"Nunca había visto a mamá llorar. Siempre había sido la persona más fuerte que conocía, la que encontraba soluciones incluso cuando parecía imposible. Pero esa mañana, en el parque, vi una parte de ella que nunca había visto antes: su vulnerabilidad.
Sabía que estaba cansada. Lo había notado en sus ojos, en la forma en que arrastraba los pies al caminar, en cómo a veces se quedaba callada durante largos minutos, como si estuviera pensando demasiado. Pero nunca imaginé que llegara a este punto, donde parecía que el mundo entero la estaba aplastando.
Cuando la vi llorar en el banco, sentí algo que nunca había sentido antes: una mezcla de tristeza y orgullo. Tristeza porque sabía que estaba sufriendo, y orgullo porque, incluso en su momento más oscuro, seguía siendo mi madre, la persona que siempre había sido mi ejemplo a seguir.
"Mamá," dije, tomando su mano, "no tienes que hacerlo sola. Estoy aquí para ayudarte."
"No quiero que tengas que cargar con esto," respondió, limpiándose las lágrimas. "Es mi responsabilidad."
"Pero no tienes que cargar con todo tú sola," insistí. "Somos una familia. Y las familias se ayudan entre sí."
Vi cómo algo en su rostro cambiaba. Fue como si mis palabras hubieran encendido una pequeña chispa dentro de ella. Tal vez no era suficiente para resolver todos sus problemas, pero al menos le recordaba que no estaba sola.