Si tan solo hubiera sido yo

Capítulo 47

El frio viento golpeó su rostro, es como si intentara despertar de una horrible pesadilla, pero esta retuviera sus alas causándole dolor.

Qué más quisiera poder desplegarlas y lanzarse al cielo, poder irse lejos y olvidarse de todo. No tener más de esos horribles recuerdos ni la sonrisa cariñosa que le dedicó ese patán cuando acabó con su vida, solo para atormentarlo y perseguirlo con sentimientos de culpa.

Se merecía morir, sí, pero ya cargando con la culpa por la muerte de Dominga ¿Por qué también tiene que cargar con la muerte de quien convirtió su vida en un infierno?

El viento sopló con más fuerzas despeinando aún más su cabellera y a pesar de temblar del frio añora esa libertad. El cielo claro, azul, lo llama para no tener que seguir cargando con esas pesadillas y el dolor.

Ya no escucha los gritos de quienes abajo intentan detenerlo, ni de los doctores y enfermeras que intentan hablarle sin atreverse a acercarse. No le importa nada más, su vida está tan vacía que no hay nada que lo ate a seguir soportando esas cicatrices que no quieren cerrar.

Dos pasos, un salto y su libertad. Cuando sus pies dejaron de sentir el suelo fue como si al fin pudiera liberarse de esas cadenas que lo ahogan. Cuando su cuerpo perdió altura y cayó solo cerró los ojos esperando no volver a despertar.

Pero no se esperaba que ya resignado a morir alguien de la nada corriera agarrándolo de la muñeca, y logrando a duras penas sostenerse de la cornisa para no caer juntos.

—¡Ismael! ¡Sostente! —le habló la voz de un hombre.

Al abrir los ojos vio a Luis que a duras penas logra mantenerlo afirmado. Nunca antes le había visto esa expresión desesperada, y no puede entender por qué lo mira como si le doliera que hiciera esto.

¿Qué le importa a él si muere?

Antes no lo recordaba, pero él fue el mismo que lo empujó a caer en esa pesadilla ya que fue quien envió a Martín a torturarlo para que confesara en el caso de Rose Riatta, y luego le dio la libertad de que hiciera con él lo que quisiese. Sí, antes no había visto bien su rostro, pero luego de la muerte de Martín, en esos días que estuvo en cama, pudo recordarlo.

Su benefactor fue el mismo que lo condenó a ese infierno. Y no sabe si sentir lealtad por él o rechazar su amabilidad.

—Suéltame —exclamó intentando liberarse de su mano.

—¡No hagas esto! —le gritó con severidad afirmándolo con más fuerzas—. ¡Piensa en las personas que te quieren!

Ismael lo miró en silencio. Y luego se rio.

—¿Qué personas? La mujer que amaba murió, a Laura casi la matan por mi culpa, mi madre me odia desde que nací porque nunca llené sus expectativas ¿De quien me hablas? ¡¿De que mierda me hablas?! ¡No sabes lo que es despertar cada mañana y sentir asco con tu propio cuerpo! ¡No tienes idea de las cosas horrenda que ese infeliz hizo conmigo!

Luis lo contempló dolido, sabe que fue él quien le permitió a Martin hacer todo eso. Y es que solo quería darle justicia a Rose, pero nunca consideró hasta donde era el límite. Tragó saliva y con arrepentimiento lo miró a los ojos. Ismael se quedó enmudecido ante esa mirada.

—Alex y yo —indicó de repente—, nosotros si lamentaremos tu perdida…

Ismael dejó de luchar al escuchar no solo sus palabras sino al ver el arrepentimiento de su mirada. ¿Cómo podría odiarlo si a la vez el también fue culpable del sufrimiento de Rose? No es alguien que pueda tirar la primera piedra y golpearse el pecho.

No reaccionó cuando los hombres de Luis corrieron a ayudarlos a volver al tejado, ni cuando aquel lo rodeó con sus brazos aferrándolo a su calor, sintiendo los latidos de su corazón que no dejaban de agitarse con fuerzas.

Los calmantes lo hicieron volver a dormir, pero en su inconsciencia no soltó la mano de Luis.

—Luis… —Tomás abrió la puerta con cuidado y se acercó viendo a su primo sentado en una silla cerca de la cama de Ismael sin dejar de mirar su rostro dormido.

—¿Qué puedo hacer? —musitó sin mirarlo solo bajando la cabeza—. Yo permití que esto pasara y quisiera reparar todo el daño, pero…

Tomás le acarició la espalda y se dio cuenta que sollozaba sin soltar la mano de Ismael.

—Amar también es dejar ir —exclamó con tristeza entendiendo lo que quería decirle Luis. Buscó reconfortarlo, pero sabe que es imposible, él también tuvo que dejar ir a la persona que amaba, liberarla para que pudiera encontrarse a sí misma. Y pasó muchas noches sin dormir se preguntaba si algún día iba a poder volver a verla, a encontrársela en su camino o si el destino había decidido que ellos no iban a estar juntos. Y Rose fue quien lo buscó.

Sin embargo, eso no significa que todas las historias terminen igual. Y por lo que entiende, el muchacho que yace inconsciente tuvo a una mujer que amó a más que nada en el mundo, y por más que su primo Luis lo ame, no es posible cuando su orientación sexual no es igual a la suya.

El dolor que siente debe ser peor al suyo, porque sabe que si lo deja ir lo perderá para siempre. Aun así, si lo mantiene a su lado solo será un sufrimiento para ambos, y si es que responde a sus sentimientos lo hará obligado por la amabilidad que está recibiendo. Y eso es lo que no quiere Luis, porque si eso termina así, Ismael volverá a atentar contra su vida, porque se sentirá como una marioneta que pasó a manos de un tipo que lo manipulaba con violencia a otro que, sin intenciones, lo manipulará con su amabilidad.

A los días Luis despertó, y solo sonríe y habla cuando el pequeño Alex va a visitarlo, juegan y conversan como si Luis no existiera. Cuando ambos se quedan solos Ismael no es capaz de sostenerle la mirada, se siente tan agradecido por toda su ayuda que teme que sus ojos muestren un rencor que no quisiera sentir por él. No quiere que Luis vea su fea mirada por lo que prefiere responder a sus palabras sin mirarlo a la cara.

Pero de todas las visitas la que nunca se esperó fue de su madre. La mujer entró a su habitación mirándolo desde la puerta sin ningún gesto de cariño maternal. Y la bofetada que le dio en el rostro solo lo hizo abrir los ojos tragándose una amarga decepción.




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