar.

—¡Te estoy esperando, Lizzie! —La escuché gritar desde la planta baja.

Sonreí un poco, aunque no recuerdo haberlo hecho en estos días. Me alegré porque April llegara a mi casa, no sé cómo, ni siquiera que hora, pero me saca una leve sonrisa que agradezco mucho. Asimismo, decidí que tenía que despejarme y salir de mi cuarto. Últimamente con los exámenes interminables y un rompimiento, me hundía en mi habitación.

—Te estoy esperando —Gritó otra vez para presionarme en salir.

Con su ayuda que fue precisamente insistiéndome, me levanté del suelo. Fui al baño para arreglar esa cara tan pálida que mostraba al mundo y bajé con un abrigo de polar. Ella sentada en el sofá de la casa, se levantó en cuanto me vio y prácticamente me arrastró hasta la salida, sin que antes tomara las llaves de la casa. Ninguna dijo nada en el momento en que emprendimos el viaje hacia la plaza. Bueno eso pensé hasta que el bichito de la curiosidad me visitó.

—Te puedo preguntar algo, ¿Cómo entraste a mi casa? —Pregunté desconcertada ya que en ningún momento escuché la voz de mi padre o mi madre.

—Necesitaba sacarte de ahí y no sabía cómo hacerlo así que llamé a Henry y él me dijo que tú siempre dejabas una llave debajo de una maseta... Ahora saca tus propias conclusiones, avecilla —Sonreí al escuchar ese apodo, era lindo.

—Tú sabes que estos días han sido tan difíciles para mí y me siento incapaz de ver mi futuro. Por eso muchas gracias por estar cuando más te necesitaba —Murmuré con los ojos llenos de lágrimas.

—Para eso están las mejores amigas...

—Siempre —La interrumpí y ella sacó una leve carcajada.

—Y para siempre.

Después de jurarnos una amistad eterna, mi corazón de cierto modo sabía que duraría para siempre. Nos perdimos en una conversación donde lo trivial y bizarro se juntaban. Era increíble, pero nuestras conversaciones perfectamente se deliberaban hacia otro extremo desconocido. Así somos nosotras.

Era cansador el recorrido que iniciamos desde mi casa hacia la plaza, pero será realmente gratificante el llegar. El frio era horripilante, pero no tomaba importancia cuando se veía por doquier las luces de navidad que adornaban los árboles. En una esquina había niños tirándose bolas de nieve a la cara y en el centro de la plaza, estaba la gran pista de patinaje.

—¡Ah! La pista está abierta. Yo jamás había venido por culpa de mis tíos, pero ahora tengo a mi mejor amiga —Dice mientras me arrastraba hacía la renta de patines.

Al llegar me sorprendí por el chico que trabajaba, era James el puma. En cuanto me vio, sonrió, sin musitar alguna palabra. Yo le devolví el gesto por cortesía ya que logré comprender que esa familiaridad que mantenía con él se había disuelto. Su actitud me causaba un total desconcierto.

—¿Numero de zapatos? —Dijo neutro.

—Ocho y medio —Yo respondí de igual manera.

Fue en busca de ellos a la bodega y no supe que hacer en ese momento. April, en tanto se amarraba las agujetas. Esa chica es una suertuda, porque justamente una chica había terminado de ocuparlos y eran de la misma talla.

—Bien, te espero en la pista para practicar un poco con los patines.

—Claro, ve.

La veía con suma felicidad mientras ella se tambaleaba de un lado hacia otro como un borracho. Tuve que armarme de valor para no reír cuando casi se cae en la pista.

—Ten.

Volteé en cuanto escuché la vacía voz de James.

—Gracias, James.

Sin esperar algo de su parte, me senté en un banco a unos cuantos metros de él. Me despojé de las zapatillas, sintiendo el invierno es su pleno regocijo.

—Te extraña —Subí la vista después de recordar de quien se trataba—. Liz, sé que no quieres escuchar nada de él. Sé que estos días han sido una mierda para ti, pero me preocupa. Ha estado ahogándose en alcohol, lo que me desconcierta.

—James —Susurré sin que decir.

—Lo siento por decirte esto, pero no dejaré que mi mejor amigo se hunda de esa manera —Sus ojos cristalinos se fijaban en mi buscando alguna respuesta.




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