Si las luces se apagaran

"Epílogo"

Mi vida gran parte se sumió en tinta negra. Tuve que dejar a un lado lo que la gente común hacía. Y todos mis días los vivía de esa manera terrible. Sin embargo, después de tanto todo eso acabó, la vida me enseñó que durante el diluvio también puede salir el sol. Derek no llegó como una simple coincidencia de vida, es la persona que técnicamente salvó mi vida. Amar para mi no significa solo afecto, también es poder ayudar a tu alma divida cuando esté desplomada en el piso. Así fue como se forjó mi historia: decaí en los momentos más dificiles y él, con solo sus manos envueltas de amor, me levantaron. No solo es mi muro de apoyo, también fue ese salvavidas que necesite en momentos de angustia.

Todos los días me doy cuenta de lo afortuna que llegué a hacer cuando abro mis ojos y veo que las corrientes de aire están quietas. Ahora siento que ninguna ampolleta se romperá en pedazos, porque él hace que esa luz interior se reflejé todos los días. Todas aquellas tardes, cuando el sol se esconde por detrás del lago, mis brazos se aferran a su bienestar ya que solo ellos prometen que me cuidarán.

Los miedos y las angustias que algún día me invadieron, tomaron sus maletas y se fueron hacia lo desconocido. El tiempo no quiere avanzar y cada minuto de nuestras vidas fue lo suficiente para retomar siete años de ausencia. La sonrisa de felicidad, ya nadie me la puede arrebatar. Es una parte de mí que nace desde lo más profundo de mi ser. Mis parpados tan ligeros que acaban de descansar, se abre paso a mis marrones ojos y sonrío con ellos. Un día más de felicidad. Todo nuestro alrededor es acogedor y se siente todo en familia como algún día lo anhelé.

—Ves, mamá está dormida —Su voz tan grave e innata que intenta hacer el menor ruido posible, me hace voltear.

Nada se equipará con ver a mis dos hombres detenidos frente a mí. Derek me sonríe con ternura y nuestro pequeño retoño intenta mantenerse en pie, tambaleando un poco. Ha sido un año e intenta ya ser todo un hombre. Sonrió al verle y mi esposo me lo acerca, posándolo entre mi regazo cuando ya me siento en la cama.

—¿Puedes verlo, Lizzie? —Preguntó un poco indeciso e hizo una mueca—. Debo trabajar.

—Ve —Me besó entre los labios y se fue casi corriendo por la puerta, ya que nuestro solecito era muy apegado a él. Lo vi frente a mí y le lacé unos besos por el aire. Sus ojitos grises se achinaban al sonreír—. Te has levantando con buen ánimo, mi bebé.

—Ma-ma —Balbuceó con la pequeña saliva que le salía de sus rosados labios.

—Sí, bebé —Tomé una toallita que le tenía y le limpié la boca—. Ma-ma.

Me la pase casi toda la mañana haciéndolo reír a cantaros e intentando quitarle un poco de energía que posee. Su cabello castaño se movía de un lado a otro mientras mis manos se adueñaban de su estómago, para recibir a cambios mágicas e inocentes risas. Era la viva imagen de mi esposo, versión pequeña. Sin dudas sería igual de lindo.

Me detuve un poco y le entregué la oruga de juguete que Derek le regaló. Al verlo tan sumiso con el juego, le acaricié su delicada cabellera y su cara tan llena de ternura, hacía que no sonreír fuera casi imposible.

—Da-da —Balbuceó con sus ojos grises perdiéndose entre los míos. Separó un poco sus labios y de nuevo murmuró—. Da-da.

—Bien, cariño —Me levanté, tomando su cintura para atraerlo en mi pecho. Su cabecita se reposó entre mi cuello y reí por las cosillas que emitía ese contacto—. Eres impaciente igual como mi esposo, que insiste por querer darte una hermanita o hermanito.

—Da-da —Balbuceó por encima vez desde que subí escaleras.

—Si, amor —Suspiré sonriendo—. Llegaremos.

Subí los escalones un poco empinados y llegué al estudio que tenía, últimamente ha estado trabajando solo en casa y eso nos coloca a ambos felices. Al verme, dejó sus gafas a un lado y arrugó un poco la frente.

—Bebé quiere ver a papá —Sonreí y se lo entregué en sus brazos.

Él lo colocó entre su regazo haciéndole los típicos mimos que nuestro bebé amaba.

—¿Has pensado en lo de anoche? —Me preguntó sonriendo.

—¡Eh! La verdad no —Le sonreí de vuelta y negué—. Si quieres sorprenderte un poco, la semillita ha dado un fruto. Tendremos una linda rosa creciendo dentro de mí.

—¿En serio? ¿Lizzie, no estarás bromeándome? —Preguntó curioso e intentando sonar discreto ya que el bebé está en su regazo. Le negué más que sonriendo—. No puedo creer que siempre voy un paso más atrás. Sino fuera porque tengo el bebé, te estamparía la cara a besos en este mismo lugar.

—¿Sí? —Asiente y me lanza miles de besos por el aire—. Quiero esos besos por la tarde.

—Los tendrás, lucecita. Te amo con locura —Comenzó a reír y negó al mismo tiempo. Nuestro hijo se perdía entre las cómicas caras de papá y él lo tomó de sus pequeñas manos—. Oíste pequeño Erik, tendrás una hermanita o hermanito.

—Hombres —Agregué sonriendo mientras pasaba por cada rincón en el que trabajaba.

La mayoría de sus trabajos eran planos de casas muy grandes y otras de un modelo para construir. Su sala de trabajo es como un lugar tan entretenido de ver, siempre te sorprende. Mi esposo siempre ha sido así, le encanta coleccionar cosas y lo más genial es que cada lugar está en orden. Incluso unas cajas apiladas en una esquina, estaban todas escalonadas en un orden, aunque una sola acaparó toda mi mirada.

—¿Y esa caja, cielo? —Pregunté curiosa.

—Son cosas que quedaron después del embargue en esa casa —Asentí con una mano en mi mentón.

—Puedo verla.

—Eres mi señora de casa —Ambos nos sonreímos y yo me acerqué a toda esa pila—. Mis cosas son tus cosas, lucecita.

La tomé entre algunas cosas sobre ella y sin decirle algo, bajé a nuestra habitación a abrirla. Un poco polvorienta en sus alrededores, pero al subir la tapa todo era distinto. Algunas joyas bañadas en oro y planta se mantenían en perfecto estado. Aunque algunas postales de viajes estaban ya en deterioro y al igual que un sinfín de cartas para "Meredith" No tuve tiempo siquiera para hacer un recuento de quiera era, porque ese nombre nunca lo olvidaría. Ese nombre era de su madre. No supe si seguir indagando en sus cosas, pero una fuerza alterna me hacía pensar en lo contrario. No me detuve y comencé a indagar por diversas imágenes en el fondo de la caja; en ellas, mucha vez apareció una mujer en blanco y negro montando un cabello. Debí suponer que, al juzgar por el color de su cabello, era su madre. Pero después de ver diversas fotografías con uno de sus hermanos, como lo estipula en el reverso, entendí que esa pequeña abrazada de un hombre era la madre de Derek y la mujer que montaba era su abuela.




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