Nunca pensé que algo como esto pudiera pasar. Una beca escolar. Sonaba como algo lejano, algo que solo ocurría en los libros o en las historias de otros niños. Pero ahí estaba yo, sosteniendo la carta en mis manos, mientras las palabras escritas parecían brillar con luz propia: "Felicidades, Mateo. Has sido seleccionado para recibir una beca completa en nuestra institución."
No podía creerlo. Durante semanas, mamá me había estado animando a postularme, diciendo que tenía talento, que merecía una oportunidad mejor. Yo no estaba seguro. ¿Cómo podría competir con otros estudiantes que tenían más recursos, mejores materiales, más tiempo para estudiar? Pero ella aseguró, una y otra vez, hasta que finalmente decidí intentarlo.
Ahora, con la carta en mis manos, todo lo que podía pensar era en ella. En todas las noches que pasó despierta ayudándome a prepararme, en los sacrificios que hizo para que pudiera tener los materiales necesarios, en las palabras de ánimo que siempre encontraba para mí cuando sentía que no era suficiente.
"Mamá," dije, corriendo hacia la cocina donde estaba preparando la cena, "tienes que leer esto."
Ella dejó lo que estaba haciendo y tomó la carta. Sus ojos recorrieron las líneas rápidamente, y cuando terminó, sus manos temblaban.
"Lo lograste," dijo, su voz apenas un susurro. "Lo lograste, hijo."
Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro antes de que pudiera detenerlas. Me abrazó con fuerza, como si quisiera asegurarse de que este momento fuera real.
Esa noche, mientras celebrábamos con una pequeña cena especial, no pude evitar pensar en todo lo que mamá había hecho para que esto fuera posible. Recordé las veces que había renunciado a su propio descanso para ayudarme con los estudios, las noches que había pasado cosiendo uniformes viejos para que lucieran presentables, las horas que había trabajado extra solo para poder comprar los libros que necesitaba.
"Mateo," dijo Sofía, interrumpiendo mis pensamientos, "¿qué significa una beca?"
"Significa que puedo ir a una escuela mejor sin que tengamos que pagar," respondí, sonriendo.
"Pero eso es porque eres muy inteligente," añadió Sofía, con su inocencia característica.
"No solo por eso," intervino mamá, mirándome con una mezcla de orgullo y ternura. "Es porque trabajó duro, porque nunca se rindió, y porque siempre creyó en sí mismo."
Sentí cómo mi garganta se cerraba. Sabía que no habría logrado nada de esto sin ella. Sin su apoyo incondicional, sin su fe en mí incluso cuando yo mismo dudaba.
"Gracias, mamá," dije, tomando su mano. "Sin ti, esto no habría sido posible."
Ella negó con la cabeza, sonriendo a través de las lágrimas. "No me des las gracias a mí. Esto es tu logro, hijo. Tú lo hiciste."
Pero ambos sabíamos la verdad. Esta beca no era solo mía; era de todos nosotros. Era el resultado de años de sacrificio, de noches sin dormir, de sueños compartidos y luchas superadas.