Si las luces se apagaran

Prólogo

—¡Estás sola, maldita! ¡Nadie te puede ayudar aquí! —Ella chilló al frente de todos, haciendo que cada potente mirada cayera en mí.

Nunca imaginé llegar a este extremo. Mis pulmones apenas se abastecían de aire, el punzante dolor en lo bajo de mis costillas me lo impide. Comencé a caminar desesperadamente dando traspiés y sin mirar atrás, me refugié en el baño de mujeres. Entré a un cubículo y las gotas de dolor humedecieron mis ojos.

«No puedo seguir» Confesé en mi mente.

Mordí mi labio con desesperación. Nada me hizo declinar el dolor que consume mi alma con cada punzante estocada que recuerdo. Bajé la vista a mi camiseta y en ella se tiñó un fuerte color carmesí. Negué llena de lágrimas, ¿Cómo le haría para ocultar esto cuando llegara a casa? Toqué la herida con mis dedos, tratando de controlar el dolor. Sin embargo, el sufrimiento era inmutable. Grité en un desaliento que culminó mis fuerzas.

—Elizabeth, yo estoy acá —Evelyn, masculló con timidez.

No contesté, el malestar me mató las cuerdas vocales y mis parpados comienzan a pesar.

—Elizabeth, háblame —Mi compañera imploró una vez más—. Me preocupas.

Vulnerable, comencé a llorar con fuerza y las agonizantes estocadas se sintieron como la primera vez.

—Llama a mi papá, por favor —Murmuré en un hilo de voz—. No puedo más.

Con el tinte rojo tiñendo mis manos, busqué el móvil en mi pantalón. Al lazarlo por el suelo, gemí desesperadamente. Me apoyé en la pared y todo comenzó a dar vueltas a mi alrededor, consumiéndome como un éxtasis. Cerré los ojos y me fundí en un tranquilo sueño.

No, el dolor vuelve a consumirme. Comienzo a despertar, pero los frágiles sollozos frenan mis parpados. Me quedé quieta, con mis pestañas unidas y oí cada desgarradora palabra sumida en sus labios. No merecen lo que yo acabo de sufrir.

—¿Cómo fue que sucedió esto, David? ¿Cómo mi pequeña está en ese estado? —Su dolor de madre me partió el alma—, no puedo creer que nuestra hija esté en ese estado. —La voz de mamá totalmente quebrada hizo que toda la culpabilidad recayera en mí—. ¿Qué especie de madre soy al no saber que golpean a mi hija en su colegio?

El dolor se incrementó en un segundo mientras esa herida interna se profundizó como cada uno de los secretos que guardé durante años.

—Yo no lo sé, Clarisse —Mi papá confesó decepcionado, tal cual yo me siento ahora.

Abrir mis ojos lentamente, acostumbrándome a la luz de la habitación y a sus caras llenas de desilusión. Mamá sostuvo mi mano con cuidado, tratando de tranquilizar el llanto y papá solo me regaló una sonrisa fugaz que se desvanece en cuestión de segundos. Es imposible ocultar un dolor, cuando tus sentidos te fallan. Sus parpados lo delatan y eso está matándome.

—Hola, hija —Ella susurró contenida.

Mi mentón tiritó por momentos y mi débil cuerpo hizo que terminara en llantos. No resistí la culpabilidad.

—Yo lo siento, mamá —Dirigí mi mirada a los ojos de él—. Papá. —Apenas articulé una palabra y llevé las manos a mi rostro ocultando mi pavor—. Tuve mucho miedo.

—Hija —Mamá me susurró, al tomar mis manos y despejar mi rostro de ellas—, somos nosotros los que tenemos que disculparnos por no estar a tu lado.

—No digas eso, mamá —Confesé sollozando y ella dejó de sostener mi mano para secarse los pómulos húmedos—. Ustedes nunca serán los culpables.

Me resulta muy arduo verla tan frágil. Bajé la vista a mi brazo izquierdo y las lágrimas se deslizaron en la jeringa inyectada en mis venas. Están suministrándome suero, la razón de no percibir tanto el dolor físico.

—Elizabeth, nosotros...

Papá dejó de hablar y el retumbo de la puerta comenzó a abrirse, dejando ver al doctor.

—Tengo los resultados, Elizabeth —Comentó el doctor y después comenzó a leer con un gesto alentador, las hojas entre sus manos—. Tienes una suerte tremenda, el cuchillo no perforó el riñón. —Suspiró sonriendo—. Con respecto a tus exámenes salieron todos buenos, no están adulterados. Esto se tiene que saber, jovencita. Por eso, si necesitas los documentos, los tendré archivados en el caso de que quieras denunciar este maltrato.

Abrí mis ojos por completo, la palabra "Denunciar" fue como un balde de agua fría y mi vida dio un vuelco, ¿Cómo volveré a clases? No dejarán que respire.

—No —Susurré ida.

—Claro que lo haremos, doctor —Declaró mi padre.

—Bien, aquí los tiene —El doctor le entregó los documentos a papá y yo temerosa no dejé de verlo—. Los dejaré, tengo que atender a los demás pacientes... ¿Elizabeth? —Volví la vista despistada—, por el momento estarás en observación hasta mañana. Después lograrás volver a casa y tendrás que cuidar mucho esa herida. Tardará un poco en cicatrizar y evita los malos roces con cualquier cosa. La herida fue muy profunda y se puede abrir fácilmente. Cuídate mucho.

—Sí, gracias —Murmuré, tímida.

—Adiós —Me sonrió amablemente.

—Adiós —Los tres murmuramos en un mismo eco.

Al verlo perderse por la puerta, mi padre y sus típicos aclaramientos de garganta captaron mi atención. Él seguía perdido entre la pared, arrugando la piel entre ambas cejas. Su enfado y decepción se leían a distancia. Era comprensible, mi boca había estado sellada durante largos años. Ahora no existe un secreto que ocultar, todo comienza a revelarse.

—No nos iremos de acá hasta escuchar una buena explicación de parte tuya, Elizabeth —Papá ordenó con ese frio acento que te cala hasta los huesos.

Cerré mis ojos por un instante, intentando acostumbrarme a la idea de revelar mi dolor

—No puedo —Susurré y un sollozo brotó de mí—, me harán la vida imposible.

—Hija, ¿Crees que volverás a ese colegio? —Él tomó mis manos de gelatina y me sonrió con ternura—. Aunque sea tu último año, no lo harás. Durante estos dos días que estuviste en el hospital, yo y tu madre decidimos mudarnos a un pueblo lejos de Portland, porque quiero verte lejos de esto. No puedo verte así de lastimada. Así que pedí el traslado al teniente superior y el accedió... Te estoy ayudando, cielo. Ahora necesito que tú lo hagas por mí. Quiero saber por qué ocurrió todo esto, Elizabeth.




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