La oscuridad no me daba miedo. Para mí, era como estar en un cuento de hadas, donde las sombras cobraban vida y las estrellas brillaban más fuerte. Pero podía ver que mamá estaba triste, y eso me preocupaba.
"Mamá," dije, tomando su mano, "¿sabes qué? La oscuridad no es mala. Solo es un lugar donde podemos encontrar más estrellas."
Mamá me miró, sus ojos brillando con lágrimas. "¿Estrellas?"
"Sí," respondí, señalando hacia la ventana. "Allá afuera hay millones de ellas. Y cada una es una promesa de que las cosas mejorarán."
Mateo se rió suavemente. "Sofía cree que las estrellas son mágicas."
"¡Es porque lo son!" insistí. "Y tú también puedes verlas si cierras los ojos y crees."
Mamá sonrió, pero pude ver que estaba pensando en algo más profundo. Quería hacer algo para animarla, así que corrí a mi habitación y busqué mi caja de tesoros. Saqué el trozo de tela brillante que le había dado antes y lo sostuve contra la luz de la vela.
"Esto también es una estrella," dije. "Te ayudará a ver la luz incluso en la oscuridad."
Mamá tomó el trozo de tela y lo sostuvo en alto, como si fuera un faro en medio de la noche. "Gracias, Sofía. Es justo lo que necesitamos."
Esa noche, mientras nos acurrucábamos juntos bajo las mantas, pensé mucho en mamá. Sabía que estaba cansada, pero también sabía que era fuerte.