"Mateo abrió los ojos lentamente cuando escuchó el sonido de la cafetera. Aún adormilado, miró por la ventana. Afuera, el cielo estaba oscuro, y las luces de la calle apenas iluminaban el edificio frente a su casa.
"¿Por qué mamá siempre se despierta tan temprano?" pensó mientras se frotaba los ojos. Nunca entendía cómo podía estar tan cansada y, aun así, levantarse antes que todos.
Se levantó de la cama y caminó hacia la cocina. Allí estaba ella, como siempre, moviéndose con calma, como si el mundo no pudiera apresurarla. En la mesa, había un plato con pan tostado y un vaso de leche. No era gran cosa, pero Mateo sabía que mamá había hecho un esfuerzo.
"Buenos días," dijo él, sentándose en la silla.
"Buenos días, mi amor," respondió Clara con una sonrisa. "Come algo antes de irte a la escuela. Hoy tienes un examen importante, ¿verdad?"
Mateo asintió, pero no pudo evitar notar las ojeras bajo los ojos de su madre. Quiso preguntarle si estaba bien, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta. En lugar de eso, tomó un trozo de pan y lo mordió. Sabía simple, pero también sabía a hogar.
"Mamá," dijo finalmente, "¿por qué siempre nos das todo a nosotros y nunca te quedas algo para ti?"
Clara dejó su taza de café y lo miró fijamente. Por un momento, parecía que iba a decir algo profundo, pero en lugar de eso, sonrió y respondió: "Porque ustedes son mi todo." "
Mateo quería entender, pero su mente de 12 años no alcanzaba a comprender del todo el sacrificio de su madre. Lo único que sabía con certeza era que, sin importar lo que pasara, ella siempre estaría ahí para él y para Sofía.
Y eso, de alguna manera, lo hacía sentir seguro, incluso cuando el mundo afuera parecía inmenso y amenazante.