La noche avanzaba lentamente, y el silencio en el apartamento se volvió más profundo. Clara observaba a sus hijos dormir, sus respiraciones suaves y tranquilas. La pequeña vela seguía encendida, su llama titilando como un recordatorio de que incluso en la oscuridad más absoluta, siempre queda algo de luz.
Pensó en todo lo que habían pasado juntos: las dificultades, los sacrificios, los momentos de alegría inesperada. Sabía que no podía protegerlos de todo, pero también sabía que su amor era lo que los mantenía unidos.
"Mamá," murmuró Sofía en sueños, abrazando su almohada. "Las estrellas están contigo."
Clara sonrió, sintiendo cómo esas palabras simples pero poderosas calaban en su corazón. Tal vez no podía controlar el mundo exterior, pero podía enseñarles a encontrar luz en la oscuridad, a creer en algo más grande que ellos mismos.
Esa noche, Clara decidió que no importaba cuántas veces se apagara la luz; siempre encontraría una forma de encenderla de nuevo.
Cuando la luz regresó unas horas después, nadie se dio cuenta. Los niños seguían dormidos, y Clara permanecía sentada junto a la ventana, observando las luces de la ciudad. Pensó en todo lo que había aprendido esa noche: que la vulnerabilidad no era una debilidad, sino una oportunidad para conectar más profundamente con quienes amaba.
Sabía que habría más noches sin luz, más momentos de incertidumbre y miedo. Pero también sabía que, mientras tuviera a sus hijos y ellos tuvieran su amor, siempre encontrarían una forma de seguir adelante.
Y mientras miraba las estrellas, recordó las palabras de Sofía: "Cada estrella es una promesa de que las cosas mejorarán."