Si las luces se apagaran

45. "Huir"

No sé que sentimiento tan perturbador cruzó en mí en ese preciso momento, pero en la manera de cómo lo vi cruzado de piernas se forjó en mi interior una especie de ira contenida. Que agallas de irrumpir mi casa, propiedad ajena y sentando en mi sofá.

—¡¿Qué quiere y por qué irrumpe mi casa de esa manera?! Es un delito grave el que está cometiendo —Le declaré con el odio siendo mi gran aliado.

—No te atrevas a hablarme de esa manera. Sabes que yo soy la ley, Elizabeth. Conoces muy bien el poder que poseo —Me contradijo dejando mis palabras en la boca—. Tenemos que hablar sobre Derek.

—¿Qué quiere de él? —Pregunté con una ceja levantada, la sangre me hervía por su inesperada presencia en mi casa.

—Que te apartes de él. No se merece más de lo que tiene —Suspiró con pesadez y arrugué mis cejas sin entender—. No pensé que llegarían a tanto, pero esto es toda tu culpa, fuiste ese estúpido estorbo que encontré en el camino y necesito que no lo sigas haciendo. Eres la malez que debo arrancar.

—¡Ya basta! ¿Qué quiere?, ¡Está agotando mi paciencia! Dígalo de una buena vez —Mascullé entre dientes apretados y estrujé el asa de la mochila.

—Simplemente que te alejes de él —Me confesó al levantarse del sofá y acomodar su saco—. Harás lo que te diga y no lo seguiré lastimando. No quieres ver a tu amado en la calle, siendo atacado por hombres cada semana desangrado y vulnerable, ¿o sí? Obedéceme y las consecuencias serán favorecedoras.

Me quedé nula ante las blasfemias que me inmuta a seguir.

—No seguiré su maldito juego, ¿Entendido?... —Sellé con seguridad y él, con abuso de poder, se acercó hacía mí intimidándome—. ¿Por qué lo aleja de mí? ¿Qué le he hecho?

—No entiendes, ¿Verdad? Solo si te alejas, ese chico sabrá que realmente que es el dolor tal cual yo lo viví. Esa escena que tú viste anteriormente, se repetirá si siguen con él —Entrejunté mis cejas, intentando pensar en cada palabra que escupía—. ¡No dejaré que ese bastardo se salga con la suya, no en esta ocasión!

—¿Qué hay con el hecho de que yo lo amo? —La garganta me ardía al pronuncia cada palabra.

—El amor es algo artificial, de seguro encontraras a otra persona quien pueda zacear tus estupideces de niñas —Me negué sin encontrar la manera de enfrentarlo como enfrentarlo—. Tu padre es oficial y no le gustaría perder el cargo, más cuando le costó tanto llegar a ese poder. Sería triste sabiendo que él es el único sustento en tu hogar.

Negué con las lágrimas queriendo deslizarse por mis ojos. No se las merecía, no se merecía mí dolor. Intenté verle con empoderamiento, aunque por dentro sentía el huracán destrozando cada partícula en segundos.

—No me interesa —Mentí con la mirada penetrante a sus ojos grises—. Mi papá odia nuestra relación como usted y lo que diga no me importa.

—Es una pena, pero que hay del hombre que tanto amas —Dice al reír sarcásticamente—, quieres verlo sufrir de dolor solo porque no quisiste alejarte... Te quedan solo dos meses para salir del colegio. Tengo entendido que a Derek le gusta la universidad de Chicago y quiere ir contigo. Sin embargo, no lo harás. Te queda una semana para elegir una universidad y si me entero que es la misma que él, lo haré sufrir como nunca. Ese chico ni siquiera podrá ver la luz del sol si sigue contigo. Yo me iré de la casa en una semana y si no apareces en mi despacho hasta entonces, olvídate de que conociste a ese muchacho. Derek será la persona que llevará el peso de todo esto.

Tiré la mochila al piso, mientras sus palabras se mesclaban por mis oídos convirtiéndose en ecos sin final. Ese hombre canoso no apartaba la vista de mí y yo me negaba a aceptarlo.

—Váyase de mi casa ¡Ahora! No quiero su maldita presencia al frente de mis ojos —Le ordené sin dejar de ver la pared de mi casa y las lágrimas caían por doquier.

Percibí como su sombra caminó por mi lado y se detuvo a la altura de mis hombros.

—Nunca dejes la llave debajo de la maceta, siempre es peligroso —Manifestó un tanto sereno y escuché como dejó algo en la una mesita—. Tienes una semana para decir que harás con él.

Sentí cerrarse la puerta y mis piernas dejaron de equilibrarse para desplomarse en el suelo. El dolor fue imperativo al ver como mi mundo caía en pedazos. Él utilizó un arma tan letal en mi vida que me dejó sin aire. Mis lagrimas cayeron y las ganas de terminar conmigo misma me volvieron atormentar. Arrugué el cabello con mis manos, apaciguando el dolor de mi interior con el físico. Quería gritar con todas las fuerzas. Volví a ser una presa en cuatro paredes sin salida. Lo odiaba a él, al mundo en mi contra.

Toda su visita me asfixiaba y veía como las paredes me encrucijada al punto de dejarme sin aire. Sin tener miedo, más del que puedo convivir, me levanté del suelo y subí a mi habitación. Busqué entre mi armario, una parca más abrigada. Me la coloqué y bajé las escaleras viendo a papá entrar.

—¿Elizabeth, a donde iras? —Me llamó la atención justo cuando me disponía a salir de la casa—. ¿Estabas llorando?

—A un lugar —Le di a entender sin demostración alguna.

—Dime —Me ordenó con los dientes apretados mientras tomaba de mi antebrazo—. Me dirás que lugar o si no te las veras...

—¡Te digo que a un lugar! —Me zafé de su agarré mientras veía a la abuela salir del auto—. ¡Has lo que quieras, grítame o pégame! ¡Estoy harta de ti! —Gritaba con las lágrimas cayendo a mares—. ¡Solo déjame una maldita vez en tu vida!

Caminé con velocidad hacia mi bicicleta mientras escuchaba sus gritos de por medio. Al subirme en ella pedaleé con fuerzas queriendo desaparecer de este maldito pueblo. Lloré como nunca por las calles hasta desaparecer por una vía de tierra. Al llegar al lugar dejé tirada la bicicleta y corrí por todo el muelle hasta detenerme en el final.

—¡¿Por qué yo?! —Grité llorando mientras me desplomaba en la última madera—. ¿Por qué?




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