Si las luces se apagaran

38. "Batalla"

Al cruzar el umbral de la puerta de mi habitación, la cerré de golpe. No existió ninguna necesidad de hacerlo, pero esa actitud que se aferró contra mí, me hizo perder los estribos. Mis lagrimas cayeron a chorros y mis manos taparon mi cara llena de rabia y dolor. He tocado esa realidad que desconocía o que quise ser ciega, solo para darme cuenta de que no me permitirá estar cerca de él. Lo odiaba, no hay necesidad de preguntarle, sus ojos oscuros lo delatan con solo una mirada.

—Hija —Captó mi atención. Miré hacia la puerta y supe que solo ese pedazo de madera nos separaba—. Lo siento por el golpe, yo nunca quise. Es que tú me desobedeciste. Me disculpar por el golpe, pero entiende algo bien. Nada hará que nada cambie de opinión y no dejaré que te acerques a él, no mientras yo viva.

Mordí mis labios con tanto fervor que percibí el sabor a metal de éste. El golpe no me interesó, pero el solo hecho de que lo rechazara y pretendiera apartarlo de mí, era lo más desgarrador. Me acerqué a mi puerta y dejé que mi perfil chocara con la fría madera.

—Te perdono —susurré con un nudo en la garganta queriendo desaparecer—, pero entiende que nada me hará alejar, ya es tarde para que todo vuelva a ser como un antes.

—Te felicito, Elizabeth. Si quieres ese trato conmigo, está bien —Me habló de una manera sarcástica y bufó con molestia—. No dejaré que te lastime, y si quieres cruzar límites conmigo, no te lo recomiendo. Tú me conoces como nadie. —Hizo una pausa—. No salgas de aquí como hoy porque no te lo recomiendo, Elizabeth. Saldrás más perjudicada... Voy por tu madre al trabajo y vuelvo. Si sacas un solo pie, acatarás las consecuencias.

—Ve.

Sentí sus pisadas alejándose, hasta llegar a la puerta y cerrarla. Con sollozos de por medio, me deslicé por la puerta para tocar el suelo. Volví a sentir una inseguridad capaz de lograr hasta lo imposible. Me recordaba a esos días en que mis padres no conocían de mis maltratos, pero esta vez sentía más el vacío del cariño paternal. Había encontrado un pedazo desgarrado de mi corazón, sin embrago otro desaparecía. Era ganar y perder, algo que no había vivido y me llena de melancolía presenciarlo. El teléfono comenzó a sonar y con un poco de dilucides avancé a responder. Vi su nombre cuando agarré mi teléfono.

—¿Sí? —Susurré en el momento en que mi manga pasaba por mis mejillas para limpiar el rastro de lágrimas caídas.

—¿Estas llorando, lucecita? —Preguntó con preocupación.

—Yo... —Mi mentón tiritó y volví a formar una cascada sobre mis pómulos—. No sucede nada.

—Dímelo, por favor. Sé que me ocultas algo —Lo escuché suspirar—. Llegué a estudiarte con detenimiento.

—Es qué —Mordí mi labio con fervor. Papá me había dejado con impotencia—. No podemos vernos más, mi papá ahora me prohibió hacerme a ti.

Hubo un silencio extenso que creí volverse un siglo sin final.

—¿Y tú lo quieres así? —Abrí mis ojos con sorpresa, su voz sonó con dolor.

—No quiero que pienses así. Yo le dije que no me prohibiría, pero él se enfureció conmigo y... —Abrumada caminé de un lado hacia otro—. Olvídalo. Recuerda que siempre hallaré la manera de estar contigo.

Me negué a perder una guerra con mi padre. Costó tanto recuperar este amor, ahora no dejaré que se escape de mis manos.

—No lo hagas, porque yo iré por ti y si te niegas, te llevaré contra tu fuerza de voluntad —Reí un poco por el cometario descabellado que había soltado.

—Tienes unas maneras locas de hacerme reír...

—Es porque amo tu sonrisa, Lizzie.

—Desearía tenerte acá. Lo que me dijo papá me hace sentir sola... Y creo que todo vuelve hacer como antes —En mis ojos se formaron lagunas inoportunas—. Me recuerda a esos momentos en que tuve que combatir sin nadie a mi lado.

—Ambos estuvimos de esa manera por un tiempo —Confesó triste.

—Me niego a seguirlo haciendo...

—Me tienes a mí, Lizzie y eso no cambiará.

—Lo sé —Vi mi recamara y los libros del colegio se encontraban apilados en una montaña—. Tengo que hacer mis tareas, mañana te veo.

—Dulce sueños, lucecita —Se despidió al momento de quedarme viendo fijamente el cubre cama—. Te amo.

—Yo también te amo, adiós —Alejé el teléfono y lo desplomé en el colchón.

Fui hasta mi escritorio y comencé hacer mis quehaceres con la cabeza en otro lado. A eso de veinte minutos mis padres llegaron, pero ninguno se dignó aparecerse en mi habitación para ver cómo me encontraba. Y sin pensarlo, un agudo nudo se formó en mi garganta. La ausencia de ellos nunca estuvo tan extinta como lo es ahora.

Tardé una hora en hacer mis tareas y llamaron a mi puerta. Con mi voz seca dije "Pase" y al ver la puerta, rogué porque no fuera mi padre. Por suerte, ella apareció con una sonrisa cotidiana.

—¿Irás a cenar? Habrá visitas.

Negué en cuanto nombró la palabra "Visita".

—No, mamá. Hoy no tengo ánimos de nada —Suspiré al momento de levantarme de la silla—. Debo estudiar.

Me acerqué hasta mi armario y saqué una parca.

—Es extraño que tengas que estudiar cuando inicias recién las clases.

Volteé entre mis talones, sonriendo. Mamá me conocía al pie de la letra.

—Mamá debo estudiar para entrar a una buena universidad —Bufé al momento de ver mi libro de anotaciones—. Después bajaré.

—Está bien, te espero abajo. Adiós, linda —Le sonreí y ella cerró la puerta.

Volví a ser amiga de mi propia soledad, sin pillarme con los ojos de papá. Me recosté sobre mi recamara para intentar, aunque sea cuestión de segundos para olvidar por completo esta situación con me lleva a mi padre. Al momento de cerrar mis ojos por pocos minutos, comencé abrirlos con pereza, acostumbrándome a la oscuridad de la noche. Oí dos voces extrañas a mi rutinaria vida y entendí que ya llegaron. Logré percibir sus risas a carcajadas en la primera planta.

Me senté sobre la cama al momento de peinar mi cabello lacio. No necesitaba bajar, pero el hambre invadió mi estómago, hasta llegaba hacer esos rugidos. Suspirando me levanté de la cama y fui a la primera planta, no se hallaba nadie en el sofá. Escuché voces por la cocina y una me repudió de sobremanera. Caminé a grandes zancadas y la vi sentada en la silla, la sangre comenzó a calentarse al punto de ebullición. Era tan hipócrita que no le interesaba pisar mi casa como si nada.




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