—¡Salud! —gritó uno de los compañeros más jóvenes alzando su vaso.
Todos bebieron en medio de la algarabía que rodea la mesa en aquel típico local nocturno. Lucen felices y animados. Emilia sonríe, pero aun así observa la hora en su reloj y suspira. Quisiera ya irse a casa, aunque luego contempla de reojo a Sebastián y no puede evitar que el pecho se le acelere. Él sonríe con suavidad haciendo que se dibujen dos hoyuelos en sus mejillas que lo hacen lucir más encantador.
—¿No te gusta beber? —le preguntó Sebastián de repente capturando justo sus ojos cuando ella lo contemplaba.
Lo quedó mirando, confundida, sintiendo que acababa de atraparla espiándolo. Aquel le sonrió con suavidad como respuesta. Aquella sonrisa la atolondró aun más. Cohibida estuvo a punto de volcar su vaso de juego de piña.
—No, Emi solo bebe jugos, sufre de intolerancia alcohólica, según ella, ¡Se pierde esta diversión! —dijo una chica ya con el alcohol subido a la cabeza.
—¡Vamos, Emilia, un vaso para la salud de todos! —dijo otro tan animado como la otra muchacha, sirviéndole.
Emilia titubeó y sus ojos se detuvieron en Sebastián quien la observa atentamente, sus ojos están tan fijos en ella, parece que espera ver si se atreve a beber. No quiere desilusionarlo, nerviosa tomó el vaso de cerveza que le ofrecieron y se lo tomó de un golpe hasta toser ahogada por el alcohol.
Quienes la rodearon empezaron a aplaudir su gesto, sin embargo Emilia no deja de toser ahogada.
—Eres una verdadera caja de sorpresas —musitó Sebastián entrecerrando los ojos con dulzura.
Dejo de toser. Sintió como el calor se subió a su cabeza ante el gesto de aquel hombre. No sé esperaba que pudiera llamar su atención con algo como eso. Quiso sonreír pero no pudo hacerlo y solo bajó la cabeza mordiéndose los labios con una leve alegría en su mirada, es la primera vez que nota ese gesto de Sebastián hacia ella.
¿Qué puede pensar de esto? ¿Acaso él podría sentir algo por ella? Desvió la mirada un poco cohibida, y antes de darse cuenta ya se había bebido un par más de cervezas.
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—Señor Stravros parece que no vendrá —dijo Cristóbal, su chófer, luego de una hora de estar estacionados esperando afuera del edificio del lugar en donde vive Emilia.
Emanuel bufó de mala gana, arrugando el ceño. Nunca antes había esperado tanto por una mujer, y menos por una de clase inferios a la de él. Esto lo hace enojarse aun más. Presiona sus nudillos con fuerzas pensando en que lugar pudo haberse metido esta mujer un día viernes a estas horas.
Ni siquiera debería dudarlo, es claro que debe andar deambulando en bares de mala clase. Dio un golpe a la puerta del auto al darse cuenta lo tan distinta que es con Rose. Ella jamás hubiera ido a un bar. Eso es seguro. Se hubiera quedado en casa sin darle problema alguno.
Lo peor, es pensar que podría estar en los brazos de otro hombre o planeando pasar la noche con algún tipo que conozca en una fiesta. Es evidente que no es más que una fácil mujerzuela que solo tiene de ventaja su parecido con su ex-prometida. Carraspeó impaciente sin controlar su enojo.
—Bien, vámonos a casa, vendré otro día —luego cerró los ojos cruzando los brazos.
No pudo ocultar lo molesto que se siente con esta situación. La frustración es evidente en su semblante. Quería acorralarla, pero ahora tendrá que esperar otra ocasión. En vano salió temprano de su trabajo. Esa mujer barata le ha jugado sucio. Ya le hará pagar por esto cuando la tenga atrapada entre sus manos.
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Emilia sonrió alzando ambas manos en medio de los aplausos de sus compañeros. Ha bebido más de lo que su cuerpo podría tolerar y ya no es consciente de sus actos. De repente, Sebastián colocó su mano, cariñosamente, sobre la cabeza de la mujer. Y aquella como respuesta le sonrió con sinceridad mientras sus mejillas rojas por el alcohol le dan un aspecto distinto al usual.
—Ya no más cerveza para ti, es hora de volver a casa —dijo en forma paternal.
—¡Aguafiestas! —gritó otro antes de reírse.
—Llévatela y cuídala, hazte responsable —respondió la chica tan borracha como Emilia.
—Esta bien, eso haré, palabra de hombre —Sebastián alzó una mano como si estuviera prometiéndolo.
Luego salió del local ayudando a Emilia a caminar. Aquella apenas logra sostenerse bien en pie. Tal vez fue demasiado instarla a beber así. No pensó que solo con sonreírle le animaría de esa forma. Sebastián no puede evitar pensar lo ingenua que es. Peligroso si cayera en manos equivocadas. Deben buscar un taxi antes que se haga más tarde para ir a dejarla a su casa.
Avanzan sin notar que un par de ojos grises ha visto a la pareja.
Emanuel arruga el ceño, molesto, es ella esta seguro. Aprieta los dientes al ver como el brazo de la mujer se apoya atrevidamente en los hombros de ese hombre. De seguro es el tipo que escogió para pasar la noche. E incluso como puede sonreírle de esa forma lasciva mientras no deja de parlotear ruidosamente.
"Cuan sucia puede ser esta mujerzuela"
Sin pensar que Emilia se apoya en Sebastián porque en su estado no puede caminar de otra manera. Y la sonrisa de aquella, que a diferencia de lo que piensa Emanuel, no tiene nada de lasciva solo sonríe con dulzura, y en sus momentos de lucidez, con agradecimiento al hombre que la ayuda a ir a casa.
Sin embargo la expresión del hombre desconocido le hacen hervir la sangre aun más a Emanuel, pues aquel parece muy cariñoso y risueño con esa mujer.
—¡Detén el auto! —le gritó a su chófer.
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Editado: 19.09.2022