La imagen a simple vista era desalentadora. Emilia sentada frente a la mesa, en silencio y con un simple pastel de arándanos.
Sabía lo importante que era ese día para esa mujer, pero esto no hacía más que aumentar su desagrado. Veinticinco de septiembre, era el día de su cumpleaños, contrario a su Rose que cumplía años en otoño, un quince de abril.
Ni siquiera en eso eran compatibles. Chasqueó la lengua sin entender como algo tan absurdo podía molestarlo tanto, tal vez porque esta situación le restregaba en la cara que Emilia no era la mujer que en verdad amaba y añoraba. Solo la burda copia barata de su Rose.
Por más que el mismo la arrinconó a aceptar este matrimonio, por más que en verdad quiso que esto funcionara, la sombra de Rose siempre estuvo presente. Su verdadero amor siempre estuvo por encima de la simple Emilia.
Fingió ignorarla, aun notando la desanimada mirada de su mujer, y se fue a su habitación quitándose la corbata y suspirando desalentado.
Ya para entonces llevaban casi tres años de casados, para entonces nada presagiaba lo que pasaría en unos meses más.
Ni menos que pasado casi un año estuviera él sentado en la misma mesa, en la misma silla, un veinticinco de septiembre con un pastel sin velas recordando a la mujer que había despreciado durante su matrimonio, y ya se había ido, en medio de la oscuridad.
Ni que seis años después aún ese veinticinco de septiembre fuera una tortura. Como un recordatorio de sus errores, de una mujer que dejó de existir mientras él vivía obsesionado de una imagen que nunca fue la realidad.
Contempló el retrato de Rose que escondía tras una cortina en su despacho.
Ese día que se dio cuenta que ya no había forma de volver atrás que ya no existía posibilidad de recuperar lo que él había desechado como basura, lo que estúpidamente pisoteo y abandonó, destruyó con furia todos lo que le recordaba a Rose, tal como lo había hecho con todas las cosas de Emilia, su exesposa, apenas se habían divorciado.
Sus sirvientes en aquella ocasión, obedeciendo sus órdenes, sacaron en silencio los vestidos de Emilia, sus perfumes, sus cosas, y todo, porque Emanuel no quería que quedará algo en casa que le recordara esos tres años de matrimonio, y también para que Rose no se incomodara al encontrar cosas de la mujer que solo ocupó su lugar como una sustituta. Todo fue quemado y reducido a cenizas.
Cenizas de sus tres años de matrimonios. Tres años que él mismo transformó en un tormento luego de haber destruido a Emilia, destruido sus redes de apoyo, e incluso su vida laboral, para transformarla en una mujer llena de ansiedad, sin ganas de vivir, y tan acabada que acepto casarse con él sin poner mayor resistencia. Hizo que lo único que ella tuviera, lo único en lo que pudiera aferrarse fuera él.
Una mujer necesitada de contacto humano, de amor, de vivir condenada a atarse a él, no recibió nada de su parte ¿Para que la minimizó tanto si al final luego de tenerla en sus manos solo la despreció? Después de tener una bonita luna de miel, prometerse así mismo ser el mejor esposo sin remordimiento de convertirla en una mujer carente de incluso ganas de vivir no fue capaz de darle nada.
Todo fue llegar a esa casa y encontrarse con el retrato de Rose, tras esa cortina en el despacho. Rose parecía mirarlo desilusionada de olvidarse de ella por buscar una mujer que la sustituya. Porque en realidad Emilia siempre fue eso, una sustituta. Solo una simple sustituta…
Y en su interior comenzó a culparla de existir. Si Emilia no existiera él nunca le hubiera fallado a Rose. Todo era culpa de esa perra que lo sedujo solo por tener un rostro similar a su ex prometida. Solo era un cascarón vació cuya única función era alejar la soledad en que se sentía atrapado, pero una vez que la tuvo en sus manos dejó de interesarle.
Emilia lloraba, sufría en silencio, pero aun así nunca se quejaba. Sin embargo, bastaba con ver su mirada apagada para darse cuenta de que la estaba acabando poco a poco. Era como la viva imagen de un muerto en vida. Ni siquiera le pedía nada cada veinticinco de septiembre, su día de cumpleaños, sentada sola en esa mesa vacía toda la noche. Parecía darse cuenta de que nunca podría ocupar el lugar que Rose tenía en el corazón de Emanuel.
Pues su marido siempre recordaba el cumpleaños de Rose y cada quince de abril compraba el arreglo floral más bonito que encontraba para ir a dejarlo en la, hasta entonces, sepultura de su ex prometida.
Emanuel, en el presente, bajó la mirada con rencor, Emilia fue un sueño efímero, tal como apareció, luego del divorcio, desapareció. No hay nada de ella porque él todo lo quemó. Y ahora que añora siquiera sentir su aroma no queda nada. Ella dejó de existir.
Es tonto que cada día que se cumple la fecha de cumpleaños de Emilia, la extraña, estuvo tres años casado con una mujer que al final desaparecería sin dejar rastro alguno, ni siquiera una foto, ni un retrato. Y solo le queda conformarse con buscar en el retrato de Rose la imagen de Emilia. Que ironía.
Bebió más, incluso con rabia lanzó la copa contra la pared rompiéndola en trozos de vidrios que quedaron desparramados en la cara alfombra. Tomó la botella y siguió bebiendo, solo borracho podría olvidarse de todo, podría irse a la cama, abrazarse a la almohada y creer que la puerta se abriría y Emilia entraría a ese lugar contemplándolo preocupada. Como si aun vivieran en esos años de matrimonio que estuvieron juntos y todo esto no fuera más que una pesadilla.
Emilia siempre fue suya, Rose nunca lo fue.
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Editado: 20.05.2024