—Quiero el divorcio.
Aquellas palabras, dichas con frialdad, fueron tan repentina que Emilia se quedó con la cuchara de sopa a medio camino mirando la seria expresión de su marido. Confundida solo atinó a sonreír educada más no dijo palabra alguna.
El silencio rodeó el comedor y la pareja de casados solo se quedaron mirando uno al otro. Emanuel chasqueó la lengua, impaciente.
—Quiero que te vayas de la casa lo más pronto posible, en lo posible hoy o mañana. Que tu abogado hable con el mío. Te dejaré el departamento, yo me quedó con la casa —agregó molesto.
Emilia quiso decir algo, pero aquella petición le ha afectado mucho. Y no es porque no se lo esperaba, pero después de tres años de matrimonio donde "casi" viven tranquilos podría no comprende la repentina decisión y esa impaciencia de que abandone ya la casa. Pero lo sabe, sabe que es por ella, por esa mujer, que él siempre ha añorado tanto. Se mordió la lengua, resignada, bajó la cabeza conteniéndose.
Emanuel suspiró llevándose las manos a su cabello. Quisiera golpear la mesa y hacerla reaccionar, pero prefiere no hacerlo. Los ojos verdes de Emilia siguen tan fijos en él que siente que lo quema, los odias.
—Esto no esta funcionando, intenté cumplir como marido pero se acabó —masculló Emanuel, aunque su razón es otra.
Y es que Emilia a pesar de parecerse físicamente a ella, su ex prometida, es tan distinta. Se nota la diferencia de quien fue educada por una institución de huérfanos, a una educada por una familia de clase alta.
"Cumplir como marido" Emilia aprisionó ambas manos al escucharlo, si cumplir le llama a casi no vivir en esta casa, a compartir cama solo un par de veces, ser infiel, a ignorarla, mirarla como si fuese inferior a él, sacarle en cara que su comportamiento no es igual a su amor platónico, y solo recordarla para las fiestas familiares por no querer dar explicaciones a su madre, entonces no quiere esa clase de compromiso.
—Te advertí al casarte conmigo, no soy ella, no la busques en mi, no soy la sustituta de tu amor de juventud —tartamudeó Emilia.
Ella lo ama, a pesar de todo, lo ama. Recuerda hasta ese día que él bajó corriendo de su auto llamándola por un nombre que no era suyo. Que la siguió a pesar de que intentó evitarlo sabiendo que nada bueno iba a traer con enamorarse de un hombre que buscaba en su similitud a un amor perdido. Y al final acepto casarse, aunque sabía que asumir un rol que no era suyo tarde o temprano iba a acabar de esta forma.
Emilia no se enamoró de su apariencia, sino de el amor que parecía profesar a ella. Pero la engañó, no solo por las mujeres con que se acostó los años que estuvieron casados, sino por esa promesa que le hizo antes de casarse. Le prometió que la quería a ella, a Emilia, no como una sustituta.
Y aunque le duele debe reconocer que la verdad es que Emanuel nunca la amó, solo volcó el amor arrepentido, el amor desesperado, por aquella otra mujer en ella.
Aunque no esta demás decir que su marido es un hombre apuesto, alto, elegante, de cabellera negra, y con un lunar debajo de su ojo derecho. Sus ojos son grises y sus pestañas casi tan largas como las suyas. Pero su corazón frio solo es cálido para su amor de juventud, no para su esposa. Añora el pasado e ignora su presente.
No hubo palabras de parte de él y Emilia se levantó de la mesa caminando hacia las escaleras.
Emanuel no va a decirle que acaba de saber que la mujer que él ama sigue viva, y no va a seguir atado a la sustituta que eligió para casarse. Pero desconoce que Emilia ya lo sabe, ella escuchó su conversación con el detective.
—Esta bien, acepto, pero quiero la segunda casa, no el departamento, y así aceptaré divorciarme de ti y no volver jamás a aparecer en tu vida.
—Trato hecho —respondió Emanuel con indiferencia.
Y Emilia apretó los dientes sin poder contener las lágrimas de rencor que la ahogan, pero le dio la espalda para que él no las notara.
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Editado: 19.09.2022